miércoles, 17 de noviembre de 2010


Foto: E


UNO

Y verás mi rostro cuando los granos del sepia se fundan con los colores del mundo...

Ireri



Dos
Porque la sombra cobra vida, la sombra crea su propia silueta, delinea sus contornos al tiempo que otorga de movilidad a ese apenas murmullo que la constituye. Y de la misma manera en que un hombre común es aquel que nunca será un fantasma, como lo sabía Tario, un hombre insignificante es aquel que desconoce su propia sombra.

Álvaro Rueda, cuadernos póstumos.

martes, 14 de septiembre de 2010

Invocación de mi patria

Tendido en un vasto campo de sueños y recuerdos, terreno adentro de la imaginación y su universo, escucho la hierba mecerse antes del crepúsculo y su bóveda astral. Cierro los ojos para convocar visiones: extiendo la mano para acariciar la patria. Y es ya la patria como un paisaje, y es ya la patria una atmósfera envolvente, y es ya terruño, y es memoria, y es a veces olvido, que es también creación.

A la vuelta de un recuerdo, hileras de zanahoria y calabaza, ramales de agua, espigas verdes luego doradas y sorgos anaranjados de sol. Camino entre casuarinas y pinos en tardes azules. Alrededor, tierra negra y pata rescoldo del fuego trigo. En el horizonte, cerros de panza violeta, peñascos, piedra afilada, composiciones de órganos y nopales, tunas moradas de junio, polvo y luz. La patria me sabe a agua de alfalfa y a chico zapote, su eco resuena como un latir profundo de río o volcán, palparla es sumergir la mano en lodo y hierba, su aroma me es familiar como las gigantes guayabas de cáscara verde y pulpa rosada del huerto de mi infancia.


(Foto: Jesús Nieto)

A poca distancia, en el jardín, la jacaranda y el fresno toman un baño de luna: maridaje de sombras, alharaca de hojas agitadas por el viento del recuerdo antes de la batalla entre relámpago y trueno, violento ayuntamiento de Tláloc y la Madre Tierra que engendra flores y frutos. Entrada la noche, los grillos ensayan su concierto, aúllan los perros a la oscuridad, irrumpen ráfagas de autos por la carretera, zumban espontáneos los zancudos.

De día, trinos y gorjeos en el paisaje límpido de verdes variaciones. Ando el camino de tierra mojada, milpas recién bañadas, casas alzadas hace no mucho. Más avanzo, más se llena de ruido el pabellón de mi oído. Los automóviles pasan al lado de la escuela Artículo 123 en cuyos muros (ahora grafiteados) chillan colores de variopintos Benito Juárez predicando respeto.

Llego a una plaza que el sol ha vuelto una alberca de luz. Bajo los portales, el niño que fui muerde una paleta de hielo, dulce escalofrío en las encías destempladas. Más adelante, en la plaza de armas, vuelvo a descubrir las estatuas de los héroes. ¿Está hecha la patria de piedras solemnes? ¿Eres polvo de oro, patria mía? ¿Eres fresnos y álamos del bardo zacatecano que navegó suavemente las olas civiles? ¿O estás en la arrugada postal de Chapultepec del amoroso poeta guanajuatense? ¿Es tu fulgor inasible? ¿Te toca la anécdota del abuelo que de niño miró a Villa matar a un soldado por violar la sentencia de No robarás? ¿Estás aún nostálgica por el territorio perdido? ¿Vas a terapia para superar el episodio del tratado McLane-Ocampo? ¿Vives a tus anchas en el de Libre Comercio de América del Norte, o padeces la traición cotidiana de cada uno de nosotros, tus hijos de la Chingada?

Las entrañas me punzaban al aprender historia de Texas en una escuela gringa a los once años; una sensación estrujante en la tripa me asaltaba al cruzar la frontera. Casas de lámina y cartón. Rostros de pueblo jodido. Caminos de baches. La ropa de marca en la cajuela de marca.

Se me hace jirones la patria, como se me ha ido haciendo jirones la fe. La última confesión: San Juan de los Lagos. Escuchaba el bullicio del fervor, la gente se acercaba de rodillas a ver a La Virgen. Mi memoria evocaba historias de corrupción y retóricas huecas, una sensación de vacío acentuaba la falsedad de mi comunión. Pero el recuerdo viene también con música de conjunto, almuerzo y cerveza, muchachas de ojos del color de la patria que vendían dulces de leche.

En cada risa, en cada abrazo, en cada floreo de baile, en cada rodilla al piso entregas seña y santo, patria, de tu acrisolado origen. La patria está hecha de piedra bola en Zempoala, de piedra laja en la sierra Gorda, de piedra volcánica en México Tenochtitlan…y en la playa de Oaxaca horada el tiempo una ventana de piedra.

¿Se esconderá la patria entre las mariposas Monarca en el invierno, la sorprenderemos tomando siesta bajo un mezquite tristón, o mirando la pimienta rosa caída de los pirules? ¿Andará la patria en sábados de fiesta con mole de espinazo de puerco y arroz colorado, entre los muchachos y sus cantos de acordeón y tololoche?

De patria se me inflamaba el pecho y se me hacía china la piel en honores a la bandera. Se acumula polvo de patria en balcones, patios y torres de la antigua Valladolid. Miro impregnado de patria cada calle, cada árbol, cada niño, cada elote. En el café frente a la catedral repaso las noticias: patria nuestra de migrantes, asaltos, allanamientos, liquidación de cuentas pendientes. Doy vuelta a la hoja del diario para hallar otra muerte. Patria de velorios y entierros. Patria bendita y persignada. Matria de sacrificios y desvelos, rezos y genuflexiones.


(Foto: Carlos Nieto)

El tiempo se aferra a la patria en el barroco de oro y madera, de piedra esculpida en altos y bajos relieves, columnas salomónicas, estípites, soles y lunas de Mesoamérica, flores de nochebuena en el templo de Angahuan. Acaso sean mi patria las historias de don Raymundo, que vivió a los quince años el nacimiento de un volcán y miró a su abuelo llorar, recargado en la puerta del templo, porque se les acababa el mundo. Mi patria podría ser el maestro Lara que aprendió de nuevo las técnicas del barro que ya conocían los antiguos en Tlalixcoyan.

