lunes, 19 de noviembre de 2007

De instrumentos musicales

Álvaro insiste en que sé tocar la guitarra. Y yo le creo. Al menos le hago caso y terqueo de vez en cuando (de modo que no soy tan terco), a pesar de que tengo el audífono muy durazno y llevo como cuatro horas distribuídas en tres días tratando de afinar la pobre guitarra de mi hermano. A veces pienso que uno debería aprender a tocar un instrumento aunque sea del puro coraje, porque ves de pronto a unos tipos tocar con una destreza que da envidia, pero si te apaciguas puedes disfrutar como nada esas notas deslizándose en el aire y....Uf.

Aunque luego esto también se puede volver un vicio infinito, buscar las cuerdas en medio de la tarde para no pensar en nada y divagar con las mismas seis notas que recuerdas de una canción de los bitles en un guitarra fácil de tu primo.




Pero con esas sies notas te sientas en una silla y pareciera que realmente sabes lo que estás haciendo y al rato hasta te aprendes una canción purépecha que no es muy complicada y que al ser acompañada por el coro de cuarenta niños de cuarto de primaria se disimulará muy naturalmente. Luego son los otros quienes se acercan a preguntarte cuál te sabes y que está padrísimo que sepas tocar guitarra. Y bueno, eso ya es parte del oficio del aparentar o dicho de otra manera del faire un peu à la mamade que es de hecho mi especialidad.

Quien sí me sorprende, en cambio, es mi amigo Gustavo que ha buscado entre los bazares que frecuenta un clarinete y un saxofón y ahora practica con su soledad desde que se mudaron a un departamento en Azcapotzalco con Rodrigo.





Ahí lo tienen, poeta y saxofón a la vez en el balcón del Changoestudio.

Porque finalmente uno llega siempre al punto en que se da cuenta de lo importante de aquellas clases de piano en la oscura y temible casa de luz ambarina siempre impregnada de un aroma a encierro, de las hermanas Garcilita, y de lo muy bueno que hubiera sido practicar en casa aunque fuera con esas partituras principiantes del "one little two little three little indians...". Pero bueno, ya está uno hasta acá rompiéndose la cabeza en tratar de sacar strawberry fields en el órgano eléctrico y no vale la pena lamentarse.

Después de todo siempre habrá un reproductor de música donde uno descubrirá cada vez más de lo que es posible hacer con la imaginación y los sonidos.





Érase una vez en tierra de pescadores

1943. Febrero. "La cometa fue el primer anuncio. Duró unos quince o veinte días en el cielo. Luego vino una plaga que acabó con todas las siembras de un cerro que está allá atrás por esa lomita...
Y después empezó la tierra a temblar como olas de mar.
Y el mero día veinte fue cuando empezó a salir el humo de la tierra y luego se abrió una zanja. Nosotros creíamos que era el fin del mundo."




Don Raymundo tenía por entonces catorce años, pero decía su abuelo que cuando el año tenía ya más de seis meses se podía decir que uno ya había cumplido, entonces tenía quince.


"Bajaron todos los de San Juan y los de Parhikuti a rezar al templo de nuestro pueblo Angahuan. Yo me recargué en la puerta de la iglesia, mirando para adentro y ahí todos lloraban, las mujeres y los hombres. Entonces yo también empecé a llorar. Y creímos que era el fin del mundo."
La gente fue saliendo de sus pueblos, de Paricutín, Zirosto y San Juan.




Éste era el pueblo de San Juan Parangaricutiro. "Aquí todo esto es lava que se fue enfriando, tardo más o menos unos cuatro años. No, nadie murió por la lava, sólo se quedaron enterrados los que ya estaban muertos...sí, allí se quedaron y todos sus familiares se fueron a otras partes." Y la vida cambió muy tristeza.



