lunes, 18 de enero de 2010

Es tiempo de barrer,
de ir recogiendo al paso las escamas
y las hojas
que los árboles ceden al tiempo.

Es hora de dejar la condición
de estatua de sal
y sumergirse en la vorágine del viento,
a la espera no,
a la actuación de situaciones nuevas.

Es quizás tiempo de pensar menos y moverse más.
El cuerpo, recinto de todo lo vivido,
está ansioso de conmociones.
Es momento de comenzar a morir de otra manera.

domingo, 10 de enero de 2010

Torres y de la Torre

La amistad es una búsqueda de afinidades, pero también una ocasión para el debate. Buscamos en el otro nuestras similitudes, nuestras coincidencias, nuestros gustos. Vistos de cerca, el otro y nosotros somos diferentes, allá y acá una circunstancia en la vida que ha generado tal o cual recuerdo, o nos hizo desarrollar determinada actitud, etcétera.

Así, parecidos son Gerardo de la Torre y Juan Manuel Torres. Nacidos ambos en 1938, amantes del beisbol, con un pasado común de la infancia en Minatitlán, vivieron en la juventud una fascinación por las películas de cineastas europeos como Fellini o Tarkovsky, así como por las novelas de autores como Hemingway y Steinbeck.

Pero distintos también. Mientras Gerardo iba al cine con un compañero de la refinería de Azcapotzalco a ver la nueva película de Francesco Rossi y al salir se ponían de acuerdo para decir cuál de Pedro Infante o Jorge Negrete habían visto (qué mamones si decimos que fuimos a ver cine italiano), Juan Manuel discutía con sus compañeros de la facultad de pscicología o de la escuela de cine en Lötz, después, sobre una película de su maestro Andrzej Wajda.


Torres.

En busca del amor utópico, asediando su conciencia con preguntas sobre el sentido de la vida y el sentido de la muerte, los asuntos de la memoria, Torres escribe cuentos desaforados, desesperados ante el absurdo de la existencia cotidiana, mientras De la Torre habla de los amores, también de los fracasos, también de la incomprensión, pero en el plano de lo social, en eso que llama un realismo crudo. Donde el primero imagina un mundo donde los espejos nos reflejan una realidad que nosotros queremos ver, el segundo habla sobre la infranqueable desesperación ante la opresión de la clase obrera.

Un día se encontrarían en Libros Escogidos, una librería de la Avenida Hidalgo, propiedad del exiliado español Leopoldo Duarte, para trabar una amistad de por vida. Sobre esta época de la librería de los Duarte, el cuentista y crítico de cine José de la Colina relata:

"En Libros Escogidos lo de menos era vender libros. Allí se hacían y deshacían teorías literarias, artísticas, eróticas, futbolísticas o del mundo y de la vida en general, y se engendraban, vehiculaban, mejoraban o empeoraban las anécdotas y habladurías del ámbito de los intelectuales y los literatos."

Y antes de esto De la Colina refiere:

"Simón Otaola chisporroteaba en juegos de palabras, en anécdotas de la guerra de España y del exilio, en nostalgias de bilbaíno con vocación madrileña […] el cuentista Juan Manuel Torres tomaba poses a lo James Dean o Ernest Hemingway, a escoger; […] Gerardo de la Torre, que era él sólo toda la base obrera del Partido Comunista, rumiaba ya sus enérgicos cuentos vividos por sus “viejos lobos de Marx”.

De la Torre comenta:

"Juan Manuel era un tipo brillante y talentoso y fue otro que me metió a literaturas europeas porque venía lleno de Bruno Schulz y de Witold Gombrowicz. Y me hizo leerlos y ver cine polaco y a Roman Polanski, que había salido un año antes que él de la escuela de cine de Lodz. Y de su maestro Andrzej Wajda, creo que he visto todas sus películas o las vi en su momento."


De la Torre

Amigos, escritores, borrachos, lectores, cinéfilos, beisboleros, De la Torre y Torres son dos caras encontradas de la escritura. Juntos escribieron para la versión latinoamericana de Plaza Sésamo, juntos escribieron cine, juntos asistieron a algunas marchas y otros actos políticos. Compartieron y departieron en la juventud su militancia comunista y luego el desencanto del partido, como muchas otras desilusiones en la vida.

Al final, cada uno asumió a su manera esas desilusiones. Desde hace cerca de una década, De la Torre se ha apropiado de una frase de la película Nos amábamos tanto del cineasta italiano Ettore Scola: “Volevamo cambiare il mondo, ma il mondo ha cambiato noi”. “Queríamos cambiar el mundo, pero [sin darnos cuenta, agrega De la Torre] el mundo nos cambió a nosotros”.

Sobre Torres, dice José de la Colina:

“me parece ahora que Juan Manuel Torres entendía también que la adolescencia era una especie de arte y que por eso cultivó siempre su adolescencia, trató de vivirla más allá de los límites biológicos, como si lo inacabado del adolescente fuera la verdadera Edad de Oro, una edad sin edad, una tierra de la inagotable y arriesgada promesa y eso era lo único que valía la pena perpetuar, aunque se lo sintiera como un desgarrarse sin tregua: el estar entre el niño y el hombre. Sus dos mejores películas, el episodio Yo, de Tú, yo, nosotros, y La otra virginidad, lo expresaban enteramente: él era, o de algún modo quería seguir siendo, esos adolescentes frágiles y duros, esforzados en romper el círculo de la pequeña vida de todos los días, atando al amado y odiado padre (el viejo) a un pararrayos en la noche tormentosa o disparando a los viejos (la inconcebible vejez) con un revólver. Dejar la adolescencia; ése era el pecado para él, aquello que nadie podía perdonarse” (Juan Manuel Torres. Por José de la Colina. Imágenes. julio de 1980. P. 40).

Juan Manuel Torres no llegó a la vejez. Antes que el mundo lo terminara de cambiar, quizás, murió en un accidente en la primavera de 1980.

Más información:
http://escritores.cinemexicano.unam.mx/biografias/T/TORRES_juan_manuel/biografia.html
-De la Colina, José en: Libro albedrío, Hoja por hoja. Suplemento de libros, Libraria, México, 2007.