Apenas la pronuncio, la patria se me escapa de la lengua al viento, se escabulle por los adoquines de Motolinia y Gante en su domingo de algarabía. Trato de asirla, la ando persiguiendo por Donceles y sus librerías de viejo, pregunto por ella en el café libanés a espaldas de catedral, la confundo entre la multitud que avanza por 5 de mayo. Se escucha música de bolero y danzón, mas de pronto el silencio, el escalofrío y el ruido de un motor: un camión del ejército circula por el centro histórico en una tarde de domingo. Hace cinco años una amiga, recién llegada de Colombia, cayó en cuenta de que en México no andaba la milicia por las calles. Supongo que se sentía tranquila, también, porque no estallaban granadas en festejos patrios, no morían asesinados alcaldes, inmigrantes ni deportistas, gente que uno conoce de nombre, cada vez más cercana a la que conoce de trato. No se andaba con el temor entre miradas, aunque ya se acumulaban en la conciencia cifras de mujeres asesinadas en el antiguo Paso del Norte, y de tantos indígenas, agricultores y otros muchos innombrados en este cuerno nuestro de la mal distribuida abundancia.

Eres grito y murmullo, patria, no eres silencio. Eres sombra y sombrero. Eres de cantera verde y rosa, eres de agave, de canto y gallo, de pulque y mezcal, de cuitlacoche y flor de calabaza. Eres de trigo y maíz, eres fuego y ceniza. Eres de polvo: patria de polvo abuelo, patria de polvo al vuelo, festín de arcillas de tono y textura. Eres polvo de panteón y pólvora de fiesta. Eres zempoalxóchitl y garra de león, calacas de dulce y cráneos ensangrentados, calaveras de polvo y calaveras de verso. ¿Dónde el zompantli para tantas derrotas? ¿Dónde la voz? ¿Dónde el alma para tantas lágrimas?

Al rojo vivo se tatema el carbón, se cuecen las gordas de maíz, hierve el atole. Fluye en tus venas el universo, patria, con sus certezas y sus misterios. ¿Somos la raza cósmica? Somos gente de aquí y de allá merodeando sobre la piel rugosa de la Tierra. Asentados a la orilla de un río o de una laguna hacemos hogar, engendramos gente, engendramos historia, engendramos palabra: se hace el verbo y nace un mundo. Raza de maíz, raza de polvo. Somos letra y somos ceniza, puño de tierra, manojo de hierba.

Tendido en una pradera, miro crecer la noche. Viene asediando al cielo un ejército de estrellas. Me pongo de pie para volver a casa. Un día estará mi cuerpo tendido bajo tierra, será alimento mi carne, o será polvo esparcido, y seré yo mismo patria.

lunes, 16 de agosto de 2010

Mundo


Foto: E
UNO
La vida de la modernidad liquida es un ejercicio cotidiano de fugacidad universal, asienta Zygmunt Bauman en su libro "El arte Liquido" para referirse a lo intrascendente que resultan todas las cosas del mundo en esta época del fluir sin sentido.
Sin embargo, para el fotógrafo resulta emocionante el desafío de nadar en las apresuradas corrientes de la vida y lograr captar momentos que sin duda, rompen con la idea de Bauman, pues desde que son abstraídas hasta que son expuestas a alguien más, trascienden el tiempo y cobran sentido.
Por Ireri


Dos


Tres

Un niño camina sobre la arena como cada tarde, pequeñísimo y convencido, el caracol en las manos: está seguro que el atardecer se escapa de aquel objeto marino, grande y rugoso, con ruido de playa cuando se lo acerca a la oreja. Deja al bicho sobre el suelo, un bicho sin animal desde hace quién sabe cuánto, y espera. Escucha a los naranjas desdoblarse mientras se desenredan casi sin ruido, confundidos con las olas. Aquella música de colores incendiados lo invade todo, instalándose sobre el océano mientras la arena cambia de dorados, y el niño se sonríe satisfecho porque empieza la canción de cuna que hay que cantarle al sol para que se oculte, aunque sólo él lo sepa, sombras que crecen alrededor de las aguas.
El mar va y viene, y el niño espera. Cuando las primeras estrellas aparecen, esconde al atardecer otra vez en su sitio, y se mira las manos con asombro. Desde hace meses, todos los días, el atardecer no ha dejado de nacer de su caracol.

Por Lucía


Cuatro

La perspectiva, el uso de efectos visuales, los colores reales y los colores montados, se aglomeran en un todo al que se le puede dar una infinidad de sentidos, o simplemente llamarlo locura. Pues es un mundo de interpretaciones creadas en paralelo a la realidad de la que fue abstraída.

Por Serena

martes, 27 de julio de 2010

Un instante


Foto: E

Uno
Cuán creativa puede ser una imagen aun cuando su bidimensionalidad limita la vista a un solo encuadre...

La fotografía congela el instante y lo hace permanente, lo sujeta, lo retiene, lo hace trascender al tiempo y lo redime ante la contemplación.

Esa contemplación en la que surge el aletheia de Heidegger, en la que la mirada sublime traspasa las emulsiones de una impresión fotográfica y desvela un sin fín de historias, metáforas, analogías y huellas.

Y sin darte cuenta, en un instante has levantado paredes ideológicas que se sobreponen y se conjugan unas con otras; generando mundos paralelos.

...porque en la edificación de la imagen ya no cabe una sola realidad.

Por Ireri




Dos
(bosquejo de una realidad)

Las yemas encuentran cauce en los poros. Peces o serpientes, deslices en descenso por corrientes y recodos de broncínea piel. Al tacto del empeine sucede un artilugio, magia del tacto, artesanía de lo indecible. Lenguaje silente que precisa labios sin menester de palabra, que precisa saliva sin menester del habla. Lenguaje multitudinario de células prestas a la reacción de un apenas roce.

Despertar de cosquilleos, alboroto de sensibilidad, emergencia de suspiros.

Por Jesús


Tres

Sus ojos no eran suyos esa noche. Váyase a saber por cuántos pastos habían caminado aquellos pies antes de decidirse a quitar los zapatos (ese pasto que podía llamarse grama o zacate o césped pero que él llamaba pasto por pura nostalgia nacionalista). Había llovido y el rocío le lamía las yemas de los dedos suavecito. Pensaba en la urgencia de llamar, ir o regresar por donde mismo había venido, en una de esas jornadas en que se sentía insignificante, y quería seguir pensando pero las estrellas lo veían también, las estrellas lo veían y el pasto era suave, así que se le antojó dejar los ojos colgando por un rato para no soñar con caminos sino con estrellas… y se sentó a esperar, quedándose dormido.

