miércoles, 30 de diciembre de 2009

Del hermano de Apollinaire



"Caligrammes aparece en 1918, pero el primer poema-ideograma, como al principio llamó Apollinaire a esas composiciones, fue publicado en 1914: Lettre-Océan. Escrito-¿o debo decir: dibujado?- sobre una 'Carta Postal de la República Mexicana', contiene varias pintorescas alusiones a nuestro país y está dedicado a su hermano Albert Kostrowitzky, que vivía en México desde 1913 (murió en 1919, sin haber regresado a Francia). José María González de Mendoza lo trató. Frecuentaban el gimnasio de la YMCA y hablaban a veces de poesía. Un día tropezó con él en la calle Balderas; Albert le mostró un telegrama de París y le dijo: 'Ayer murió mi hermano. Era el mejor poeta de Francia, aunque pocos lo sabían..."

Octavio Paz, nota a pie de página en El camino de la pasión: López Velarde, Seix Barral, México, 2001, p. 11.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Apuntes sobre el universo literario de Jorge Luis Borges (segunda entrega)

La sorpresa y la fascinación en la lectura de Borges responden a la suma originalidad de sus reflexiones a partir de razonamientos filosóficos, no por nada se le ha comparado con los sofistas. En el ya citado poema "Yesterdays", Borges dice también: “Soy lo que me contaron los filósofos”. Pero, ¿cómo es que Borges interpreta la filosofía? o, ¿cómo juega con ella en su literatura? ¿Por qué no escribió, tratados filosóficos si tanto se interesaba en ellos?
Tomo prestado por respuesta un desafío irreverente, fragmento del prólogo de Ficciones:

"Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen o comentario."

En Ficciones cristalizan diversas ideas sobre la realidad y su imaginación, cosechadas en la lectura de infinidad de volúmenes de esa biblioteca paterna que Borges denominó en una ocasión “el acontecimiento capital de su vida”. Los cuentos de Borges son, al tiempo que narraciones deslumbrantes en su despliegue de un lenguaje preciso y contundente, una síntesis de reflexiones filosóficas y de una inteligencia que penetra el pensamiento de los otros para imaginar formas del universo, o mejor dicho, para reinventar el universo bajo un cúmulo de posibilidades.

Si en una parte importante de su poesía Borges descifra y desgarra las posibilidades de su ser, de su vida concreta; en los relatos es más notorio el desvanecimiento de la figura autoral. El tiempo, la dualidad, los espejos, la ceguera, los ritmos cíclicos, las posibilidades de la metafísica aparecen como algunos de sus temas privilegiados, pero siempre a partir de historias de personajes diferentes.
Ficciones, al igual que su vida misma, o en todo caso los detalles de su vida que nos interesa fatigar son comentarios breves a una infinita lectura del universo. Pero insisto, dicho universo es aquel que este hombre imaginó de una manera compleja. Así, la filosofía y la matemática son en este autor finas elaboraciones que sirven a su creación literaria.

La maestría y la obsesión de Borges por el cuento hallan una justificación no exenta de humor en el prólogo a la primera sección de Ficciones, citado más arriba en este texto: “Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios.” Al hacer esto, Borges obliga al lector a cooperar en la imaginación de esos libros, esas propuestas, esos mundos (como es el caso de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"). Y en efecto, diez o veinte páginas le bastan a este hombre para proponernos una lectura del universo que bien puede interpretarse en ocasiones como ciencia ficción, cuento policial de la más fina factura, o burla del crítico literario y del escritor fantoche.

La mente de Borges es un gran laberinto. Cuando en un cuento se plantea la posibilidad de una lengua en la que no existan sustantivos, en otro se propone la existencia de un hombre cuya virtud y desgracia es el poder recordar cada instante, y entonces puede pasar una hora entera recordando precisamente cada segundo de una hora ya pasada. Otro cuento sugiere la posibilidad de que un mismo hombre sea juzgado por la historia como héroe y como traidor a partir de los mismos hechos, uno más cuenta la historia de un hombre que sueña a otro hombre y al final descubre que él también ha sido soñado. Y así…

En "El jardín de senderos que se bifurcan", por ejemplo, el relato de un hombre envuelve a su vez otro relato y ese a otro como en una caja china. Conforme avanza la trama, Borges va dejando ver una concepción intrincada del universo mediante la descripción de una novela atribuida a un tal Ts’ui Pên. La novela de este personaje consistiría en una, "cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente[…]En la obra de Ts’ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones[…]Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos".



Se me ocurre pensar, que de no ser que Borges publicó cada uno de los cuentos que componen Ficciones en distintos momentos, podríamos ver el conjunto de su obra como una novela inagotable similar a la de Ts’ui Pên. En todo caso este cuento en específico trata el asunto del infinito, sumamente apreciado por Borges.

No me considero capaz de evaluar propuestas filosóficas en estos cuentos, como lo hace mordazmente el padre Méndez, personaje de la novela Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. Sin embargo, tampoco creo que haga falta involucrarse en una discusión en esos términos cuando, como lo sugiere el narrador de "Tlön…" en uno de los universos paralelos que imagina, la metafísica puede considerarse una vertiente de la literatura fantástica.

Si bien puede decirse que Borges se burla un tanto de la filosofía, al tiempo que es una de sus influencias fundamentales, lo primordial es que para este autor el fin prioritario de la escritura es el estético. La literatura es un universo inagotable donde lo mismo pueden convivir la ecuación algebraica y la metáfora, donde el autor en tanto individuo sale sobrando.

Según esta perspectiva, si Borges escribió para la eternidad está demás quién era él. En mil y un años quizás se llegue a pensar como hoy de la Ilíada o aun de Hamlet que la autoría de El Aleph es el resultado del trabajo de un grupo de escritores. Entonces, Borges sería tan anónimo como personaje del cuento "La ruinas circulares", aquel hombre de ojos grises a quien “nadie vio desembarcar en la unánime noche”.

No obstante, en Ficciones descubrimos el desdoblamiento del autor en muy distintos personajes, no tanto aquellos detalles que un biógrafo podría destacar, sino la exploración imaginaria, esa consecuencia de su largo recorrido intelectual por distintas lenguas y tradiciones de escritura. Su herencia, esa obra erigida como un clásico, es en todo caso lo que permanece, lo demás es materia.

Según el planteamiento común a los cuentos “El pequeño milagro” y “El Sur”, el hombre puede elegir la forma de su muerte y en ese camino se convierte en su álter ego. Fuera de que podamos hallar en un diccionario o en internet la ubicación ginebrina del último sueño de Borges, ¿podemos saber si escogió morir asesinado por un compadrito en una esquina de la calle de Garay en Buenos Aires, o destrozado en una batalla en el desierto de Junín, o escuchando a su abuela leer la Biblia en inglés? En realidad ignoramos el destino que haya elegido, sólo queda su palabra entre nosotros para esparcimiento de la memoria y la imaginación.

viernes, 18 de diciembre de 2009

What if you slept?
And what if, in your sleep, you dreamed?
And what if, in your dream, you went to heaven
and plucked a strange and beautiful flower?
And what if, when you awoke,
you had the flower in your hand?
Ah, what then?

Samuel T. Coleridge

jueves, 17 de diciembre de 2009

Encuentro con la fantasía



Leer es montarse en la imaginación del otro, acaparar las reflexiones, descripciones y demás posibilidades de creación congregadas por un autor e interpretarlas de acuerdo a nuestras propias coordenadas culturales.
Pero la consecuencia de la lectura no es la mera retención de esas propuestas de un autor, sino la discusión de éstas con aquel bagaje constituido en nuestro universo de significación.

Una formación lectora adquirida en la adolescencia me había hecho otorgarle más importancia a la literatura enmarcada en el paradigma de lo "real", empujándome incluso a despreciar lo fantástico. Pero la vida ha querido que me tope con propuestas que escapan a ese canon (principalmente en los últimos dos años) y he tenido que cuestionar duramente mis prejuicios. En ese camino he hallado algunos mentores. Mario González Suárez propone romper con un molde determinado por el Estado mexicano, según el cual la literatura de este país está articulada por el común denominador del tema México y particularmente el asunto de la Revolución.

Por otra parte, de manera paralela, Verónica Murguía me ha guiado a la lectura de Ende. La historia interminable me ha hecho cuestionar esa preponderancia de lo real, tan asentada en mí; entre muchas otras cosas, Baltasar Bastián se pregunta si no creer en los fantasmas no es en el fondo la expresión del miedo a que existan. Pero el libro plantea una reflexión más profunda; en el mundo de la Realidad las creaciones fantásticas son mentiras y, por lo tanto, falsedades, nulidades. En el mundo de lo real, la fantasía es Nada si no es dotada de su propio orden, de su contexto.
Curiosamente, González Suárez sostiene que la razón por la cual es importante para el Estado normar lo que se debe leer (mediante programas de lectura en la Secretaría de Educación Pública, principalmente) es porque mediante la literatura se establece qué es la realidad.

Ahondando en un ejemplo, ¿podría decirse que "Luvina" es un cuento de la Revolución mexicana? Los profesores de secundaria o preparatoria dan a leer a Rulfo como si se pudiera incorporar a la tradición de la novela (y el cuento, siempre menospreciado) revolucionaria(o). Sin embargo, esa narración tan universal, tan próxima a un lector de cualquier época, tan profundamente compleja y polisémica, no tiene nada que ver con Los de abajo. O bien, tiene tanto qué ver con esa novela como con la canción "En algún lugar de Duncan Dhu".



Por otro lado, Vargas Llosa ha abordado el tema de las verdades y las mentiras con mucha ironía y establece algunas de las razones por las que en política conviene censurar cierta literatura.* Aquí sólo quiero agregar que en política se emplea la fantasía como una aparente realidad para hacer valer un punto de vista. Ende no se equivoca, la fantasía empleada así, fuera del contexto del mundo fantástico, es la mentira vil.
La historia sin fin propone un mundo, y con él se establecen también las reglas de lo posible dentro de él, donde recupera una idea que se remonta al Génesis. El mundo de Fantasia es creado gracias a la palabra, nada más halagador para un poeta; el hombre posee el privilegio de nombrar y renombrar.

Dije al comienzo que leer es montarse en la imaginación del otro, pero ahora debo matizar, pues también es crear con el otro. El escritor se da la maña para lograr impresionarnos con sus propuestas imaginativas, pero el lector tiene que completar el proceso imaginando él mismo. Phantasia sería el equivalente a imagen en griego y a partir del siglo XII, también mito o ficción, según Fernando Corripio. Lo fantástico, por lo tanto, es indispensable para la creación, si no hay imagen, no hay deseo (decía Aristóteles); y si no hay deseo no hay literatura.

Cuando cada lector hace su lectura, su propia imagen de lo que lee, las capacidades creativas devienen ilimitadas. Si bien Borges ha dicho que el libro es extensión de la memoria y de la imaginación, a esos compendios de dos universos tan indisociables se suman la memoria y la imaginación de los lectores, que de ese modo expanden lo revelado por los signos de tinta.

* Álvaro Ruiz Abreu en La cristera. Una literatura negada, editado por la UAM-I revisa la bibliografía que toca el tema cristero, contraponiéndola a la corriente de la Revolución mexicana. Si bien esta literatura no ha sido censurada, sí se ha menospreciado (como el estudio mismo de la Guerra cristera), por no mencionar que Abreu considera a Elena Garro una de las exponentes de esa clasificación que propone. Pero la gran literatura en realidad, aunque considero válido que se lea desde perspectivas políticas, históricas, filosóficas o religiosas, no puede limitarse solamente a una de esas lecturas. La gran literatura es universal y atemporal.

Apuntes sobre el universo literario de Jorge Luis Borges (primera entrega)

Evoco la sensación que se apoderó de mí al leer por primera vez "Las ruinas circulares", "La muerte y la brújula" y "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". Es la emoción de la proximidad con ese espacio literario en el que convergen las más variadas formas del pensamiento en medio de una atmósfera de tono metafísico, radicalmente distinta a todo lo antes leído. Aunque avanzo con cierta lentitud y a cada párrafo es imperioso releer, hay algo en esa primera lectura de los tres cuentos que me hace sentir cerca de un hallazgo…

Somos y no somos al mismo tiempo. Esta es una de las premisas fundamentales en la literatura de Borges, el punto de partida y simultáneamente el punto de llegada, porque uno no difiere del otro si afirmamos con Octavio Paz que:

todos los nombres son un solo nombre,
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
(Piedra de sol)

Estoy citando fuera de contexto, pero no lo hago sin motivo, pues así como Octavio Paz eventualmente llegó a India y hubo de maravillarse ante las bondades y riquezas del pensamiento filosófico oriental, al tiempo que era un conocedor de las cosmovisiones mesoamericanas; Borges, ese descendiente de pastores protestantes y soldados sudamericanos, llegó por la lectura de Schopenhauer al taoísmo, el hinduísmo y el budismo, e igualmente se quedó pasmado ante las posibilidades del pensamiento oriental en su conjunto.



No obstante lo disímbolas que son sus poéticas y sus perspectivas filosóficas, Borges y Paz concuerdan en la visión unánime de los tiempos del Ser.
Paz se pregunta en el poema "Piedra de sol":

¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida –pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos –,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo

A partir de otra perspectiva, también para Borges la individualidad es una ilusión, pues sólo podemos ser uno al tiempo que estamos siendo otro, o los muchos otros, el yo es en ese sentido algo indefinido y el individuo se desvanece en el curso del tiempo. Al responderse a sí mismo en el poema "Yesterdays" quién es él de entre los muchos yos que ubica en los miles de instantes vividos dentro de su vasta memoria, Borges enuncia:

Soy el cóncavo sueño solitario
en que me pierdo o trato de perderme,
la servidumbre de los dos crepúsculos,
las antiguas mañanas, la primera
vez que vi el mar o una ignorante luna,
sin su Virgilio y sin su Galileo.
Soy cada instante de mi largo tiempo,
cada noche de insomnio escrupuloso,
cada separación y cada víspera.
Soy la errónea memoria de un grabado
que hay en la habitación y que mis ojos,
hoy apagados, vieron claramente:
El Jinete, la Muerte y el Demonio.
Soy aquel otro que miró el desierto
y que en su eternidad sigue mirándolo.
Soy un espejo, un eco. El epitafio.

Podría afirmarse, en ese sentido, que Borges toma como referencia la antigua reflexión atribuida a Heráclito: nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. El río será distinto, pero el bañista ya también será otro.
Y a Borges le gustaba mucho emplear la metáfora del tiempo como un río. En un ensayo del libro Inquisiciones, afirma: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”

viernes, 25 de septiembre de 2009

Un sueño

Despierto de madrugada en un campamento. Casi amanece y se siente el frío de la montaña. Frente a mí un hombre mayor se frota las manos y las acerca al fuego. Su harapiento abrigo, la descuidada barba de semanas, las manos ennegrecidas por el carbón, dan a su figura una apariencia lustrosa. No lo distingo realmente, pero sus minúsculos ojos negros y penetrantes me son familiares.
La voz de alguien más enumera en náhuatl:
–Ce, ome, eyi, nahui–. Se detiene en el cuatro y vuelve a empezar –Ce, ome, eyi, nahui–. Es una voz temblorosa, vibrante, la voz de un viejo que da la impresión de reprimir a cada instante el brote de una carcajada. Ignoro de dónde procede. Sólo la escucho, la escuchamos los dos, el hombre de los ojos pequeños –que por instantes parecen ignorarme– y yo.
El hombre extiende una mano para asir un pocillo de barro, bebe del traste algo humeante. El hombre no habla, sólo contempla. Giro la cabeza a un lado y al otro en busca de la voz que continúa. Balbucea ahora en purépecha: –Curitze–, zopilote. Al volver la vista hacia atrás se hace de noche o pierdo el sentido…



Aún no oscurecía cuando llegamos a la casa, papá estacionó el auto en la cochera y apretó el botón del control remoto que hacía bajar la cortina metálica. Mientras se comenzaba a escuchar el ruido de la puerta, algo como un resquebrajamiento de piedra irrumpió. Papá, mamá, Francisco, mi hermano mayor, y yo miramos hacia la pared de donde provenía el ruido, a espaldas de la puerta.

La pared de adobe se terminaba de abrir y de ella emergía un ataúd. Era metálico, de color gris y estaba colocado en forma vertical. La puerta –la tapa, quiero decir– se abrió y dejó verla a ella. Era una mujer aún joven, ataviada en vestiduras antiguas, de colores negro, gris y rojo, un vestido elegante, y una especie de velo que cubría en parte su rostro. No me es posible recordar ya los rasgos de su cara, pero su cabello era negro y parecía como si hubiera estado siempre en esa especie de trono, esperando el momento preciso para hacer su aparición.

Se dirigió a nosotros para decirnos que alguien moriría esa noche. En la tapa de su caja fúnebre estaba manuscrita la lista de fallecimientos en esa misma finca. Eran páginas amarillentas en las que una letra cursiva señalaba los nombres de muchas personas cuyos nombres no me detuve a leer. Supe, eso sí, que al final de la lista ella agregó mi nombre y quedó éste justo debajo del de mi hermano que había fallecido años antes, se distinguía entre los demás por la frescura de la tinta que recién había vertido la dama en el papel amarilloso.

En el vientre, en las entrañas, en la profundidad de mí mismo comencé a temer. La certeza de mi muerte esa noche era sólo comparable a la terrible incertidumbre de cómo y en qué momento ocurriría, a la espera del momento definitivo. Quise hallar entonces el alivio en mis familiares, pero nadie, ninguno de mis padres y tampoco mi hermano quisieron decirme algunas palabras consoladoras, tampoco quisieron darme alguna pista de que no fuera cierto.

El miedo se apoderaba de mí, una sensación de profundo desamparo, de extravío, de orfandad me recorría desde muy en el fondo del vientre y el pecho, y hasta las puntas de los dedos.

El tiempo se colapsa de alguna manera, y de pronto, la angustia de esa amenaza de muerte continúa en mí, pero ahora estoy en la recámara de la casa de campo. Como si hubieran pasado unas horas desde el anuncio de aquella mujer con apariencia de virgen de templo –la recuerdo ahora, en su atuendo oscuro, capa de terciopelo de color carmín, era parecida a una virgen que visité alguna vez, quizás en semana santa, y cuyo faldón mi tía Laura acariciaba antes de persignarnos a mí y a mi primo Jorge, su hijo. “Virgen del Santísimo Socorro, ruega por nosotros, Virgen del Carmen, ruega por nosotros, Virgen de la Macarena, ruega por nosotros”–.

Pero ahora era claramente la noche en la recámara en la casa de campo. Mis padres no habían permitido que durmiera con ellos y entré a la habitación, esa habitación en la que alguna vez desperté de madrugada buscando inútilmente en la pared la chapa de la puerta hasta que Francisco mi hermano despertó enfadado para decirme que la puerta estaba en otra parte. Esta vez también era la noche y era hora de dormir.

Alguna ayuda, alguna forma de alivio pedía yo a Francisco para soportar esa angustia que me inundaba. Era por demás, no había palabras para mí.



Cuando ya me disponía a dormir, y destendía la cama para acostarme, comenzaron a escucharse los pasos de soldados justo afuera de la casa. Los perros, fieles guardianes, ladraban a la noche y tan pronto como uno comenzaba a aullar, los de otros lugares contestaban el llamado. Mientras tanto, los pasos de los soldados no cesaban de escucharse. Parecían cientos los que circundaban la finca. Quiero recordar que en un momento me asomé por un resquicio entre la cortina y la ventana para verlos. Era ineluctable. Marchaban, marchaban, marchaban. En las botas lustradas y en los cascos refulgía azulada la luz de la luna. Y los perros le ladraban a ella, como en un acto desesperado de solidaridad hacia mí, pidiendo ayuda.

Creo que intenté esconderme bajo la cama, en un armario, tras el sillón de mi abuelo. Pero Francisco me dijo que era por demás. Venían por mí y habrían de encontrarme…

Desperté de esta angustia y en el techo de la casa de campaña vi reflejada la sombra de un pirul que por un momento me hizo volver a temer. Pero era de día y estaba de vuelta en el campamento en la sierra de Guanajuato, como lo atestiguaban el olor a pasto húmedo y a esa intimidad incierta de las tiendas de campaña. Tenía seis u ocho años y sólo al despertar e incorpoarme recordé que alguien faltaba en aquel sueño, mi hermano menor de cuya existencia me había olvidado en ese viaje. Corrí el cierre de la tienda de campaña y al asomar la cara al frío de la madrugada miré a un viejo lustroso que bebía café con piloncillo en un pocillo de barro.



Al salir de la casa de campaña, impelido a orinar por el frío, ya no tenía ocho años, sino veinte o veintidós. –Verra la morte e avra i tuoi occhi–, dijo el hombre harapiento y sonrió. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, recordé de mi antología de Cesare Pavese, mientras orinaba frente a un árbol. Aún no amanecía. Miré hacia el cielo y contemplé el pedazo de luna que todavía resplandecía en medio de un cielo grisáceo. Se me figuró el astro a la cuchilla de una guadaña que podría arrancarme los ojos. Al volverme a la tienda le dije al hombre: –Vendrá la muerte, eso es indiscutible, hoy o mañana o en otro año, pero vendrá por todos nosotros–. El hombre reía, un perro pequeño olisqueaba a sus pies y bastó que aquel levantara su bordón y chistara para ahuyentarlo.

domingo, 30 de agosto de 2009

Enclaustrado

"-Digamos que profesaba o padecía la cluaustrofilia."

El recinto era iluminado por unas cuantas farolas de luz ambarina que pendían de algunos de los techos en los pasillos de la galería. Mis pies trastabillaban sobre las locetas y trataban de aproximarse a la música que provenía de los altos en la temprana noche. Caminé más aprisa para allegarme a los escalones al fondo del patio. Apenas se distinguía el primer bloque de piedra hasta que el torrente azul, primer relámpago de la velada iluminó la escalera por un instante. Antes de escuchar el estruendo, lo vi.

En el descanso de la escalera, un pie aproximándose al primer escalón, el hombre me miró desde su serenidad. Portaba el hábito de los agustinos y las manos entrecruzadas a la alutra del vientre. Apenas y me percaté de su esbozo de sonrisa, opacado por la sombra de la capucha. Distinguía el gesto, mas no la intención.
Traté de acercarme en el ascenso, a sabiendas que ya no lo hallaría, encendiendo vanamente un fósforo que se extinguió antes de que lograra ver algo más que las desportilladas locetas de los escalones y el muro del descanso. Seguí caminando el segundo tramo de la escalera, más iluminado, y tuve la sensación de hallarme a salvo de encuentros inesperados al oír de cerca las voces del coro y las percusiones delicadas.

Me volví hacia la escalera sólo para percatarme de la ausencia de un seguidor. Continuaba el flujo de aquella música y se iluminó de azul ahora el reloj de sol que coronaba el techo del segundo piso del claustro. Quise ver entonces no la piedra hendida en forma diagonal sino el torso de otro visitante inoportuno. Horrísono, el trueno quiso hacerme volver la vista para confirmar mi soledad, como si las intermitencias azules fueran la señal de algo. Pero preferieron mis piernas seguir su trote hasta el fondo de la galería donde encontré finalmente la pieza iluminada, como lo sugería la luz que escurría por el hueco de la puerta.
Me interné en la sala, no sin evitar cualquier disturbio al emparejar. Al volverme hacia el interior cesó la luz, cesó la música.

