jueves, 28 de agosto de 2008

Turok



Lo supo entonces. Era como si siempre lo hubiera sospechado, como si al descubrir las imágenes reconociera que en esos recortes de realidad, en esos fragmentos de mundo, que eran al mismo tiempo una irrealidad, un artificio, existiera el otro.



No. Existían más bien los otros, suerte de alteregos infinitamente complejos e inasibles. Aquellos otros subsistían en una profundidad subyaciente o metayaciente, o sepa Dios cómo podrían nombrársele a esa existencia alterna; una profundidad, como decía, ubicua y disimulada. Porque uno podría seguir viviendo tan tranquilo, pensando que las cosas son como son de inalterables e idénticas. Sin embargo, existen esas llamadas desde el otro lado, desde los otros lados.

Uno ya no puede estar en paz. Puede olvidarse, por supuesto, de que existe todo aquello. Vivir entonces en la superficie del mundo tal cual se presenta para ser manipulado en sus pequeñas y grandes cosas, pero nadie nos garantiza que de pronto pueda surgir a la víspera de una mirada traicionera, a la mitad de una frase que ya no suena coherente o en una de esas tardes en que sin asomo de causa encuentra uno la alegría.

El asombro ante Turok era definición de la mirada sobre sí mismo, incomodado por la desnudez.



Fotos: Antonio Turok

jueves, 21 de agosto de 2008

Desde otro balcón, don Carlos (otro sediento)



Desde el balcón, se ve:
han pasado muchos automóviles.
Desde el balcón, se piensa:
odio todos los libros.
Estoy triste porque no soy bueno.
Domingo. Uno de esos estúpidos
domingos sin sol.
La catedral parece que está hipotecada.
Yo me muero de ganas
de huir
de mí.
Parece que he comido manzanas
yanquis.
Una sola mujer hay en el mundo,
pero está ausente.

Si yo fuera pintor
me salvaría.
Con el color
toda una civilización yo crearía.
El azul sería
rojo
y el anaranjado,
gris;
el verde saltaría en negros estupendos.
¡Sabidurías de los colores nuevos!

Carlos Pellicer

martes, 19 de agosto de 2008

un sediento



"Fue sólo al borde de los cuarenta cuando empecé a comprender. No es bueno ser amado de tal manera tan joven, tan pronto. Uno se malacostumbra. Uno cree que eso llegó para quedarse. Uno cree que lo volverá a hallar. Uno lo da por sentado. Uno mira, uno se ilusiona, uno espera. Con el amor maternal, la vida te ofrece al alba una promesa que nunca cumple. Uno está obligado, a partir de entonces, a comer el plato frío hasta el final de sus días. Después de eso, cada vez que una mujer te toma en sus brazos y te aprieta contra su corazón, no hace más que darte el pésame. Uno se vuelve siempre a berrear sobre la tumba de su madre como un perro abandonado. Nunca jamás, nunca jamás, nunca jamás. Brazos adorables vuelven a asirse alrededor de tu cuello y labios muy dulces te hablan del amor, pero tú ya estás al tanto. Pasaste demasiado temprano al manantial y bebiste todo. Cuando de nuevo te alcanza la sed y estarías dispuesto a empaparte, ya no hay pozos, no hay sino espejismos. Has hecho del primer resplandor del alba un estudio muy ceñido sobre el amor y llevas contigo las notas. A donde quiera que vayas, cargas contigo el veneno de las comparaciones y pasas el tiempo esperando aquello que ya has recibido.

No digo que se les deba impedir a las madres amar a sus hijos. Digo simplemente, es mejor que ellas tengan todavía alguien más a quien amar. Si mi madre hubiera tenido un amante, yo no hubiera pasado mi vida muriendo de sed al lado de cada fuente."

Romain Gary, La promesa del alba.

Más sobre este autor y sus obras en:
elreinodeestemundo.blogspot.com

viernes, 15 de agosto de 2008

Desde el balcón



La calle se antojaba inhóspita, pero apacible. Miraba frente a sí el fragmento de ciudad que le correspondía en ese momento. La invencible, la invicta, la inmortal ciudad de la que había estado enamorado de manera monstruosa, de la única manera como se podía amar a esa ciudad. Sus cicatrices y sus parches, sus carencias, su sobreabundancia de todo, sus miedo y sus placeres, sus caricias. Pero también su fortaleza, su resistencia, su promiscuidad, su carácter, su violencia, su atrevimiento, su tristeza, su calidad de monstruo, su calidad de sueño, su antigüedad, su caos, su esperanza, su cualidad fragmentaria, su grandeza, su insistencia, su continuidad.

Francisco había mirado desde ese balcón su pasado. Y lo había narrado como una explosión súbita, como una reminiscencia de dolor, pero como una plataforma anclada en la ilusión, esa extraña ilusión en él, más parecida a una certeza de la continua movilidad. No había avances o retrocesos, sólo un movimiento circular, una presencia de lo ausente, una paciencia de la prisa.

La calle indiferente, la calle inmóvil, la calle callada. Las palabras del hombre se iban con el humo del tabaco. Y en ese ritual del fuego se consumían y revivificaban la nostalgia y el sueño, el deseo y la apatía, la lucha y la tranquilidad.