Por Lucía

lunes, 12 de julio de 2010

Huellas


Foto: E




PRIMERA APROXIMACIÓN:

Al tacto de la luz
se despliega en capas la textura,
ojo de luz y sombra,
maridaje de cortinas
de piel platina

Acrisolado juego de metal,
grabación y hendidura,
diminutas sombras penetrantes,
salpicadura de chispas de sol
que al disparo una alquimia hace lunares

y les hace rayar
huellas de un tiempo aferrado
a
la
caída
oblicua

(Jesús)


SEGUNDA APROXIMACIÓN:

Etimológicamente, fotografía significa escritura de la luz, agente físico necesario para hacer visibles los objetos del mundo.

Pero este significado cobra sentido hasta que se da el proceso fotográfico, donde ese haz no se conforma con señalar y comienza a marcar y penetrar, hasta que deja una cicatriz conceptual en la superficie del papel fotográfico, la imagen.

De igual forma, la piel humana es el soporte de un camino recorrido. Las marcas que lleva encima son la incidencia de la experiencia y el tiempo, que con cada surco o arruga preservan una historia de vida.

Para la propuesta de la semiótica moderna propuesta por Charles Sanders Peirce, la imagen antes de ser fotográfica es un índice, es decir, un signo que mantiene una relación de proximidad física y temporo - espacial con su referente y por lo tanto califica a la imagen fotográfica como carente de dichos aspectos.

Sin embargo, (a mi parecer) la fusión de horizontes durante la experiencia estética establecería una relación de proximidad real en tiempo y espacio con la fotografía.
Por lo tanto, la fotografía es una huella de la realidad.

La piel es el lienzo de la vida pero la fotografía es la piel del mundo.

(Ireri)


jueves, 8 de julio de 2010

El buen Cortázar, el cuento y la fotografía

El fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos, sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento.

Algunos aspectos del cuento, 1962.




Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier repórter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche.

"Las babas del diablo", Las armas secretas, 1959.

lunes, 28 de junio de 2010

Angustia por la muerte

Gilgamesh es un poema antiguo, producto de la cultura de los babilonios; mas llegar a las profundidades de una cultura significa adentrar en la esencia del hombre. Comencemos, pues, con su resonancia en la Biblia, heredera de este texto. El autor (¿autores?) de este poema deja una sensación de anhelo de sabiduría. Hay por lo mismo en la voz del poeta, admiración de lo aprendido por Gilgamesh, el gran rey. Es éste el mismo signo de grandeza, por cierto, que podrá hallarse en Salomón de Jerusalén:

El principio de la sabiduría es el temor de Yavé,
y son necios los que desprecian la sabiduría y la disciplina […]

La sabiduría está clamando fuera
alza su voz en las plazas. […]

Mi fruto es mejor que el oro puro;
Mi ganancia, mejor que la plata acrisolada.

Mas el hombre es siempre falible. Ese deseo de sabiduría puede llegar a ser también vanidad, como se advierte en el Eclesiastés, pues donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber, crece el dolor. En Gilgamesh, los dioses de pronto se molestan de ver a ese ser, dos tercios divino, un tercio hombre, buscando la vida eterna. Lo llamativo de nuestro héroe babilónico, quien todo lo supo, es que su interés en el conocimiento nace de la angustia por la muerte. Gilgamesh completa su periplo para llegar al final a aceptar su condición mortal. Utanapishtim contempla muy claramente la condición de los hombres mientras ve al héroe dormir: “¡Cómo es débil la inconstante humanidad!”

Los dioses y los semidioses de las mitologías antiguas (la griega, la nórdica, la mesoamericana) son cercanos a nosotros, actuales, gracias a su notable humanidad. La escritura, y con ello lo que fue primero: los mitos y los cuentos orales, parecieran necesitar de la creación de la divinidad para contemplar a los hombres y entenderlos. Los hombres nos escribimos a nosotros mismos. Y de ahí la necesidad de inventar al otro, a aquél que es diverso de lo conocido, para el que podremos ser siempre causa de asombro, aunque no sea más que un artificio para hablarnos a nosotros mismos. A diferencia de la contemplación en el espejo, o en el río de nuestra conciencia; el crear a uno que contempla es un ejercicio de imaginación, acaso de jugar a ser dioses. Esos seres creados, no obstante, no pueden dejar de reflejar nuestra manera de entender y ser en el mundo.

Así, después del viaje, y habiendo llorado su suerte, al contemplar frente a sí Uruk-el-Redil, su ciudad, Gilgamesh no puede sino señalar su grandeza y comprender que no hay inmortalidad más que en lo que se ha construido en la vida. Muere el ser humano y no deja sino su obra. Es ésta la que podrá trascender. Gilgamesh, no sólo el héroe, sino el poema ya, adquiere perennidad. Igualmente, hoy no sobrevive José Gorostiza, pervive la Muerte sin fin y ese minuto descrito que no deja de acosarnos, lo mismo a los sabios aztecas que previeron la llegada de hombres barbados, a los católicos de Pedro el Ermitaño, a los jacobinos de Era Terciaria, que a los ingenuos devotos del espíritu del capitalismo: en el terco repaso de la acera, en el bar, entre dos amargas copas o en las cumbres peladas del insomnio. Dioses creadores de poemas, dioses creados por la pluma, hombres inventados, somos los mismos al paso de la edad del mundo.



Visión del mundo
Nos llega de esos tiempos remotos en que las tierras del actual Irak no eran bombardeadas aún, sino por sus dioses, la experiencia de la construcción de un imaginario. El mundo material que rodeaba a aquellos hombres aparece en la lectura de este poema: lapislázuli, trigo, leones y con ello, sus dioses. El escrito nos trasmite una concepción del mundo, a través de su uso del lenguaje, la manera de jugar con él. En este sentido, la característica más frecuente es el paralelismo: Su boca es fuego. Su aliento es muerte (refiriéndose a Huwawa). Pero también, como se ha dicho, por la expresión de los temores y deseos, la concepción de la naturaleza humana; aunque todo esto transmitido inevitablemente mediante el lenguaje.