Vanamente buscaron mis manos los fósforos en los bolsillos y vanamente quisieron mis dedos tentar la puerta.
Había sido devorado por la oscuridad.

Si el relámpago se hubiera detenido de aparecer por unos instantes en su andar por la intrincada trenza que es el tiempo, habría permanecido en la sombra aquella atroz escena y sólo al entrar la aurora, sería inminente la muerte. Mas, despejado el aire aún de ráfagas de agua, con la luz azul la noche fue nítida y el cadáver, la amenaza consumada, se mostró ataviado de sus ropajes tiesos al pie de la puerta.

domingo, 23 de agosto de 2009

Lo que no fue

Germán salía de la película, meditabundo, como solía hacerlo para causar esa impresión que le gustaba causar. Interpelaban a sus pensamientos escenas de Enemigos Públicos. Al pasar delante de una puerta de vidrio, miró su reflejo y se dijo:

-Podrías ser un tipo estilo Humprey Bogart, vivir en los años cincuenta, usar sombrero de fieltro, traje oscuro y fumar cigarrillos con gracia. Podrías ser uno de esos elegantes caballeros que al caminar (con gabardina) llevan gran porte y tienen siempre la respuesta cáustica para un comentario sarcástico; conocer a bellas rubias glamorosas. Podrías leer a Joyce en inglés y beber whiskey; tener tu revólver en el cajón derecho de tu escritorio en una oficina con persianas horizontales en tonos claros.
Sin embargo sucede que eres tú y odias que el tabaco apeste tu ropa, no aguantas ni dos vasos de güisqui cuando ya te sientes mareado, han pasado de moda esas persianas y en la oficina que compartes con cinco personas están unas horribles persianas en forma vertical. Caminas muy sin chiste, las agujetas sueltas y te quedas estupefacto ante cualquier insulto. Las mujeres que conoces usan pantalones de mezclilla, te hablan de güey y les choca usar tacones. No atinas a leer un artículo de prensa en inglés por el tedio de estar con el diccionario a un lado.
Conclusión: Siempre es mejor el cine.

miércoles, 19 de agosto de 2009

En los linderos del hastío, este gabinete electrónico está por momentos a punto de desaparecer. Negación a cruzar el umbral hacia el mundo del Ensueño, reafirmación de una conciencia superyoica, insistencia en sobreidentificación con la máscara construida para uno mismo. Todo conduce al páramo de la infertilidad creativa. Pero hay en el fondo de todo esto, extraviada entre los pensamientos inertes un atisbo de luz que quizás pueda iluminar un poco el umbral de marras y conducirnos (no, conducirme, dejaré de espejearme en el muerto Álvaro) hacia un nuevo destino. Paciencia, me digo. Paciencia.

jueves, 23 de julio de 2009

De América

Inventar América, nos dice Edmundo O'Gorman, fue una laboriosa tarea de varias décadas que se volvieron siglos en el recuento de las maravillas encontradas al paso por los europeos en su reconocimiento de los terrenos, donde pareciera estaba cifrada la posibilidad de ser libres y estar a sus anchas. Historia verdadera, Crónica de la Conquista, Visión de Anáhuac...(larga lista)Cien años de soledad. Inagotable depositaria de las utopías fraguadas en aquel que fuera único y luego viejo mundo, América se reinventa a cada vuelta. Infatigable terreno de laboríos siempre ajenos y simultáneamente propios, América es sueño y es certeza, es ensueño y es verdad. América es tan auténtica y tan contingente y tan paradójica como su propio nombre.

viernes, 12 de junio de 2009

Mañana fresca
Baña el sol las bugambilias y los surcos de maíz
Gorjean los tórtolos
y trinan otros pájaros a destiempo
Ansias de verte

miércoles, 10 de junio de 2009

Correspondencia

Para Libertad y Francisco

Hace unos días llegó una nota al apartado postal que compartimos hasta su muerte Álvaro y yo en la avenida Aldama. Venía en un sobre laqueado en el que estaba escrito mi nombre con pluma fuente y la única referencia de su remitente eran las iniciales "A.S." Copio aquí la nota que hallé dentro:

Distinguido señor:

Me permito escribirle porque tengo entendido que es usted sociólogo y domina varias lenguas romances, también es de mi saber que es usted un apasionado de la literatura, por lo tanto es usted la persona indicada para resolver mis dudas.

Sin ánimo de quitarle tiempo, le contaré brevemente cómo llego este texto a mis manos, con la única intención de aportar datos que puedan ayudarle.

