jueves, 4 de octubre de 2007

Lo que leo

De El viaje de Juan Manuel Torres:

"¡Ah, Mónica!, con el aquí ando dibujando corazoncitos en las paredes y en los muros, atravesándolos con flechas en las que se trenzan tu nombre y el mío, recordando aquel día en que anduvimos echando la lágrima por toda la ciudad, lloriqueando y diciéndonos que después de todo las cosas cursilonas también tenían su sabor y que no debíamos seguir sintiéndonos los de cuero duro, los de corteza impenetrable; repitiendo tu nombre como santo y seña, mordiéndolo para no dejarlo escapar, despedazándolo con los dientes como un pedacito de fruta para después decirlo hacia adentro y tragarlo dulcemente, paloma de tres sílabas perezosamente adelgazadas al sol, a la lujuria. Pero ya estábamos otra vez juntos y nuestros cuerpos empezaban a entenderlo así mientras bailábamos sintiéndonos cada vez con más ganas de llorar, como si las lágrimas fuesen la entrada al sexo, el bautizo para la rabia, la noche de otras parejas que también se frotaban como con ganas de destrozarse, de realizar el acto frente a nosostros para que ya no hubiese ninguna duda de que tampoco ahí, de que tampoco el amor iba a salvarlos; pero nosotros lo sabíamos, cada uno llevaba el fracaso de muchos años, de múltiples relaciones que habían sido un descanso en la masturbación."


"Al día siguiente nos despertamos entre cantos de canarios (vi tu piel a la luz del día, piel blanquísima, dulcísima); pero eran tantos y tan intensos los cantos que me parecieron el residuo de algún sueño cortado con demasiada brusquedad, así que para darle tiempo al despertar volví a sumergirme en el sueño, mejor dicho me eché a pasear por sus orillas, de modo muy ligero, para que aquellos cantos se fuesen de mí. No obstante, los canarios parecían haberse encariñado conmigo, no me dejaban, se pegaban a los talones de cada pensamiento, así que en un momento quise tomarlos por sorpresa y me levanté de golpe, con todas las fuerzas que me permitía el entresueño. Los canarios desparaecieron."

El viaje, Serie El volador, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1969, pp. 81 a 86.

Este último fragmento me ha recordado a Rulfo...

" '¡Despiértate!', vuelven a decir.
La voz sacude los hombros. Hace enderezar el cuerpo. Entreabre los ojos. Se oyen las gotas de agua que caen en el hidrante sobre el cántaro raso. Se oyen pasos que se arrastran...Y el llanto.
Entonces oyó el llanto. Eso lo desperto: un llanto suave, delgado, que quizá por delgado pudo traspasar la maraña del sueño, llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos."

Juan Rulfo, Pedro Páramo en: Obras, FCE, México, 1994, p.167.