Hay una característica del héroe que resalta y es su capacidad sensible. ¿Cuántas veces vemos a Enkidú y a Gilgamesh llorando o contando al otro un sueño que lo intriga? El amor entre estos personajes también llama la atención; el profundo lazo cariñoso que los une y que se demuestra en distintos momentos. Estos héroes se consideran hermanos y juntos andan. Es una exposición de la necesidad de compartir, la visión de la colectividad, y más precisamente de la pareja. En el momento en que deciden luchar juntos hay una exaltación de la solidaridad: se unen para tener más fuerza. De manera que la expresión escrita da cuenta también de valores sociales.

Por muchos años, la antropología creyó que era su labor estudiar las civilizaciones lejanas al hombre europeo, las otras civilizaciones; pero no como sociedades y comunidades distintas sencillamente, sino como antecedente de la civilización europea. Babilonia sería entonces la inmadurez, infancia humana. Me gustaría ver, o al menos así he querido leer este poema, como proveniente de un abuelo sabio que hubiera vivido en otro universo; el habitado por otra época del tiempo. Ese universo no podría ser muy distinto del actual, pues a cada hombre que ha vivido lo ha acosado la misma angustia por la muerte.


Referencias:
Proverbios, 1, 7; 1, 20; y 8, 19. Sagrada Biblia (Traducción de Eloino Nacar Fuster y Alberto Colunga Cueto.), B.A.C., Madrid, 1979.
Gilgamesh o la angustia por la muerte (poema babilónico), Trad. Jorge Silva Castillo, Colmex, México, 2004.

domingo, 6 de junio de 2010

Sonetos de la Eternidad de Gustavo Enrique Orozco

Del soneto, flor antigua y siempre joven, viene Gustavo a cantarnos...
Está más que probada la posibilidad de una forma poética que ha dado frutos invaluables en los terrenos de la lengua española, como lo comprueban las cosechas memorables de aquel siglo de la espigas de Oro.

Once sílabas, la cruz y la espada española vinieron a América. Y el oído diligente de aquellos que aprendieron otras lenguas de esta tierra hace más de quinientos años pudieron hallar cauce para el endecasílabo en el río reinvención del castellano que implicó la conquista, pero también en la traducción de poetas como aquel sabio señor de Texcoco, llamado Nezahualcóyotl.

En el siglo pasado Ezra Pound, el poeta estadounidense, fue a perseguir a Italia y a Occitania en el sur de Francia documentos del siglo XI para hallar los orígenes en Occidente de esta manera de acomodar las palabras. Y en su tarea de investigación fue a dar con recopilaciones de China y otros países de aquel, ni tan Lejano ni tan Oriente para nosotros. Tras largas horas de lectura con su voz vigorosa y como de ultratumba, de investigaciones exhaustivas por las poesías del mundo, Pound fue moldeando su poética. En El arte de la poesía nos dice que son ingenuos aquellos que creen que escribir un poema se trata de algo menos difícil que escribir música. Gustavo Enrique Orozco asume este reto.

No es ninguna casualidad que desde hace tiempo profiera un amor excepcional a la Sinfonía Fantástica de Berlioz, a La Consagración de la Primavera de Stravinsky, a ciertas piezas de Eric Satie y al jazz. Sé que ha retomado sus clases de saxofón. Ignoro sobre sus dotes como intérprete, pero estoy convencido de su capacidad para encontrar el ritmo. Quizás alguien podría nombrar a algunos de sus Sonetos de la Eternidad, sonetos sincopados, señalando la influencia del contratiempo en el jazz, pues Gustavo juega con la forma del soneto, haciendo encabalgamientos que reinventan el tradicional esquema de dos estrofas de cuatro versos y dos estrofas de tres versos.

Entre pláticas sobre poemas de Villaurrutia y Gorostiza, la voz de Ella Fitzgerald, las composiciones de Miles Davis, y nuestros fantaseos de ficción histórica, Gustavo Enrique me ha abierto la puerta para leer a Fayad Jamís, Elsa Cross y William Carlos Williams, entre otros poetas. Dicho esto, me es inevitable pasear los ojos por las páginas de su recuento del viaje a la Eternidad sin percibir ciertos guiños a estos y otros autores, pienso en Paz, pienso en Borges y evoco la primera vez que me leyó una selección de los Elogios de la luz y de la sombra, ese deslumbrante texto de Jaime Labastida.



Orozco ensueña la eternidad en el instante, tema antiguo entre los poetas líricos. Lo eterno es lo indecible, lo inefable porque se nos escapa de los dedos en aquello que deja de ser una caricia para ser un recuerdo, en aquello que era una mirada y es ahora evocación de tristeza. Lo eterno se esconde como un chiquillo travieso entre las horas que se apilan en los estantes de la cotidianidad. Pero Gustavo Enrique se mete a husmear en la mercancía apilada de los estanquillos de la memoria y la imaginación; y entre luces y sombras logra que la eternidad salga a jugar un rato con él a plena luz del día o en los intervalos en que se dibuja la tarde a tiempo en sol, a tiempo en sombra.

La luz es una sustancia poderosísima que Gustavo emplea como materia prima. El autor percibe en ella una cualidad corpórea y en sus poemas deja testimonio de la observación de halos, sí, pero también de falanges de luz, páramos de reflejo, llamas dormidas que descienden.

Uno lee Sonetos de la Eternidad y se pregunta cómo. Cómo puede atreverse un hombre a ejercer esta libertad, en un mundo de realidades no pocas veces oprimentes, la libertad más libérrima, la de sentarse en un sitio, dígase el Paseo de la Reforma, el desierto en Sonora, una buganvilea en un muro de Yuriria o las alturas de la torre Latinoamericana, y no hacer otra cosa que no sea contemplar, y no sólo, sino ejercer el poder de la palabra y volverse así medio y testigo de la contemplación del mundo.

Sé que Gustavo, de muy niño, en algún sitio de la casa familiar en Azcapotzalco descubrió una antología con versos de San Juan de la Cruz.
A ese tipo, quizás, le podamos echar la culpa.

Sonetos de la Eternidad de Gustavo Enrique Orozco, Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, México, 2009.

http://gustavoenriqueorozco.blogspot.com

viernes, 28 de mayo de 2010

Serenata a la luna de Paul McCartney

¿Mejor? Imposible.

La lluvia amenazaba desde las seis de la tarde, justo minutos antes del concierto los nubarrones dejaron caer una lloviznita como no queriendo. Pero entonces y como si trajera guitarra de Paracho y un alma nostálgica...
"All my loving, I will send to you..." y era ya un cielo despejado, negro.

Como buena mujer Ella no salió a la primera canción, acaso no le hace tan feliz lo más reciente de la producción del pretendiente. Esperó melodías más antiguas...
¿Pero quién se resiste a The long and winding road en el piano? De pronto, justo en la esquina derecha del escenario fue sediendo a sus holanes.
Vino My love dedicada a los enamorados, y era ya una luna plena.

Jet.
Homenaje a Harrison, homenaje doble a Lennon.
All we are saying is give peace a chance (y sí yo también quiero un MÉXICO EN PAZ). Let it be.
Prólogo de Bach para tocar Blackbird (Pinche Paul, qué estilo, carajo. "Me and George used to play some classical music... that was writen by J.S. Bach, but then we went like this...).
Alternación de instrumentos: piano, guitarra, bajo y piano, piano...
El tipo de pronto se levanta de su banco y se recarga en el piano, cruzado de brazos. Contemplaba su magia.
Hizo con la masa lo que quiso. Nos hizo corear Hey Jude (hombres/mujeres/los de hasta atrás/los de hasta el frente/all together now...)

Day tripper, A day in life, Ob-la-di-ob-la-da, Let me roll it, Band on the run, Live and let die, Something con ukulele (para mi amigo George)...If you where here today, para Lennon (pinche momento más emotivo). Y llegó. Alto en el cielo, una estrella. He was there, I'm pretty sure. (También estuvo mi hermano el menor con un mensaje vía blacberry, y tantísimos recuerdos desde la adolescencia.)
Yesterday, (no podía fallar, Aude). (Yesterday, sí, y yo ya estaba con la rodilla al piso lanzando besos, después de bailar como estúpido, gritar cien veces cien cien veces que Paul era un genio, un chingón, una maestro, y la voz que se me hacía agua. Y abrazando a mi primo.)
Sgt. Pepper's lonely heart club's band. I got a feeling. Two of us.

Todo esto vino entre frases en español, sus gracias México, gracias chee-lan-goes. De pronto, sale del lado derecho del escenario ondeando una bandera mexicana...Luego uno de sus músicos entra con la de Inglaterra.
Nos recordó de sus clases de español cuando era niño (quienes conocen el Liverpool Oratorio, lo saben): tres conejos en un árbol, tocando el tambor, que sí, que no, tocando el tambor, que sí lo he visto yo. (También estuvo, entonces, mi hermano mayor, guiño.)

Get back. Helter skelter (si ustedes quieren rockear, yo sigo...) Hasta que luego ya dijo que había que ir a dormir.

And in the end...the love you take is equal to the love, you make.

Sobra decir de los na na na nás de la gente al salir del foro... y un all you need is love de unos despistados que tuvieron que tomar un camión a Reforma y de ahí un taxi...Ah, qué desmadre salir del Foro Sol.

Paul's not only alive, he's here forever.

domingo, 9 de mayo de 2010

Evocación de don Carlos

Yo quisiera haber asistido a aquella escuela preparatoria donde un profesor explicaba la Historia de América, empleando como gran poderío la palabra. No para dominar, sino para colorear los libros de vegetación, hombres, aves y soles.

En esas conferencias, recorrería su voz profunda las venas de cauce veloz: Iguazú, Grijalva, Orinoco, Amazonas; los bosques, selvas y pastizales; y ese sol que tiñe la polvorienta piel de la tierra y la tez de los hombres.

Si Bolívar surgió entre una asamblea de montañas, ¿habrás nacido tú, maestro, en un baño de sol, de amor y de lluvia sobre un peñasco a un costado de un río? ¿O en una bocanada de aire fresco, o un sublime respiro del gran espíritu americano, allá donde la cabezas gigantes de nuestros antepasados nos vigilan con ojos muy abiertos?

De aquellos gigantes y sus contemporáneos, a quienes mirabas como si la tierra ocultara su cuerpo entero y sólo sobresalieran ante nuestros ojos las cabezas colosales, no repetiríamos sin aprender: La Venta, Tres Zapotes, San Lorenzo, sino que podríamos acaso intentar acercarnos, a través de tu poesía, a esas otras historias que son Historia y también nos pertenece.

Tú que has sabido dar un lugar a los predecesores, comprendiendo los defectos que de ellos cargamos, aceptando tu origen en la tierra como un todo, y descubriendo las expresiones de la cultura en cada uno de tus viajes por nuestro continente, tú, no has muerto. Has despertado ya en nosotros, la inquietud de buscar la identidad en este mundo; y de admirarlo y recomponerlo con la palabra entintada en la paleta de los colores de la naturaleza.

Has sembrado ya con tu pasión, en ese canto al mundo que fue tu vida, una esperanza en el porvenir de un pueblo confundido, aún agachado acaso ante "tribus espigadas", como dice Efraín Huerta, pero acaso sabiéndonos contemplados, también, por la mirada de piedra sabia que nos alienta a forjar un destino portentoso.

Y cuando llueve en esta Ciudad de México, es como si natura dejara caer ese tu bálsamo del trópico que incita a crear.

jueves, 6 de mayo de 2010

Notas para un hasta luego

Fresca y solitaria,
ausente de ajetreos,
cuando las hordas te despueblan
huyendo a tus caricias y reclamos,
te reconocí a mis diecisiete años.

Tus muros centenarios,
tus palacios elogiados por Humboldt
y abandonados a las multitudes.
La incontenible decadencia.
La sobreabundancia y la miseria.
El recelo primerizo,
paranoia de miradas.
Tus árboles, tu porte, tu grandeza.
Las ganas ansiosas de ti.

Bien lo dijo el paisano Huerta:
Amor se llama,
el circuito, el corto, el cortísimo
circuito interior en que ardemos.