"Todo estaba muerto y ahora mira como está otra vez verde..."

domingo, 11 de noviembre de 2007

Recreación de la ciudad

Recientemente mis días en la Ciudad de México se han acotado a los fines de semana. Y son precisamente estos los que permiten disfrutar de la gran giganta en sus pequeños espacios: caminatas por Narvarte, cafés espresos a media tarde de sábado, la lectura de un libro de poética en el trayecto en metro, una comida con mi hermano añorando siempre las mañanas de recreo en el estudio de la casa con los juguetes del armario luego de girar con ansia las dos vueltas precisas a la llave de metal antiguo del antiguo bisabuelo.
Los domingos, cuya recurrente nostalgia he logrado suprimir con la antesala de viajes en la historia hacia la tierra de pescadores arrojan esa luz caractéristica de domingo. No esa luz castaña que ensoñé una vez, sino una luz meramente ambarina que se dispersa sin recelo sobre baldosas y banquetas grises, y hace resurgir un brillo verde en los árboles...esos entes tercos en quienes recae la esperanza de este sitio malherido y desvencijado.
Resignado a abandonar la nostalgia de lo no vivido, haciendo lo posible por ignorar aquellas añoranzas de un alto valle metafísico, región transparente del aire asumo la parte de ciudad que me toca vivir, procuro amarla y comprenderla en sus fortunas y sus desventuras...

Diré como Carmen Mendoza que soy como esos pájaros necios que jubilosos te cantan...aunque el esmog no me deje ver los volcanes...mientras siga mirando el musgo de melancolía que no para de crecer en las banquetas.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Sólo Dios sabe

La angustia del futuro, la creación de expectativas, la esperanza de cambiar. Cada una de estas tercas nos aborda en el momento en que menos la esperamos. Se cuela entre los pensamientos que nos mantienen atados a una actividad o escandalosamente nos persiguen cuando estamos echados en la cama, descansando de una noche gastada.
Todas ellas no pueden ser otra cosa que resultado de la imaginación y sin embargo son tan astutas que nos hacen creer que tienen posibilidades de concretarse en algo, un futuro. ¿Pero qué otra cosa es el futuro sino una creación fantástica para aplacar la angustia y la certeza que de todas maneras no podemos llegar sino al final del camino?

Y Werther agregaría, por lo demás: "Ciertamente que tienes mucha razón, querido amigo: los hombres sentirían menos el peso de sus penas, si...(Dios sabe por qué están hechos de este modo) si no ocupasen su imaginación tan continuamente y con tanto empeño en recordar los males que pasaron, más bien que en procurarse lo s medios de hacer soportable lo presente."
J.W. Goethe

Gajes del oficio

Yo comencé imitando a Juan Carlos, quien sin yo saberlo tenía tiempo copiando cierto estilo de hablar que él consideraba muy mío. Al yo imitarlo me percaté de esta situación: ya no sabía si realmente imitaba a Juan Carlos o hacía una mala imiatación de mí mismo. De tal modo que ahora hablo queriendo ser yo mismo (y ese yo mismo es desde tiempo una aglomeración de tonos de voz que emulan a un montón de gente) busco en la memoria mis maneras más auténticas. La última vez que Ángel me quiso imitar señaló que ahora le costaba más trabajo porque al intentarlo se daba cuenta que cada día hablaba yo más como Juan Carlos, el cual a su vez había imitado a Ángel, quien a su vez había tenido siempre una predilección por el modo de hablar de Jaime, de quien nadie duda es un clon de Arturo...Y así continúa esta historia en donde todos somos el mismo y tú soy nadie.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Avances en chilanguitud

Ya merito llego a Acapulco. Pero al menos ya comí quesadillas de comal en Tres Marías (admítanlo ya eso es avanzar mucho en chilanguitud) de camino a Cuernavaca. Ya he hecho dos viajes a esta ciudad, (hoy fueron dos horas y media de camino en el regreso). Pensándolo bien, ¡qué bueno que no he ido a Acapulco!, al menos en puente de día de muertos.

¿Qué más? Bueno, ya pido quesadillas a sabiendas que no llevan queso, intuyo que el chicharrón 'normal' es el prensado, que las tortas se comen con salsa de chipotle, desde luego que he aplicado la de torta de tamal al cuarto para las nueve de la mañana.

Hablando de lenguaje, en localismos habría que mencionar un vocabulario sureñismos-ce uísmos-facultad de politiquismos que he incorporado a mi habla cotidiana...

Abrirse para decir que alguien se fue (fulano se abrió), salonear para hacer proselitismo u otras estrategias de convencimiento en un salón de clase, rifado como adjetivo, alguien que es muy bueno en algo. Y a la hora de clases habría que hablar de coyunturas, contexto histórico, imaginario colectivo y otros términos menos sofisticados de uso rudo.

jueves, 4 de octubre de 2007

Lo que leo

De El viaje de Juan Manuel Torres:

"¡Ah, Mónica!, con el aquí ando dibujando corazoncitos en las paredes y en los muros, atravesándolos con flechas en las que se trenzan tu nombre y el mío, recordando aquel día en que anduvimos echando la lágrima por toda la ciudad, lloriqueando y diciéndonos que después de todo las cosas cursilonas también tenían su sabor y que no debíamos seguir sintiéndonos los de cuero duro, los de corteza impenetrable; repitiendo tu nombre como santo y seña, mordiéndolo para no dejarlo escapar, despedazándolo con los dientes como un pedacito de fruta para después decirlo hacia adentro y tragarlo dulcemente, paloma de tres sílabas perezosamente adelgazadas al sol, a la lujuria. Pero ya estábamos otra vez juntos y nuestros cuerpos empezaban a entenderlo así mientras bailábamos sintiéndonos cada vez con más ganas de llorar, como si las lágrimas fuesen la entrada al sexo, el bautizo para la rabia, la noche de otras parejas que también se frotaban como con ganas de destrozarse, de realizar el acto frente a nosostros para que ya no hubiese ninguna duda de que tampoco ahí, de que tampoco el amor iba a salvarlos; pero nosotros lo sabíamos, cada uno llevaba el fracaso de muchos años, de múltiples relaciones que habían sido un descanso en la masturbación."


"Al día siguiente nos despertamos entre cantos de canarios (vi tu piel a la luz del día, piel blanquísima, dulcísima); pero eran tantos y tan intensos los cantos que me parecieron el residuo de algún sueño cortado con demasiada brusquedad, así que para darle tiempo al despertar volví a sumergirme en el sueño, mejor dicho me eché a pasear por sus orillas, de modo muy ligero, para que aquellos cantos se fuesen de mí. No obstante, los canarios parecían haberse encariñado conmigo, no me dejaban, se pegaban a los talones de cada pensamiento, así que en un momento quise tomarlos por sorpresa y me levanté de golpe, con todas las fuerzas que me permitía el entresueño. Los canarios desparaecieron."

El viaje, Serie El volador, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1969, pp. 81 a 86.

Este último fragmento me ha recordado a Rulfo...

" '¡Despiértate!', vuelven a decir.
La voz sacude los hombros. Hace enderezar el cuerpo. Entreabre los ojos. Se oyen las gotas de agua que caen en el hidrante sobre el cántaro raso. Se oyen pasos que se arrastran...Y el llanto.
Entonces oyó el llanto. Eso lo desperto: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos."

Juan Rulfo, Pedro Páramo en: Obras, FCE, México, 1994, p.167.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Con A de Álvaro

Para Jaime Casillas
Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma.
Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro...
Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.
Pablo Neruda, Confieso que he vivido


No señor, ¡qué árabe ni qué ocho cuartos! Yo soy mexicano de tres generaciones. Otra cosa es que sea bigotón, de color aceitunado y barba cerrada. Pero de los árabes yo no sé nada. Ni de Guadalquivir, ni de Alhambra, ni de andaluces que habla usted. Verá, yo nací en Guadajalara y por si fuera poco soy muy devoto de nuestra virgencita de Guadalupe, a quien alegremente visito en La Villa cada doce de diciembre y aprovecho el viaje para darme una paseada. Mire usted, voy para el mercado de flores de San Ángel, con eso de que me dedico a este negocio. Nada tan bonito como los alcatraces y los alhelíes que colorean el ambiente o los jacintos y las acacias con tan rico aroma. Luego hay que darse la vuelta por los viveros para ver los alerces, los álamos, los alcanforeros y si hay tiempo apra curiosear: la albahaca, la alfalfa y el alforfón. Ya estando allí, uno va a Coyoacán y se come un algodón de azúcar.

Y luego de vuelta a Guadalajara. Estamos por terminar esta casona que ve. ¿A poco no parece uno de esos alcázares de España? Tenemos agua corriente y vamos a poner un aljibe allá arriba, es lo que andan haciendo ahora los albañiles.