Ya la soledad se apropiaba del espacio.
Ya la noche abrazaba los cuerpos inertes, contemplativos y etéreos.
Ya desde el balcón se deslizaban las palabras en sonidos invisibles y dispersos.

domingo, 10 de agosto de 2008

correspondencia

La lectura es fuente de placeres y torturas insospechadas. Leí un comentario de Paz hace tiempo sobre la acusación de plagio hecha a Villaurrutia por un poema de Jules Supervielle.
Cuando leí Saisir debo admitir que sentí una especie de desilusión o algo parecido al entender que Villaurrutia no era taaaan original. Pero luego reparé en el hecho de que nadie es original. Fue como si ante un espectáculo de títeres se asomara uno detrás del telón (o de bajo o por encima o donde quiera que se escondieran las manos del titiritero) y descubriera los mecanismos. Una vez que sabemos el truco del mago nos asombramos de otra manera al contemplar el espectáculo.

Ahora (unos tres años después), recordé esa relación entre los dos poemas. Imagino a Villaurrutia sentado en un sillón de su casa leyendo el poema en alguna revista del movimiento surrealista traída por algún amigo recién llegado de Europa...

SAISIR

Saisir, saisir le soir, la pomme et la statue,
Saisir, l'ombre et le mur et le bout de la rue,
Saisir le pied, le cou de la femme couché
Et puis ouvrir les mains.
Combien d'oiseaux lâché
Combien d'oiseaux perdus qui deviennent la rue,
L'ombre, le mur, le soir, la pomme et la statue.

Jules Supervielle

Lo imagino levantándose del sillón, releyendo verso a verso, ensoñando imagen por imagen en esa lengua extranjera tan de su agrado y tan presente en su vida...Pa' no verme tan ridículo como Álvaro, ensayaré una versión ranchera pero con muchos ánimos de compartir:

Asir, asir la tarde, la manzana y la estatua,
asir la sombra, el muro y el fin de la calle,
asir el pie, el cuello de la mujer tendida
Y después abrir las manos.
Cuántos pájaros liberados
Cuántos pájaros perdidos que se convierten en la calle,
la sombra, el muro, la tarde, la manzana y la estatua.

Enmedio de una noche cualquiera (que hasta ese momento habría dejado de serlo), el poeta se habría levantado de la cama y en un cuaderno a un lado de su cama habría escrito unas primeras notas. Ya después, con calma, disciplina y los demás pesares que implica refinar un texto habría escrito:

NOCTURNO DE LA ESTATUA

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera
y el grito de la estatua desdoblando la esquina.
Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,
querer tocar el grito y sólo hallar el eco,
querer asir el eco y encontrar sólo el muro
y correr hacia el muro y tocar un espejo.
Hallar en el espejo la estatua asesinada,
sacarla de la sangre de su sombra,
vestirla en un cerrar de ojos,
acariciarla como a una hermana imprevista
y jugar con las flechas de sus dedos
y contar a su oreja cien veces cien cien veces
hasta oírla decir: "estoy muerta de sueño".

Xavier Villaurrutia

Tendría que leer más a Supervielle para familiarizarme mejor con su noción de la estatua, no sé si sea tan importante en su poesía como lo es en la de Villaurrutia. Y finalmente es harto distinta.
En todo caso, volviendo a mi lectura una vez que asimilé, digerí, reconocí, o como quiera decirse, la influencia de Supervielle en Villaurrutia he releído los dos poemas. Son finalmente tan diferentes, llevan a espacios tan disímbolos. Quizás, poniéndonos muy bachelardianos, podríamos decir que el poema de Supervielle atañe más a la ensoñación y el de Villaurrutia proviene mucho más del sueño mismo, de la noche, esa noche suya tan llena de fantasmas y evocadora de la muerte.

A fin de cuentas, creo que si hubiera leído primero Saisir, no me habría significado tantísimo como el impacto de leer y escuchar y releer Nocturno a la estatua. La atmósfera de misterio, el ambiente nocturno y noctámbulo, la violencia de la imagen de la estatua, la relación de éste con otros poemas de Nostalgia de la muerte...

En fin. No digo más, que cada quien lea lo que lleva consigo.

jueves, 7 de agosto de 2008

Xalapa

A los otros dos

Y sí, su nombre se deslizaba por el pabellón del oído en sus tres sílabas abiertas y largas equilibradas entre el casi suspiro, su la estruendosa y una caída suave.

Verde y nebulosa a la vez, la ciudad se configuraba en el imaginario como una esperanza, como un quedo rumor de posibilidades, y el azar se entrometía tal vez para plantar un misterio o bien para augurar algún futuro.

Estridentópolis, hubiera dicho el amigo oriundo encantado de los chispeantes golpeteos de metal que resonaban en sus lecturas poéticas. Muy en el fondo, sin embargo, se deleitaba más con el chisporroteo de sensaciones evocadoras en el manso lago poema de Francisco Hernández Catemaco.

Ya la luna bajaba a mirarse en la resbalosa oscuridad de la noche.

Ya la piedra antigua exhalaba su sabiduría serena.

Ya el amigo sincero contemplaba su soledad.

Ya el tiempo caía gota a gota enmedio de la infinidad de los días.

Ya la noche extraviaba a los tres amigos en la búsqueda de placeres inocuos.

Ya el día les preparaba la continuidad del ciclo, la invencible fatalidad del retorno...

viernes, 1 de agosto de 2008

Salomónica

Para Úrsula

"Vanidad de vanidades, todo es vanidad." Eclesiastés, 1.2

"¿Qué es lo que fue? Los mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol." Ec., 1.9


"No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después." Ec., 1.11


"Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas.

El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro.

Entonces dije yo en mi corazón; Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad.

Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio."