jueves, 1 de noviembre de 2012

Un artículo de Jesús



El bachiller salmantino, París y la tumba de Julio Ruelas
Jesús Nieto, con fotografías de Alejandro Céssar Rendón

In memoriam, Alex Rendón

Don José Rojas Garcidueñas, “El bachiller”, nació en Salamanca, Guanajuato en 1912 y murió en la ciudad de México en 1981. Se licenció en derecho en 1938 y en 1954 concluyó una maestría en letras, ambos programas de la Universidad Nacional. Realizó trabajos de muy distinta índole en diversas instituciones, lo mismo fue gerente de la Orquesta Sinfónica de México que Director de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, Consultor de la Dirección General de Límites y Aguas Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores que profesor del Pennsylvania State College. Igualmente fue miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística, la Academia Mexicana de la Lengua y de la Asociation Internationale de critiques d’art. Profesor, crítico teatral, ensayista, investigador, los títulos se acumulan.
Rojas Garcidueñas pasó en la ciudad de México buena parte de su vida y fue allí donde conoció a personajes célebres como el erudito sacerdote Ángel María Garibay K., el polígrafo Alfonso Reyes, el polémico intelectual José Vasconcelos y al escritor Efrén Hernández, originario por cierto de Silao. Éstas son sólo algunas de las personalidades que rondaron el departamento de la calle Bolívar que ocupaban el maestro Rojas y su esposa, la señora Margarita Mendoza López, también profesora de la UNAM y asesora teatral. Solía la pareja recibir visitas los días martes por la tarde y aquello se convertía en una verdadera tertulia donde los concurrentes comentaban y discutían sobre temas varios.
Muy acorde a ese disfrute de la conversación y el recreo de la mente son los escritos que tanto la maestra Margarita como don José tenían la costumbre de editar en breves tirajes para sus amigos en fechas navideñas. Cuentos, reflexiones y anécdotas se reúnen en El erudito y el jardín, publicado como una recopilación por la Academia Mexicana. En esos relatos decembrinos se suma al aliento narrativo de este escritor salmantino el vasto caudal de conocimiento que poseía como investigador de teatro, arquitectura, historia y tantos otros temas.
Alejandro Céssar Rendón, escritor, director de teatro y fundador de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México, fue alumno, primero de don José y después de la maestra Margarita, y no obstante ignoraba que fueran marido y mujer. Una tarde en que fue a llevar algún trabajo a casa de la maestra preguntó asombrado: “¿Qué no es ésta la casa del maestro Rojas Garcidueñas?” A partir de entonces visitó con frecuencia al matrimonio en aquellos días martes. Viene esto a cuento porque Alejandro Rendón y don José decidieron hacer juntos un viaje a Europa. La estancia duró cerca de veinte días. París era una ciudad que don José ensoñaba con frecuencia, conocía de memoria el trazo de sus calles y se apasionaba al caminar reconociendo lugares que evocaba de sus lecturas. Caminaron por los barrios en que pululan los personajes de la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, así como algunos de los sitios donde ocurrieron acontecimientos de la Revolución de 1789. Después, comentaba Rendón, el maestro Rojas hizo un gran coraje ante la construcción del centro de arte Georges Pompidou de un estilo contemporáneo que rompía con la atmósfera de uno de los barrios más viejos de la ciudad.
Entusiasmado, rebosante de ideas, recuerdos y sueños, don José evocaría los días de la Revista Moderna en que los artistas mexicanos hacían de París una segunda casa. Anduvieron, él y Rendón, los caminos de Montmartre, cita de pintores y poetas bohemios del siglo XIX. Y si hubiera una motivación principal para ir a esa ciudad, un capricho del alma, sería visitar la tumba de Julio Ruelas.

El 16 de septiembre de 1907 había fallecido en un hotel del boulevard Saint Michel el ilustrador cuya participación en la Revista Moderna, según el poeta Amado Nervo, provocó “en todos los círculos de América”:

Un movimiento de simpatía y de aplausos hacia el joven dibujante, que mostraba una inspiración tan nueva, tan poderosa e imprevista…[que] se ha convertido en una admiración sin reserva, a la cual ha seguido la convicción unánime de que Ruelas es el primer dibujante de la República y probablemente el más inspirado de América.