He bogado por tu vientre,
tus relieves, azoteas y balcones.
Cuauhtémoc. Irrigación.
Coyoacán. Santa Úrsula.
Narvarte. Uxmal.
Luz Saviñón. Torres Adalid.
Tlalpan. Ciudad Universitaria.
Vizcaínas. Revolución.
Signos y señas de paseos, despedidas y ensueños.

Cuando me vaya evocaré tu euforia de viernes,
borrachera de emociones;
la soledad y el duelo en la calle de Uxmal,
junto a la casa de ese viejo magnífico
que escribe novelas
y roba carcajadas.

A veces en el trasiego de los barrios
o en las madrugadas cuando te desconocía
para ir a descubrir los rincones del país,
me han sorprendido,
nebulosas bajo la lluvia tristona,
las montañas que vigilan este valle,
cuya tierra no dejas de abarcar.


Recordaré caminatas
bajo la techumbre de jacarandas,
que en abril cantan en su lluvia lila.
El aprendizaje del danzón sobre una raída duela.
Los mercados, sus quesadillas y su algarabía.

No olvidaré la caída de la tarde,
el sol descendiendo al fondo,
más allá de la victoria alada,
ángel nuestro que anuncia acaso
más que un grito libertario,
un mensaje atemporal y divino.
Ni el coro de tazas sobre platos
una tarde
que antes del café y el tabaco
multitudes recorrimos tus calles centrales
queriendo alcanzar a gritos, pasos y puños alzados
utopías prometidas.

Y la intensa piedra de hielo
luna de octubre
que encharca de luz las azoteas.
Gotas de lluvia otoñal
pasos de pianos vecinos
notas de Claude Debussy.


Resuenan en mí tus ecos de gran templo,
laguna subvertida,
mítico edén,
paraíso infausto,
alegoría de lo inconexo.

Y la contemplación de bunganvilias
sobre negras piedras
que te dejó el volcán
de una civilización perdida.


Se quedan atrapados en mí
tus arrullos melancólicos,
nuestra comprometida nostalgia,
nuestras ruinas,
la amargura,
nuestros amorfos sueños.

En la mañana y en el mañana,
diré que fuiste,
Ciudad,
amor en mi vida.

martes, 13 de abril de 2010

Pellicer, según Vasconcelos

Poeta de la belleza -como Darío a quien no por eso falta sentimiento-, Pellicer posee el decoro de esa escuela de expresión que busca en la forma un molde que la idealiza y la depura. No hay en su alma torrente, ni ante el mismo Iguazú se contagia del trepidar de la fuerza confusa, sino que la resiste, la disocia, la musicaliza, la dispersa en notas o la organiza en sinfonías. Nada en él es turbio; su corazón se conmueve, pero sin pasión perversa, y su mente es cristalina. De allí que todo le va resultando claro; los panoramas tropicales de colorido espléndido, sus emociones que se tornan visión límpida, su pensamiento que se le vuelve paisaje. Leyendo estos versos he pensado en una religión nueva que alguna vez soñé predicar: la religión del paisaje; la devoción de la belleza exterior, limpia y grandiosa, sin interpretaciones y sin deformaciones; como lenguaje directo de la gracia divina. La adoración del paisaje que es hálito maestro y temblor del mundo fundidos y como recién criados en el seno de una potencia que supera la realidad ordinaria, y redime las dos vidas, la vida atormentada del alma y la vida inerte de la naturaleza. Dos especies de existencia que se confunden en un ritmo nuevo que las transfigura, esos son montañas y cielos, plantas y seres cuando las sentimos impregnados del trémulo vibrar del corazón y su infinita armonía nos deslumbra. A eso llamamos belleza o lo llamamos amor, y el que ha amado así se vuelve impotente para amar en forma más reducida. Me atrevo a pensar que así amaba Jesús y que así amaba San Francisco y los poetas que miran las cosas como dentro de un halo de belleza universal y viviente, son como magos reveladores de ese sentimentalismo que posee la ternura de las lágrimas y la profundidad del universo.

Fragmento del prólogo de José Vasconcelos, amante de la música de Beethoven y los libros de Schopenhauer, a Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, de Carlos Pellicer. Extraído de OBRAS. Poesía, Fondo de Cultura Económica, 2003.




Reunión celebrada en 1923. Aparecen: Ricardo Gómez Robelo, Roberto Montenegro, Antonio Caso, Alfredo L. Palacios, Gabriela Mistral, Carlos Pellicer, Julio Torri, Francisco L. del Río, Alberto Vázquez del Mercado, Palma Guillén, José Vasconcelos, secretario de Alfredo L. Palacios y Manuel Gómez Morin. (Pellicer es el de bigote que tiene los brazos cruzados y está justo debajo de Vasconcelos, tercero de la fila de arriba de derecha a izquierda. Gómez Morín es el primero de la derecha.)
Imagen y pie de foto tomados del portal del INEHRM, que a su vez la toma de: José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos. Una evocación crítica, México, FCE, 1977, s/p.

jueves, 8 de abril de 2010

Del señorío purépecha, donde moraban los pescadores

El colibrí se agita en la hamaca transparente del aire, las aguas se filtran en el cedazo natural de la Tzaráracua en el eterno devenir de Heráclito, el pez se escabulle de la red con alas de libélula del pescador, la canoa se desliza silenciosa, los instrumentos están listos para la caza de las aves acuáticas, que pronto caerán presas del tzupagui.

Rafael Nieto

martes, 23 de marzo de 2010

Huey mécatl: canto de primavera

I
Prístinos soles azules
ardieron en otras galaxias
Diminutos testigos luminosos
pequeños peces diamante
se incrustan en la bóveda marina

Acá abajo el pentágono sonoro
cinco ballenas anaranjadas
navegan el viento
Cantos del tiempo y el desierto
entonan sus cuerdas magnificadas

De la rugosa y fría piel de ballenas holandesas
se desprenden melodías apacibles
Prestos a oídos diligentes
surgen destellos de arpa
percusiones y rasgueos
pianofortes y estruendos
evocación de bajos y cellos

Fluye la noche
cantan el desierto y el tiempo




Foto: David Pineda
www.flickr.com/photos/pineeda

II
Pasado el mediodía
Tonatiuh Apolo Tata Huriata
derrama aún sus rayos
lisos cabellos dorados y anaranjados
sobre la piel metálica y rugosa
de las cinco ballenas

Crean nuevamente las cetáceas
pentagónica armonía
a compaces de luz
Sus naranjas cuerpos reverberan
y el sonido se desparrama
violenta tempestad
vorágine de alta marea

Y el sonido se va lentamente escurriendo
suave oleaje
hasta esconderse de vuelta
en el mar azulado y violeta
que es de nuevo la bóveda celeste

Cantan el tiempo,
el mar y el desierto
Empapándose de luna
nace el crepúsculo primaveral.