Pero no se vaya, ¿qué prisa corre? Quédese a almorzar. Mi señora está preparando un manjar, viera usted qué bien conoce las alcamonías de la región. No hombre, no es que yo sea zalamero, pero tiene un sazón... Acepte usted mi invitación, aunque entiendo que quizás tenga sus planes. Si no tiene donde dormir, ésta es su casa. Aquí hay quien le almidone sus camisas, que ya ha de traer arrugadas de tanto ajetreo y le aseguro que las almohadas son más cómodas que las de cualquier hostal. Pero no lo fuerzo a nada, es su decisión. ¡Ojalá me acepte la invitación!

lunes, 17 de septiembre de 2007

Emma Aguado,

Leí su artículo titulado Indiferencia y cultura* del día 8 de septiembre y me pareció muy pertinente su reflexión. A propósito de esto, hace unos meses vi la película Trescientos (300) y tuve una discusión con un amigo que se dedica al diseño industrial y a la caricatura. Sin subestimar el trabajo realizado por quienes trabajaron el guión y los muchos efectos (complicados e innovadores, según entiendo) me pareció nefasta la intromisión de un discurso pro Occidente en el que se defendía a Esparta como una democracia y se lanzaba una aguda estacada contra 'El misticismo y el oscurantismo' de Persia. Según yo era obvia la referencia a Bush contra el Islam. Aún se me hizo más triste que mi amigo, egresado de una licenciatura y con una cierta formación artística me dijera que eso no estaba en la película, que esa era una visión pesimista, extravagante, exagerada (al estilo Eduardo Galeano, decía él). Después, mi amigo volvió a ver el filme y me ofreció una disculpa porque reconoció que sí estaban ahí los elementos que yo mencionaba. Es triste de todas maneras porque habla de esta cultura donde la imagen lo puede todo y se hace a un lado la posibilidad de análisis.


Algo en los primeros párrafos de su artículo me recordó a Lipovetsky, a quien supongo usted refiere al hablar de filósofos posmodernos. Sin embargo, yo aquí difiero. Si bien estoy consciente de que en cuestiones culturales, de acuerdo a ciertos esquemas en los que nos somete la tecnología (y en particular los medios de comunicación) vivimos una cultura posmoderna, por otra parte seguimos siendo modernos en nuestra profunda manera de pensar. Lipovetsky decía hace unas semanas en su conferencia en la Facultad de Derecho de la UNAM que considera que vivimos más una 'hipermodernidad', una saturación de los valores modernos que ahora han de adaptarse a las demandas del individualismo contemporáneo.

Agradezco que gente como usted escriban en Correo, pues sin emplear términos sofisticados pone a discusión temas muy importantes y complejos, pero que nos hace bien conocer a todos, seamos o no expertos. De eso se trata, si he entendido bien, el reto que propone Giovanni Sartori en Homo videns, de fomentar la cultura escrita antes de que nos termine comiendo la cultura de la imagen. En mi opinión, una situación goebblesiana ocurrió en la campaña presidencial pasada, había eslóganes que prometían empleos en lugar de deuda (sigo preguntándome, ¿cuánta gente se dio el tiempo de revisar la página de la secretaría de hacienda para verificar el 'terrible endeudamiento' del gobierno de la Ciudad de México?). Pero como esos, finalmente, hay miles de ejemplos.

Gracias por leer (si es que ha llegado hasta aquí sin aburrirse).

Un saludo cordial,

Álvaro Rueda

consultar el artículo en:

*http://www.correo-gto.com.mx/notas.asp?id=39508

viernes, 7 de septiembre de 2007

Del muchacho loco



"¿Leíste alguna vez a Hemingway? Adoro a ese viejo. Insistió en que la vida debe ser una lucha constante. Suena cursi y corriente, ¿verdad? Puede sonar de cualquier manera, lo importante es que casi nadie lucha de verdad." Gerardo de la Torre, Ensayo general, p. 220.

Gerardo, Ana Luisa y Santiago.

"¿Contar otra vez el 68? Lo has intentado, Emilio, en un par de cuentos, en una novela inédita, y no vas a volver a las historias lloriconas de Galindo gritando únete pueblo agachón, Mayén con la pistola encasquillada, el auto destrozado de Manuel Paredes, el discurso de Valerio en Tlatelolco, el periodiquito, las traiciones, la soledad política, tu renuncia a Petróleos, los nuevos oficios, el aprendizaje del arte de escribir guiones para una empresa de los yanquis que tanto odiabas -televisión educativa, y si algo nos pretendían filtrar allí estábamos Torres y yo para frenar cualquier penetración, no pueden acusarnos, no sean cabrones- y finalmente sentir el alma suavecita trabajando para una tele inocua, guiones para el Estado que hubieras querido aniquilar, capacitación, productividad y todas esas madres." Gerardo de la Torre, Los muchachos locos de aquel verano, p. 36.