Según Julieta Ortiz del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Ruelas había recibido una pensión del gobierno mexicano “para estudiar y continuar su perfeccionamiento de técnicas del grabado en París”. Sin embargo, la tuberculosis le impidió seguir adelante al joven artista nacido en 1870. Fue enterrado en el cementerio de Montparnasse, a merced de su mecenas y amigo Jesús Luján.
En 1910 el escultor Arnulfo Domínguez Bello realizó un monumento sobre la tumba que incluye a una mujer yacente, a la cual Nervo refiere como: “desolada, vencida, trágica, una mujer de mármol […] cuya cabeza se hunde en no sé qué mare tenebrarum, cuya cabellera cae revuelta y desesperada hasta confundirse con el carrara”.
*


Frente al sepulcro de Julio Ruelas, don Pepe Rojas calla, medita, acaso converse en silencio. Tenía frente a sí, el fallecimiento de un México, aquel de finales del Porfiriato, ambicioso de cosmopolitismo, fascinado por las artes y el sistema de educación franceses. Él se había formado todavía en una época en la que París señoreaba indiscutiblemente como la capital de la cultura.
Alejandro Rendón capturó en gelatina y plata algunos instantes de esa visita.


* Hoy, la alcaldía de París está pidiendo los documentos para la renovación de la concesión del uso de la propiedad. De otro modo, los restos de Ruelas podrían ser retirados del cementerio, junto con la escultura. Para más información al respecto, ver la página electrónica: http://www.esteticas.unam.mx/boletin_imagenes/inmediato/inm_ortiz01.html

miércoles, 17 de noviembre de 2010


Foto: E


UNO

Y verás mi rostro cuando los granos del sepia se fundan con los colores del mundo...

Ireri



Dos
Porque la sombra cobra vida, la sombra crea su propia silueta, delinea sus contornos al tiempo que otorga de movilidad a ese apenas murmullo que la constituye. Y de la misma manera en que un hombre común es aquel que nunca será un fantasma, como lo sabía Tario, un hombre insignificante es aquel que desconoce su propia sombra.

Álvaro Rueda, cuadernos póstumos.

martes, 14 de septiembre de 2010

Invocación de mi patria

Tendido en un vasto campo de sueños y recuerdos, terreno adentro de la imaginación y su universo, escucho la hierba mecerse antes del crepúsculo y su bóveda astral. Cierro los ojos para convocar visiones: extiendo la mano para acariciar la patria. Y es ya la patria como un paisaje, y es ya la patria una atmósfera envolvente, y es ya terruño, y es memoria, y es a veces olvido, que es también creación.

A la vuelta de un recuerdo, hileras de zanahoria y calabaza, ramales de agua, espigas verdes luego doradas y sorgos anaranjados de sol. Camino entre casuarinas y pinos en tardes azules. Alrededor, tierra negra y pata rescoldo del fuego trigo. En el horizonte, cerros de panza violeta, peñascos, piedra afilada, composiciones de órganos y nopales, tunas moradas de junio, polvo y luz. La patria me sabe a agua de alfalfa y a chico zapote, su eco resuena como un latir profundo de río o volcán, palparla es sumergir la mano en lodo y hierba, su aroma me es familiar como las gigantes guayabas de cáscara verde y pulpa rosada del huerto de mi infancia.


(Foto: Jesús Nieto)

A poca distancia, en el jardín, la jacaranda y el fresno toman un baño de luna: maridaje de sombras, alharaca de hojas agitadas por el viento del recuerdo antes de la batalla entre relámpago y trueno, violento ayuntamiento de Tláloc y la Madre Tierra que engendra flores y frutos. Entrada la noche, los grillos ensayan su concierto, aúllan los perros a la oscuridad, irrumpen ráfagas de autos por la carretera, zumban espontáneos los zancudos.

De día, trinos y gorjeos en el paisaje límpido de verdes variaciones. Ando el camino de tierra mojada, milpas recién bañadas, casas alzadas hace no mucho. Más avanzo, más se llena de ruido el pabellón de mi oído. Los automóviles pasan al lado de la escuela Artículo 123 en cuyos muros (ahora grafiteados) chillan colores de variopintos Benito Juárez predicando respeto.

Llego a una plaza que el sol ha vuelto una alberca de luz. Bajo los portales, el niño que fui muerde una paleta de hielo, dulce escalofrío en las encías destempladas. Más adelante, en la plaza de armas, vuelvo a descubrir las estatuas de los héroes. ¿Está hecha la patria de piedras solemnes? ¿Eres polvo de oro, patria mía? ¿Eres fresnos y álamos del bardo zacatecano que navegó suavemente las olas civiles? ¿O estás en la arrugada postal de Chapultepec del amoroso poeta guanajuatense? ¿Es tu fulgor inasible? ¿Te toca la anécdota del abuelo que de niño miró a Villa matar a un soldado por violar la sentencia de No robarás? ¿Estás aún nostálgica por el territorio perdido? ¿Vas a terapia para superar el episodio del tratado McLane-Ocampo? ¿Vives a tus anchas en el de Libre Comercio de América del Norte, o padeces la traición cotidiana de cada uno de nosotros, tus hijos de la Chingada?

Las entrañas me punzaban al aprender historia de Texas en una escuela gringa a los once años; una sensación estrujante en la tripa me asaltaba al cruzar la frontera. Casas de lámina y cartón. Rostros de pueblo jodido. Caminos de baches. La ropa de marca en la cajuela de marca.

Se me hace jirones la patria, como se me ha ido haciendo jirones la fe. La última confesión: San Juan de los Lagos. Escuchaba el bullicio del fervor, la gente se acercaba de rodillas a ver a La Virgen. Mi memoria evocaba historias de corrupción y retóricas huecas, una sensación de vacío acentuaba la falsedad de mi comunión. Pero el recuerdo viene también con música de conjunto, almuerzo y cerveza, muchachas de ojos del color de la patria que vendían dulces de leche.

En cada risa, en cada abrazo, en cada floreo de baile, en cada rodilla al piso entregas seña y santo, patria, de tu acrisolado origen. La patria está hecha de piedra bola en Zempoala, de piedra laja en la sierra Gorda, de piedra volcánica en México Tenochtitlan…y en la playa de Oaxaca horada el tiempo una ventana de piedra.

¿Se esconderá la patria entre las mariposas Monarca en el invierno, la sorprenderemos tomando siesta bajo un mezquite tristón, o mirando la pimienta rosa caída de los pirules? ¿Andará la patria en sábados de fiesta con mole de espinazo de puerco y arroz colorado, entre los muchachos y sus cantos de acordeón y tololoche?

De patria se me inflamaba el pecho y se me hacía china la piel en honores a la bandera. Se acumula polvo de patria en balcones, patios y torres de la antigua Valladolid. Miro impregnado de patria cada calle, cada árbol, cada niño, cada elote. En el café frente a la catedral repaso las noticias: patria nuestra de migrantes, asaltos, allanamientos, liquidación de cuentas pendientes. Doy vuelta a la hoja del diario para hallar otra muerte. Patria de velorios y entierros. Patria bendita y persignada. Matria de sacrificios y desvelos, rezos y genuflexiones.


(Foto: Carlos Nieto)

El tiempo se aferra a la patria en el barroco de oro y madera, de piedra esculpida en altos y bajos relieves, columnas salomónicas, estípites, soles y lunas de Mesoamérica, flores de nochebuena en el templo de Angahuan. Acaso sean mi patria las historias de don Raymundo, que vivió a los quince años el nacimiento de un volcán y miró a su abuelo llorar, recargado en la puerta del templo, porque se les acababa el mundo. Mi patria podría ser el maestro Lara que aprendió de nuevo las técnicas del barro que ya conocían los antiguos en Tlalixcoyan.