Ciudad Universitaria, Coyoacán, marzo del 2010.

miércoles, 3 de marzo de 2010

De Poeta en Nueva York



La aurora

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca



A propósito de La aurora

Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo planteó una síntesis de la herencia de dos vertientes de pensamiento que nutren la mentalidad estadounidense, el protestantismo calvinista y las lecciones acerca del manejo del capital en la autobiografía de Benjamín Franklin. No podría haber un espacio más propicio que Nueva York para percibir los frutos de esa compleja ideología.

Federico García Lorca desde las entrañas del monstruo, como lo diría Martí, describe e interpreta una de las facetas de un mundo donde la máxima institución: la bolsa de valores en Wall Street, si bien es la máxima expresión del capital especulativo, es también, como lo ha dicho Woody Allen, una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea (Ver: Manhattan, 1979).

García Lorca pinta los versos con chapopote y deja caer sobre ellos el metal dorado que devora niños abandonados. Remite este poema a un anhelo de justicia, por una parte, y también hay el afán de hacer ver la infertilidad de ese diario movimiento de hombres-máquina; pues se va a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. En contraste, podríamos jugar con esos mismos colores e imaginar un campo de tierra negra del cual se cosecha el oro del trigo. El asfalto, en cambio, no produce nada.

Natura, la aurora en este caso, al gemir, es testigo de una podredumbre total. El poeta pareciera darle voz a una naturaleza sepultada bajo el asfalto de Manhattan que grita implorando o exigiendo libertad.

El mal, engendrador de inmundicia, es el espíritu del capitalismo, el afán individual de acumulación de riquezas que inevitablemente mengua la posibilidad de acumulación de alguien más. La herencia protestante es un ascetismo que niega el disfrute, el goce de la vida, en virtud de alcanzar la gloria eterna. García Lorca muestra estas contradicciones, pero sobre todo, hace notar lo vacío de un mundo ausente de canto y arte.

El joven anarquista español, autor de canciones y poemas de arte mayor y menor, que cantara nardos y caracolas; muslos que se escapaban como peces sorprendidos; la muerte de su primo el Camborio; y un horizonte de perros que ladraba muy lejos del río, en Nueva York, en el fatídico año de 1929, no puede sino cantar columnas de cieno.

lunes, 1 de marzo de 2010

Entonces

Andando por la huerta apareció una hoz, allí donde llevaban el corte segando la maleza, una hoz como con la que cortábamos la alfalfa.
Alfalfa con la que hacías agua los domingos cuando me pedías que saliera a cortar un manojito, la enjuagabas en el fregadero y la metías a la licuadora donde ponías agua limpia del pozo, la endulzabas y nos la tomábamos a media tarde.
Teníamos la media hectárea de enfrente con alfalfa para darle de comer de ahí a los conejos, cuando había conejos.
Y en épocas de apuros hacíamos pacas para vender en el mercado. Antes pasaba con Leopo, que era del único de quien me fiaba para esas cuestiones. ¿A cómo se está vendiendo la paca? Que a este tanto, o este otro. Y con la camioneta cargada me iba para Uruétaro a vender esa hierba verde antes de que ese echara a perder.
Pero la verdad, nos gustaba sembrarla porque se veía tan bonito, sobre todo en los días de julio, la alfalfa enfrente de la casa y al lado los mezquites y los fresnos que se lavaban con la lluvia. Y sí, nos quejábamos porque había muchos charcos y no faltaba quien se le atascara la camioneta en el camino, o se anduviera resbalando en el ramal. Y vente con el tractor, y que los muchachos se suban en la caja de la camioneta para hacer contrapeso.
Sembrábamos trigo porque rendía mucho por hectárea, aunque necesitara más riegos que la cebada. Al cabo que si no había agua de temporal, estaba el pozo. Y a la hora de la cosecha le rentábamos la trilladora a Nando y llevábamos el grano en los camiones grandes. Si no se vendía con uno, íbamos con otro y si no íbamos hasta las harineras. Sí, así era, cuando el pozo daba agua, cuando sembrábamos trigo, cuando llovía, cuando teníamos la alfalfa y los conejos, y también daban.


Gustav Klimt, Huerto frutal.

sábado, 20 de febrero de 2010

Aproximación a Éluard



Versión de Te amo

Te amo por todas las mujeres que no he conocido
Te amo por todas las épocas que no he vivido
Por el aroma de alta mar y el aroma a pan caliente
Por la nieve que se derrite por las primeras flores
Por los animales puros que el hombre no amedrenta
Te amo por amar
Te amo por todas las mujeres que no amo

Quién me refleja sino tú misma
me veo tan poco
Sin ti no veo más que un vasto desierto
Entre el antes y el ahora
están todas esas muertes que he librado en la miseria
No pude atravesar el muro de mi espejo
He tenido que aprender la vida palabra por palabra
como uno olvida

Te amo por esa sensatez que yo no tengo
Por la salud
Te amo frente a todo aquello que no es más que ilusión
Por ese corazón inmortal que no detento
Crees ser la duda y no eres sino razón
Eres el gran sol que me sube a la cabeza
cuando seguro estoy de mí.

Paul Éluard

miércoles, 17 de febrero de 2010

Aproximación a Tagore



Versión de un fragmento de Gitanjali

Me ha hecho usted infinito,
tal es su placer.
Una y otra vez
vacía este frágil cuenco
y lo llena siempre con vida fresca.

Ha llevado esta pequeña flauta de caña por colinas y valles
y ha exhalado en ella melodías eternamente nuevas.

Al toque inmortal de sus manos,
mi corazón pierde los límites de la dicha
y hace surgir el decir inefable.

Sus dones infinitos son recibidos
por mí, en estas pequeñísimas manos.
Pasan los años y usted sigue vertiendo
y aún queda espacio por llenar.