Un memorioso


Al finalizar cada clase con Arrigo Coen en la Escuela de Escritores me preguntaba a mí mismo, qué cosa podía averiguar en aquel 'pozo de ciencia', como diría mi padre. Una tarde me acerqué a este hombre y le pedí que me repitiera lentamente, para tener tiempo de anotar, un epigrama que mis padres recordaban haber escuchado en voz de mi abuelo. Le dije la parte que conocía y entonces lo identificó. Como era usual, me fue corrigiendo y luego me pidió que lo esperara hasta tener todos los versos.
El profesor Coen bajó su cabeza y tamborileando sobre el escritorio fue recordando:

Admirose un portugués
al ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
"Arte diabólica es",
dijo, torciendo el mostacho,
"que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo, y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho".
Nicolás Fernández de Moratín

viernes, 31 de agosto de 2007

Un fragmento de vida




No me pude resistir a compartirles un fragmento del libro que acabo de leer de Romain Gary (Émile Ajar). Esta novela ganó el Premio Goncourt en 1975 con su seudónimo y el autor (que ya había recibido este premio por Las raíces del cielo en 1956) envió a su sobrino a recibir los honores. Cuando Gary se suicidó en 1980 dejó una carta que revelaba la identidad de Émile Ajar.

Comienza así...

"Lo primero que puedo decirles es que vivíamos en un sexto piso y que para la señora Rosa, con todos esos kilos que cargaba y sólo dos piernas, diariamente era una verdadera fuente de vida con todos los agobios y las penas que implicaba. Siempre nos decía que no se quejaba de otra cosa y que de todos modos era judía. Su salud no era buena tampoco y les puedo asegurar desde un principio que hubiera ameritado un ascensor.
Tendría yo tres años cuando vi a la señora Rosa por primera vez. Antes de eso, uno no tiene memoria y vive en la ignorancia. Dejé de ignorar a la edad de tres o cuatro años y a veces me hace falta.
Aunque había muchos otros judíos, árabes y negros en Belleville, a la señora Rosa no le quedaba más que subir los seis pisos sin ayuda. Decía que un día se iba a morir en la escalera y todos los chiquillos se ponían a llorar porque es lo que hace uno siempre que alguien muere. Éramos como seis o siete, o hasta más ahí dentro.
Al principio yo no sabía que la señora Rosa se ocupaba de mí sólo por el giro postal que le llegaba a fin de mes. Cuando me enteré tendría ya seis o siete años y me afectó saber que pagaban por mí. Yo pensaba que la señora Rosa me quería sin condiciones y que éramos el uno para el otro. Lloré toda una noche y esa fue mi primera desilusión."

Romain Gary (Émile Ajar), La vie devant soi, Folio/Gallimard, Barcelona, 2007.

lunes, 27 de agosto de 2007

más del Sena


Jesús en faisant à la mamade...

In memoriam Johny Carter.

"There is never an end to Paris" Ernest Hemingway

Serie dedicada a César.


Así se ve desde la oficina de Juelle.



Jardines de Luxemburgo.




Una cava especial.


El Colegio de Francia.




"ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentrífico". Julio Cortázar, Rayuela, p. 15.

