domingo, 22 de julio de 2007

Estación París (notas para un octubre primario)


Esa estación del año llamada París, en la que el viento poseía un tono melancólico y las hojas secas aplastadas a cada paso simulaban mejor el estado de ánimo que los edificios de piedra antigua ansiosos de desbordar su historia, se vuelca de pronto en un verano despejado y luces nocturnas esparcidas sobre las olas del Sena.


Pierre ha dicho esta tarde que iremos a beber cerveza y vino en el malecón cerca de la estación de metro Stalingrad. Los muchachos juegan petanque sobre la tierra amarilla. Pierre ha comprado baguette y queso de cabra. Bebemos un tinto en vasos de plástico mientras a un lado se trasladan las lanchas que cruzan a los cinéfilos de una a otra sala de la cadena MK2, de uno a otro lado del río. Hablamos de México y Francia, Pierre de su fugaz presencia en Puebla y el Distrito Federal; su pasión por el español, su fascinación por Oaxaca y los volcanes del valle de México. Hablamos también de políticos y estafas, cómo no hacerlo. Pierre ha estado en Mexico en 2006, yo he estado en Francia en 2001; en Francia la gente confió en la segunda vuelta, en México no la hay. Las instituciones existen pero no bastan.


Oscurece.


Hemos llegado en metro cerca del Palacio del Louvre. Caminamos hacia el río. Son cerca de las once y París está despierto y de fiesta en una noche sin lluvia.


Cerca del puente de las Artes, frente al Colegio de Francia, Jean Baptiste ha encontrado a un grupo de gente tocando flauta, saxofón, guitarra. Él intenta hacer un poco de funk con una guitarra minúscula mientras Pierre y yo seguimos hablando en español y bebiendo cerveza.


Cortázar, Apollinaire, Fayad Jamis interrumpen todos de pronto la contemplación del Sena haciendo guiños y proponiendo cada uno su mirada de extrañamiento. El que descubre a una nube narrar un cuento que no quiere ser un cuento pero que dibuja una fotografía enigmática que cobra vida por si misma donde un muchacho besa a una mujer hermosa en la isla de St. Louis, el que mira a la torre Eiffel como el pastor de los puentes rebaños cansados de su antigüedad tardía, el que pronuncia el despertar en París después de la segunda guerra y comprende y da sentido a aquel verso de Vallejo: "Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande".


Continuará…

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