Rabindranath Tagore

(Gracias por la revelación, Francisco.)

lunes, 18 de enero de 2010

Es tiempo de barrer,
de ir recogiendo al paso las escamas
y las hojas
que los árboles ceden al tiempo.

Es hora de dejar la condición
de estatua de sal
y sumergirse en la vorágine del viento,
a la espera no,
a la actuación de situaciones nuevas.

Es quizás tiempo de pensar menos y moverse más.
El cuerpo, recinto de todo lo vivido,
está ansioso de conmociones.
Es momento de comenzar a morir de otra manera.

domingo, 10 de enero de 2010

Torres y de la Torre

La amistad es una búsqueda de afinidades, pero también una ocasión para el debate. Buscamos en el otro nuestras similitudes, nuestras coincidencias, nuestros gustos. Vistos de cerca, el otro y nosotros somos diferentes, allá y acá una circunstancia en la vida que ha generado tal o cual recuerdo, o nos hizo desarrollar determinada actitud, etcétera.

Así, parecidos son Gerardo de la Torre y Juan Manuel Torres. Nacidos ambos en 1938, amantes del beisbol, con un pasado común de la infancia en Minatitlán, vivieron en la juventud una fascinación por las películas de cineastas europeos como Fellini o Tarkovsky, así como por las novelas de autores como Hemingway y Steinbeck.

Pero distintos también. Mientras Gerardo iba al cine con un compañero de la refinería de Azcapotzalco a ver la nueva película de Francesco Rossi y al salir se ponían de acuerdo para decir cuál de Pedro Infante o Jorge Negrete habían visto (qué mamones si decimos que fuimos a ver cine italiano), Juan Manuel discutía con sus compañeros de la facultad de pscicología o de la escuela de cine en Lötz, después, sobre una película de su maestro Andrzej Wajda.


Torres.

En busca del amor utópico, asediando su conciencia con preguntas sobre el sentido de la vida y el sentido de la muerte, los asuntos de la memoria, Torres escribe cuentos desaforados, desesperados ante el absurdo de la existencia cotidiana, mientras De la Torre habla de los amores, también de los fracasos, también de la incomprensión, pero en el plano de lo social, en eso que llama un realismo crudo. Donde el primero imagina un mundo donde los espejos nos reflejan una realidad que nosotros queremos ver, el segundo habla sobre la infranqueable desesperación ante la opresión de la clase obrera.

Un día se encontrarían en Libros Escogidos, una librería de la Avenida Hidalgo, propiedad del exiliado español Leopoldo Duarte, para trabar una amistad de por vida. Sobre esta época de la librería de los Duarte, el cuentista y crítico de cine José de la Colina relata:

"En Libros Escogidos lo de menos era vender libros. Allí se hacían y deshacían teorías literarias, artísticas, eróticas, futbolísticas o del mundo y de la vida en general, y se engendraban, vehiculaban, mejoraban o empeoraban las anécdotas y habladurías del ámbito de los intelectuales y los literatos."

Y antes de esto De la Colina refiere:

"Simón Otaola chisporroteaba en juegos de palabras, en anécdotas de la guerra de España y del exilio, en nostalgias de bilbaíno con vocación madrileña […] el cuentista Juan Manuel Torres tomaba poses a lo James Dean o Ernest Hemingway, a escoger; […] Gerardo de la Torre, que era él sólo toda la base obrera del Partido Comunista, rumiaba ya sus enérgicos cuentos vividos por sus “viejos lobos de Marx”.

De la Torre comenta:

"Juan Manuel era un tipo brillante y talentoso y fue otro que me metió a literaturas europeas porque venía lleno de Bruno Schulz y de Witold Gombrowicz. Y me hizo leerlos y ver cine polaco y a Roman Polanski, que había salido un año antes que él de la escuela de cine de Lodz. Y de su maestro Andrzej Wajda, creo que he visto todas sus películas o las vi en su momento."


De la Torre

Amigos, escritores, borrachos, lectores, cinéfilos, beisboleros, De la Torre y Torres son dos caras encontradas de la escritura. Juntos escribieron para la versión latinoamericana de Plaza Sésamo, juntos escribieron cine, juntos asistieron a algunas marchas y otros actos políticos. Compartieron y departieron en la juventud su militancia comunista y luego el desencanto del partido, como muchas otras desilusiones en la vida.

Al final, cada uno asumió a su manera esas desilusiones. Desde hace cerca de una década, De la Torre se ha apropiado de una frase de la película Nos amábamos tanto del cineasta italiano Ettore Scola: “Volevamo cambiare il mondo, ma il mondo ha cambiato noi”. “Queríamos cambiar el mundo, pero [sin darnos cuenta, agrega De la Torre] el mundo nos cambió a nosotros”.

Sobre Torres, dice José de la Colina:

“me parece ahora que Juan Manuel Torres entendía también que la adolescencia era una especie de arte y que por eso cultivó siempre su adolescencia, trató de vivirla más allá de los límites biológicos, como si lo inacabado del adolescente fuera la verdadera Edad de Oro, una edad sin edad, una tierra de la inagotable y arriesgada promesa y eso era lo único que valía la pena perpetuar, aunque se lo sintiera como un desgarrarse sin tregua: el estar entre el niño y el hombre. Sus dos mejores películas, el episodio Yo, de Tú, yo, nosotros, y La otra virginidad, lo expresaban enteramente: él era, o de algún modo quería seguir siendo, esos adolescentes frágiles y duros, esforzados en romper el círculo de la pequeña vida de todos los días, atando al amado y odiado padre (el viejo) a un pararrayos en la noche tormentosa o disparando a los viejos (la inconcebible vejez) con un revólver. Dejar la adolescencia; ése era el pecado para él, aquello que nadie podía perdonarse” (Juan Manuel Torres. Por José de la Colina. Imágenes. julio de 1980. P. 40).

Juan Manuel Torres no llegó a la vejez. Antes que el mundo lo terminara de cambiar, quizás, murió en un accidente en la primavera de 1980.

Más información:
http://escritores.cinemexicano.unam.mx/biografias/T/TORRES_juan_manuel/biografia.html
-De la Colina, José en: Libro albedrío, Hoja por hoja. Suplemento de libros, Libraria, México, 2007.