martes, 21 de agosto de 2007

Peter D'Agostino

Juegos de luz y piedra
En torno a Entre el cielo y la tierra de Peter D’Agostino

En el principio era la imagen. No muy nítida, desplegaba algunos destellos de luz solar, unas sombras. Súbitamente ha aparecido una pirámide, sobre ella la silueta de un hombre que camina con una videocámara. Otra vez la pirámide, geometría que contrasta con el azul pálido del cielo.
En el principio era la luz, un rayo tembloroso de luz sobre la arena, las olas ligeramente alebrestadas, los pasos de hombre, las piedras esparcidas en la arena. Es una arena gris, o café, se deshace en cuanto existe, la desecha el mar. Luego está el andamio, estático, aislado en medio de esa frontera entre la arena y el cielo.
En el principio era la grava gris y el ruido de los pasos sobre ella. Los pies se deslizan alrededor, distribuyen el peso sobre la superficie de grava sobre un techo. Carraspeos de sombras en forma circular.
En el principio es la imagen, no la palabra, no el pensamiento, no la certeza, ninguna seguridad más que el recuerdo de lo mirado y escuchado. Significado…alguno, quizás.
Túneles de la pirámide, piedras, ecos, un grito, murmullos, destello del crepúsculo, pasos sobre la grava que se alejan, cables de luz tendidos al aire, el borde del techo donde ya no hay grava, un hombre camina por la playa, el mar se azota una y otra vez sobre la arena…”el mar, el mar que siempre está empezando”.
Al final es el andamio suelto a la deriva, aparentemente estático en una arena que siempre cambia, al final es la pirámide sola en medio del azul, el cúmulo de grava sobre el techo.
El hombre cree conocer el final y entonces ve llegar otra vez el principio…El hombre conoce el principio, conoce el final, pero no sabe nada. Es la cotidianidad, la rutina, la simulación del rito o del ritmo. Y la repetición no deja de ser la ignorancia, movimiento cíclico, avance que es retroceso, “tiempo paralítico”, “avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre”. Siempre. Siempre. El hombre cree comprender lo que es sempiterno, pero es incapaz de vivirlo. ¿Transmitirlo? Quizás a pesar de sí mismo. ¿Significado?, quizás alguno. El hombre no puede saber nada.
La luz desaparece. Tenemos la certeza, o quizás la esperanza de que en un rato o mañana volverá a ser. El hombre vive creyendo que él mismo volverá a ser. Significado alguno: ignorancia.
Entre cielo y tierra: andamio, piedra y hombre, varados a la espera de un ayer mañana, siempre.

jueves, 16 de agosto de 2007

En ese lugar grande...









En ese grande lugar, madre, hay espacios donde la gente habla el árabe. A las salidas de las estaciones de metro unas mujeres enormes de piel oscura y vestidas con túnicas de colores chillantes venden elotes dorados. Por esas calles hay una bullanga esparcida, más parecida al comercio que a la celebración. Y ese lugar puede llamarse París, como puede llamarse El Cairo, Beirut, México o Nueva York. Los matices son distintos, pero por todos lados se percibe la mezcla como patrón. Y hay algo de razón en los versos de Fayad Jamís: "mañana todos tendremos el mismo rostro de bronce y hablaremos la misma lengua/Mañana aunque usted no lo quiera señor general señor comerciante señor de espejuelos de alambre y ceniza/pronto la nueva vida el hombre nuevo levantarán sus ciudades encima de vuestros huesos y los míos encima del polvo de Nôtre-Dame"






Nos damos la bienvenida a este mundo de la mezcla. La diversidad avanza y no precisamente controlada por el pensamiento. Parece incluso que la dinámica avorazada de estos días abandona a este último y cede su lugar a un sentido común, o aquella esperanza que llamamos con frecuencia corazonada, instinto, olfato. Ese es quizás el ritmo que nos precede y nos prosigue estos días y está más allá de cualquier posibilidad de control, o de un control que nos pertenezca. Qué otra cosa es el enamoramiento. Qué otra cosa la amistad, la solidaridad cuando dejamos que fluyan como fuerzas inmanentes e indepiendes, inútiles de someter a nuetro juicio y arbitrio. Se respira en el aire algo nuevo, llamémosle atmósfera. Modernidad tardía, posmodernidad o hipermodernidad, que la definan los otros, los que van delante de nosotros. Mientras tanto, nosotros quedamos invitados a vivirla.


El ocio

Política de hoy



Obedece, trabaja, consume y ¡Cállate!

Mesa para uno


domingo, 5 de agosto de 2007

Dobles




“Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres.” JLB, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Ficciones, Alianza, Madrid, 1989, p. 14.

La vanidad y la lujuria son condenados tradicionalmente en distintas religiones y filosofías en favor de un ascetismo que anhela los estados superiores del alma despreciando las necesidades carnales. La materia se sacrifica por el espíritu en el camino hacia el éxtasis.

Más adelante en el cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius el narrador explica que Bioy Casares había expuesto una interpretación muy libre de una frase que recordaba de un artículo en The Anglo-American Cyclopedia:

“Para uno de esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan.” Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, p. 15.