Habrá sido hace dos meses, una mañana que como es habitual en mi rutina asistí a misa. Suelo cargar mi Biblia, ya que disfruto de leer algunos pasajes sentada en la banca de madera que se encuentra en el atrio bajo la sombra de un laurel, cuando de manera inexplicable apareció entre las paginas una hoja de papel amarillenta. Sentí que se desbarataba de sólo tomarla entre mis dedos y al acercarla alcancé a ver el siguiente verso:

Petite camusette à la mort m'avez mis,
Robin et Marion s'en vont au bois joly,
Ilz s'en vont bras à bras, ilz se sont endormis,
Petite camusette à la mort m'avez mis.

Espero contar con su ayuda para la traducción del verso anteriormente citado, de antemano le agradezco la atención brindada y le envío un cordial saludo.

Atentamente

Srita. Agustina Santomonte


P.D. Los honorarios que disponga cobrar serán enviados de manera inmediata a este apartado postal.


En un principio pensé que a Álvaro le hubiera gustado mucho recibir esta carta y me habría ayudado a realizar la pesquisa. Pero está demás hablar de los que ya no están. Después de una investigación minuciosa, consultando diccionarios y a algunos conocidos que conocen poemas franceses, recibí ayuda de manera inesperada de cierto amigo que es más bien conocedor de música. Casualmente (y ahora me pregunto si en verdad existen las casualidades), escuchaba Francisco un disco de música renacentista inglesa. Y ahí, de pronto, como si planeado, escuché "Petite camusette..."
Estupefacto, le solicité a mi amigo que por favor me hiciera escuchar de nuevo ese fragmento. Y sí, ahí estaba. Se trataba de Josquin des Pres, un músico contratado por un duque inglés en el siglo XVI para hacer música en la corte.
Según averiguaciones posteriores resultó que se duda mucho actualmente si Josquin era tan original como prentendía. Por otra parte, muchas de sus canciones tienen una fuerte inspiración clásica (en Virgilio, por ejemplo), o bien popular. Este último parece ser el origen remoto del fragmento que la señorita Montesanto halló entre las páginas de su biblia.

Así, le contesté a la señorita Montesanto:


Afable señorita:

Sin afán de usurpar modestia, le indico antes que nada, que sus referencias sobre mi persona son inexactas. En primer lugar, si bien soy egrasado de una licenciatura en sociología, no es verdad que domine yo lenguas romances. El español, bella y compleja lengua materna cada día me asombra con sus excepciones a reglas gramticales y sus múltiples secretos que seguramente jamás terminaré de descubrir. Perdería el encanto por lo demás el fatigar las páginas de diccionarios y manuales, que si bien nos generan más dudas, sin duda nos ayudan a aclarar otras.

El inglés y el francés son lenguas que estimo, a veces con vehemencia, a veces con decidia, pero que conozco más o menos. La otra lengua que quiero y admiro es la italiana, cúmulo de esdrújulas, guarida de sonidos nasales y eres (semenjante en ocasiones, a mi juicio, a la lengua purépecha de los michoacanos). Pero ésta, quizás mi más apreciada lengua romance, la conozco escasamente.

A continuación hago mi torpe traducción de los versos que usted me refirió, procurando de alguna manera conservar algo de su música:

Pequeña chatita, a la muerte me ha enviado
Al lindo bosque han ido Robin y Marion
Un brazo sobre el otro, se han quedado dormidos
Pequeña chatita, a la muerte me ha enviado


........................

Le contesté a la señorita Montesanto atendiendo solamente a su interés en la traducción. Sin embargo, habría mucho más que decir, y mucho más que investigar si es que el origen de los versos es más remoto aún que los años en que Josquin des Pres les puso melodía. Quizás incluso podría pensarse en alguna relación con las canciones (¿cantatas?) del siglo once de la zona provenzal. Pero esto es sólo una aventurada suposición sin ningún sustento. Sin saberlo, la señorita Montesanto me ha puesto ahora a escuchar músicos renacentistas y a leer ciertos ensayos de Ezra Pound sobre el origen del endecasílabo en la lengua hablada por los cátaros y demás habitantes de Occitania, cuando el amor cortés.
Quizás esté aún en buen momento de volver a mi vida, antes de verme del todo extraviado en un borgiano laberinto de textos que refieren a otros textos que a su vez refieren a otros textos, y así de manera infinita.

En fin.

viernes, 22 de mayo de 2009

(Para seguir con Kavafis)

Cuanto puedas

Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
en contacto excesivo con el mundo,
con una excesiva frivolidad.

No la envilezcas
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de la estupidez cotidiana,
y al cabo te resulte un huésped inoportuno.


Konstantinos Kavafis (Alejandría, 1863-1933)

miércoles, 6 de mayo de 2009

Ítaca

Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
sabes ya qué significan las Ítacas.

