miércoles, 18 de marzo de 2009

Postal de Atotonilco

Alto en el andamio, su mano se deslizaba describiendo movimientos precisos y cautelosos sobre un muro a la entrada del templo.
Desde el transepto, la mirada de él flutcuaba entre el joven público al frente y la figura de ella, danzante sobre las tablas del andamio al fondo, en overol blanco y sus delicados movimientos manuales.
De la memoria brotaba aquel soneto de Fray Miguel de Guevara en cuya última estrofa él sospechaba una influencia, o al menos notaba cierta similitud, con el purépecha...

(No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
)

De pronto, la figura en overol blanco volvió el rostro inundando el recinto con sus ojos verdes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosa postal, se graba en la mente cada palabra y hace de ella una imagen vívida.