Es simpático el hecho de que Borges ponga estas palabras en boca de su personaje Bioy Casares, cuando este hombre según las biografías (esos prestigiados sofismas) era un amante de esos placeres condenados en la frase. El Bioy Casares de este cuento pareciera erigirse como un doble del Bioy auténtico. Y finalmente, es también un doble del propio Borges que revela esa fascinación suya por la filosofía oriental donde se manifiesta la condena del cuerpo. De alguna manera todo esto hace eco en la formación moral de Borges y particularmente en la influencia de su abuela (la ética protestante, la lectura de Dickens y el Antiguo Testamento, aislada en el desierto de Junín en espera del coronel Borges...). Frente a ello se construye lo opuesto (el padre de Borges, por ejemplo, su anarquismo y su liberalismo sexual). El espejo existe de manera simbólica, el que está del lado contrario, ese otro no deja de ser una variante del mismo.

Cabalgamos por los caminos de tiempos y espacios de la fantasía, podemos sumergirnos en una sinfonía de Dvorâk, o sentir que somos Borges y creer que comprendemos profundamente el álgebra y de pronto aparece el espejo y nos recuerda que somos materia, somos cuerpo. Frente al fascinante mundo de las ideas y todos esos espacios hacia los que nos conducen la imaginación y la memoria está el mundo terreno donde nos hallamos depeinados delante de un cristal... Pero tal vez todo esto que llamamos realidad no sea sino una ilusión muy reconfortante y es aquel del otro lado del espejo el que nos mira y se ríe un poco de nosotros.

lunes, 23 de julio de 2007

París tropical o cómo no agüitarse en un día lluvioso



Existen múltiples Parises simultáneamente. El de Vallejo en su desgracia, por ejemplo: "Me moriré en París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo" o en oposición el de Hemingway, suerte de fiesta que se pedía para llevar. Y el de Cortázar, y el de Jamís y el de Baudelaire y el de todos aquellos por indagar en las bibliotecas. Pero existe también de manera evidente el París que se vive en carne propia. La ciudad realmente se construye desde dentro interpretando la correspondencia con los elementos externos, uno vive la ciudad que el ánimo, la inteligencia y el cuerpo están dispuestos a vivir.


Lejano París aquel en el cual Gertrude Stein llamó a Hemingway y a todos los jóvenes que habían participado en la primera guerra una generación perdida. Y al tiempo es un París próximo a la memoria, como el de aquellas referencias en clase de Elvira Concheiro a la legendaria comuna de París. Uno aprende las cosas y las desaprende, se sujeta a la memoria caprichosa que nos hace olvidar el papel de Louis Blanc en la lucha obrera o de Jean Jaurès en el socialismo y nos hace verlos como simples nombres de calles en los barrios del norte de la ciudad donde hoy pululan los migrantes del norte de África.


Uno come deliciosos kebab con papas fritas en una especie de salsa tártara y camina glorioso tratando de entender la felicidad de los parisinos que algunos días de este verano han tenido un sol generoso. Y mientras uno camina mira a las muchachas en falda y los muchachos en short y a cientos de personas en bicicletas propias o, muy a la moda, en las vélib que pone en renta el ayuntamiento.


En todo caso París ya no es más un estado de ánimo. Un día lluvioso como hoy hace recordar cariñosamente el sol de ayer sobre la espalda y dan ganas de apropiarse del espíritu tropical y hablarle de frente al sol parisino como lo hacía Pellicer:


Acércate, no te voy a hacer nada.
Te atemoriza mi voz de agua nueva y el ruido
de mis pies sobre las casas.
Mira el retrato de tus hermanos de América
populares como los toreros y los pelotaris,
ágiles y jóvenes.
El "buen gusto" te arrumba neurálgico:
quítate esas nubes o lávalas.


O:

Sol parisiense,
sol bibliotecario y sacristán
ve a jugar a la América
en los muros astronómicos de Uxmal.
Frótate entre los helechos de Palenque
ruédate desde la pirámide solar
que los toltecas finos y civilizados
levantaron en Chi-chén y Teotihuacán.

domingo, 22 de julio de 2007

Estación París (notas para un octubre primario)


Esa estación del año llamada París, en la que el viento poseía un tono melancólico y las hojas secas aplastadas a cada paso simulaban mejor el estado de ánimo que los edificios de piedra antigua ansiosos de desbordar su historia, se vuelca de pronto en un verano despejado y luces nocturnas esparcidas sobre las olas del Sena.


Pierre ha dicho esta tarde que iremos a beber cerveza y vino en el malecón cerca de la estación de metro Stalingrad. Los muchachos juegan petanque sobre la tierra amarilla. Pierre ha comprado baguette y queso de cabra. Bebemos un tinto en vasos de plástico mientras a un lado se trasladan las lanchas que cruzan a los cinéfilos de una a otra sala de la cadena MK2, de uno a otro lado del río. Hablamos de México y Francia, Pierre de su fugaz presencia en Puebla y el Distrito Federal; su pasión por el español, su fascinación por Oaxaca y los volcanes del valle de México. Hablamos también de políticos y estafas, cómo no hacerlo. Pierre ha estado en Mexico en 2006, yo he estado en Francia en 2001; en Francia la gente confió en la segunda vuelta, en México no la hay. Las instituciones existen pero no bastan.


Oscurece.


Hemos llegado en metro cerca del Palacio del Louvre. Caminamos hacia el río. Son cerca de las once y París está despierto y de fiesta en una noche sin lluvia.


Cerca del puente de las Artes, frente al Colegio de Francia, Jean Baptiste ha encontrado a un grupo de gente tocando flauta, saxofón, guitarra. Él intenta hacer un poco de funk con una guitarra minúscula mientras Pierre y yo seguimos hablando en español y bebiendo cerveza.


Cortázar, Apollinaire, Fayad Jamis interrumpen todos de pronto la contemplación del Sena haciendo guiños y proponiendo cada uno su mirada de extrañamiento. El que descubre a una nube narrar un cuento que no quiere ser un cuento pero que dibuja una fotografía enigmática que cobra vida por si misma donde un muchacho besa a una mujer hermosa en la isla de St. Louis, el que mira a la torre Eiffel como el pastor de los puentes rebaños cansados de su antigüedad tardía, el que pronuncia el despertar en París después de la segunda guerra y comprende y da sentido a aquel verso de Vallejo: "Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande".


Continuará…

jueves, 19 de julio de 2007

Don Ralf


Saludos a toda la banda. Miren qué lindo el pueblo de Chartres, luego mando detalles de su catedral.

Un abrazote, J.

Jesús con cerveza y pizza



Qué se le hace cuando uno es de buen comer y buen beber. Provecho, gracias dice el Jesús. Te saludamos desde México.

sábado, 30 de junio de 2007

la espera

Sentado en el sillón verde frente al televisor apagado y el librero, pensaba cuántas posibilidades de pensar existen en esa biblioteca que tenía frente a mí. Es como si durmieran en las repisas todos esos volúmenes, listos siempre para ser abiertos. Pero es el azar, tiene que ser el azar lo que de pronto me lleva a escoger uno entre ellos, sin que alguien me haya recomendado o referido y decida leer. Unas veces el entusiasmo se frena en al final de la primera página, otras veces en la segunda, otras por ahí del tercer capítulo. Pero hoy no tenía una sola gana de pararme y escoger uno. Esperaré, me dije, esperaré a que un día me vuelva a ser esta reflexión y decida que quiero intentarlo.

domingo, 10 de junio de 2007

Lo que se escribe

Palabras que piden ser leídas para incomodar al lector y al autor mismo, quien se sorprende de la autonomía de sus frases. Palabras que ilustran decires y pensares: decires de las cosas bellas, de las cosas injustas, de las cosas aborrecibles, de las vidas desgraciadas, de las gracias de la vida, de las gracias a la vida. Pensares que aflojan por instantes el nudo que ata a las condiciones humanas, a las condiciones terrenas, a la incongruencia de poder soñar más de lo que se puede actuar. Suspiros que alivian el desencanto, la cotidianidad, el espanto, la melancolía, la terca nostalgia, la soledad de los domingos y a fin de cuentas el llanto. Y la sonrisa. Y esa paz que pueden provocar cada uno. Palabras en fin, que liberan al espíritu.

Luisa con cerveza y caireles

El hacimiento de la playera

Hay noches lluviosas como este sábado pasado en que no se antoja ni el cine, ni la cerveza, ni salir a vagabundear entre los árboles. Entonces aparece la idea de pintar...





Así, Ana Luisa saca las pinturas textiles, extendemos el lienzo sobre la mesa y a estropear se ha dicho...

"¿Qué pintar? Mhhhhh..."












El sueño de Dar Veider