Konstantinos Kavafis

(versión al español de José María Álvarez)

domingo, 22 de marzo de 2009

"mudez insobornable"

Sentado en el sofá de la guarida, mientras Álvaro hablaba por teléfono a mi lado, tomé su compilación de Tomás Segovia y ojée páginas al azar. De pronto hallé un título que exigía (sí, este es el término preciso) ser leído...

JUEZ

Dispensador de la inquietud,
pálido juez que eres yo mismo,
pero frío lo niegas,
y me avergüenzas,
y no te puedo huir,

--no me mires con esos ojos.

(Severo, en las nocturnas horas
más agrias y desfallecientes,
flotas fijo donde mire,
me observas con mis ojos pero exánimes
y nada me preguntas,
mas tu mudez insobornable
las respuestas que formo perseguido
hiela y deshace una tras otra...)

Inquisidor impotente,descansa,
no me envenenes más el alma
con este tósigo de sinsentido
que me pudre la vida...

--y esos ojos.
esos paralizantes ojos
ciérralos, no hay con qué me cubra.



Leí en voz alta para Álvaro una vez que colgó. Sentimos emoción de habernos encontrado en el poema. Yo nos dije que bastaba de hacer caso a la mirada del juez. Se está en la vida no para reprocharse el no llegar a ser lo que se desea, pensé, sino para no cesar de intentarlo y en el camino disfrutar ese intento. Álvaro Huerta y yo fumamos un delicado y salimos a beber.

sábado, 21 de marzo de 2009

En el campo

Dudo que haya espectáculos de árboles por la tarde más bellos al nombrado por Rafael Alberti "la nieve azul del jacarandá". Yo recuerdo en particular ciertas tardes de abril en Querétaro hace ya unos tres años y por supuesto los incontables paseos por ese sitio tan entrañable que es la Ciudad Universitaria.

Efímera como me parece ahora, como ese momento volátil en que caen esos copos pequeños y suaves de color lila, la tarde de ayer vi una jacaranda. Caminé por senderos verdes, en estos días más verdes que nunca, con las espigas de trigo nacientes, el riego corriendo por los canalitos y por el ramal...El sol, camino a su puesta volvía las sombras más sutiles, juguetonas entre las grevilias, pinos, álamos y fresnos, y las espigas de trigo y cebada.

Es tan raro venir a este lugar, acostumbrado a cultivar la imaginación y la memoria y no la tierra fértil.

Algo, alguien en la orquestación de esta sinfonía habrá dispuesto mi lugar.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Postal de Atotonilco

Alto en el andamio, su mano se deslizaba describiendo movimientos precisos y cautelosos sobre un muro a la entrada del templo.
Desde el transepto, la mirada de él flutcuaba entre el joven público al frente y la figura de ella, danzante sobre las tablas del andamio al fondo, en overol blanco y sus delicados movimientos manuales.
De la memoria brotaba aquel soneto de Fray Miguel de Guevara en cuya última estrofa él sospechaba una influencia, o al menos notaba cierta similitud, con el purépecha...

(No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
)

De pronto, la figura en overol blanco volvió el rostro inundando el recinto con sus ojos verdes.

lunes, 9 de marzo de 2009

Conocía esa historia de sobra y sin embargo no podía dejar de interpretarla. Ella se despide, él la abraza, le dice adiós, ella dice hasta pronto y retoma su camino. Él dice que le cuesta trabajo dejarla ir. Ella dice que no va lejos. Se despiden.
Pronto sería la noche.

En la guarida lo esperaban una canción de David Haro: "...firmamento para mirar las estrellas...mar para saber cuando partir...rabia y entendimiento para soportar..." y aquellos dos abrazos queridos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Horas de junio

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre —tuya y mía—
corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.


Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días).


Hoy hace un año, Junio, que nos viste,
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,
líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,

del mar, del pensamiento, de la hora,
de la única hora que me espera.
¡Nube de mis palabras, protectora!

Carlos Pellicer

lunes, 26 de enero de 2009

La ciudad

Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí".

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Konstantinos Kavafis

viernes, 2 de enero de 2009

Noche luciérnaga

Para Collado

En pleno zumbido del silencio:
un carraspeo, nomás, primero.
Luego un chasquido por acá,
y un aullido acullá

Mas de pronto,
dos discos trepidantes
chocan tres veces entre sí

Explotan entonces
tropélidos chillidos de metal
devaneo de sílabas en cuerda,
crispante precisión de aire entumecido
un bosque de sombras
y un gemir de luces diminutas

Gotas de luz sobre el silencio
y un borbotón de risa que se confunde en la profundidad de la noche
con el aullido del hambre
y el piar de la esperanza:
fruto impredecible que crece entre carcajadas...