Apenas la pronuncio, la patria se me escapa de la lengua al viento, se escabulle por los adoquines de Motolinia y Gante en su domingo de algarabía. Trato de asirla, la ando persiguiendo por Donceles y sus librerías de viejo, pregunto por ella en el café libanés a espaldas de catedral, la confundo entre la multitud que avanza por 5 de mayo. Se escucha música de bolero y danzón, mas de pronto el silencio, el escalofrío y el ruido de un motor: un camión del ejército circula por el centro histórico en una tarde de domingo. Hace cinco años una amiga, recién llegada de Colombia, cayó en cuenta de que en México no andaba la milicia por las calles. Supongo que se sentía tranquila, también, porque no estallaban granadas en festejos patrios, no morían asesinados alcaldes, inmigrantes ni deportistas, gente que uno conoce de nombre, cada vez más cercana a la que conoce de trato. No se andaba con el temor entre miradas, aunque ya se acumulaban en la conciencia cifras de mujeres asesinadas en el antiguo Paso del Norte, y de tantos indígenas, agricultores y otros muchos innombrados en este cuerno nuestro de la mal distribuida abundancia.

Eres grito y murmullo, patria, no eres silencio. Eres sombra y sombrero. Eres de cantera verde y rosa, eres de agave, de canto y gallo, de pulque y mezcal, de cuitlacoche y flor de calabaza. Eres de trigo y maíz, eres fuego y ceniza. Eres de polvo: patria de polvo abuelo, patria de polvo al vuelo, festín de arcillas de tono y textura. Eres polvo de panteón y pólvora de fiesta. Eres zempoalxóchitl y garra de león, calacas de dulce y cráneos ensangrentados, calaveras de polvo y calaveras de verso. ¿Dónde el zompantli para tantas derrotas? ¿Dónde la voz? ¿Dónde el alma para tantas lágrimas?

Al rojo vivo se tatema el carbón, se cuecen las gordas de maíz, hierve el atole. Fluye en tus venas el universo, patria, con sus certezas y sus misterios. ¿Somos la raza cósmica? Somos gente de aquí y de allá merodeando sobre la piel rugosa de la Tierra. Asentados a la orilla de un río o de una laguna hacemos hogar, engendramos gente, engendramos historia, engendramos palabra: se hace el verbo y nace un mundo. Raza de maíz, raza de polvo. Somos letra y somos ceniza, puño de tierra, manojo de hierba.

Tendido en una pradera, miro crecer la noche. Viene asediando al cielo un ejército de estrellas. Me pongo de pie para volver a casa. Un día estará mi cuerpo tendido bajo tierra, será alimento mi carne, o será polvo esparcido, y seré yo mismo patria.

lunes, 16 de agosto de 2010

Mundo


Foto: E
UNO
La vida de la modernidad liquida es un ejercicio cotidiano de fugacidad universal, asienta Zygmunt Bauman en su libro "El arte Liquido" para referirse a lo intrascendente que resultan todas las cosas del mundo en esta época del fluir sin sentido.
Sin embargo, para el fotógrafo resulta emocionante el desafío de nadar en las apresuradas corrientes de la vida y lograr captar momentos que sin duda, rompen con la idea de Bauman, pues desde que son abstraídas hasta que son expuestas a alguien más, trascienden el tiempo y cobran sentido.
Por Ireri


Dos


Tres

Un niño camina sobre la arena como cada tarde, pequeñísimo y convencido, el caracol en las manos: está seguro que el atardecer se escapa de aquel objeto marino, grande y rugoso, con ruido de playa cuando se lo acerca a la oreja. Deja al bicho sobre el suelo, un bicho sin animal desde hace quién sabe cuánto, y espera. Escucha a los naranjas desdoblarse mientras se desenredan casi sin ruido, confundidos con las olas. Aquella música de colores incendiados lo invade todo, instalándose sobre el océano mientras la arena cambia de dorados, y el niño se sonríe satisfecho porque empieza la canción de cuna que hay que cantarle al sol para que se oculte, aunque sólo él lo sepa, sombras que crecen alrededor de las aguas.
El mar va y viene, y el niño espera. Cuando las primeras estrellas aparecen, esconde al atardecer otra vez en su sitio, y se mira las manos con asombro. Desde hace meses, todos los días, el atardecer no ha dejado de nacer de su caracol.

Por Lucía


Cuatro

La perspectiva, el uso de efectos visuales, los colores reales y los colores montados, se aglomeran en un todo al que se le puede dar una infinidad de sentidos, o simplemente llamarlo locura. Pues es un mundo de interpretaciones creadas en paralelo a la realidad de la que fue abstraída.

Por Serena

martes, 27 de julio de 2010

Un instante


Foto: E

Uno
Cuán creativa puede ser una imagen aun cuando su bidimensionalidad limita la vista a un solo encuadre...

La fotografía congela el instante y lo hace permanente, lo sujeta, lo retiene, lo hace trascender al tiempo y lo redime ante la contemplación.

Esa contemplación en la que surge el aletheia de Heidegger, en la que la mirada sublime traspasa las emulsiones de una impresión fotográfica y desvela un sin fín de historias, metáforas, analogías y huellas.

Y sin darte cuenta, en un instante has levantado paredes ideológicas que se sobreponen y se conjugan unas con otras; generando mundos paralelos.

...porque en la edificación de la imagen ya no cabe una sola realidad.

Por Ireri




Dos
(bosquejo de una realidad)

Las yemas encuentran cauce en los poros. Peces o serpientes, deslices en descenso por corrientes y recodos de broncínea piel. Al tacto del empeine sucede un artilugio, magia del tacto, artesanía de lo indecible. Lenguaje silente que precisa labios sin menester de palabra, que precisa saliva sin menester del habla. Lenguaje multitudinario de células prestas a la reacción de un apenas roce.

Despertar de cosquilleos, alboroto de sensibilidad, emergencia de suspiros.

Por Jesús


Tres

Sus ojos no eran suyos esa noche. Váyase a saber por cuántos pastos habían caminado aquellos pies antes de decidirse a quitar los zapatos (ese pasto que podía llamarse grama o zacate o césped pero que él llamaba pasto por pura nostalgia nacionalista). Había llovido y el rocío le lamía las yemas de los dedos suavecito. Pensaba en la urgencia de llamar, ir o regresar por donde mismo había venido, en una de esas jornadas en que se sentía insignificante, y quería seguir pensando pero las estrellas lo veían también, las estrellas lo veían y el pasto era suave, así que se le antojó dejar los ojos colgando por un rato para no soñar con caminos sino con estrellas… y se sentó a esperar, quedándose dormido.

Por Lucía

lunes, 12 de julio de 2010

Huellas


Foto: E




PRIMERA APROXIMACIÓN:

Al tacto de la luz
se despliega en capas la textura,
ojo de luz y sombra,
maridaje de cortinas
de piel platina

Acrisolado juego de metal,
grabación y hendidura,
diminutas sombras penetrantes,
salpicadura de chispas de sol
que al disparo una alquimia hace lunares

y les hace rayar
huellas de un tiempo aferrado
a
la
caída
oblicua

(Jesús)


SEGUNDA APROXIMACIÓN:

Etimológicamente, fotografía significa escritura de la luz, agente físico necesario para hacer visibles los objetos del mundo.

Pero este significado cobra sentido hasta que se da el proceso fotográfico, donde ese haz no se conforma con señalar y comienza a marcar y penetrar, hasta que deja una cicatriz conceptual en la superficie del papel fotográfico, la imagen.

De igual forma, la piel humana es el soporte de un camino recorrido. Las marcas que lleva encima son la incidencia de la experiencia y el tiempo, que con cada surco o arruga preservan una historia de vida.

Para la propuesta de la semiótica moderna propuesta por Charles Sanders Peirce, la imagen antes de ser fotográfica es un índice, es decir, un signo que mantiene una relación de proximidad física y temporo - espacial con su referente y por lo tanto califica a la imagen fotográfica como carente de dichos aspectos.

Sin embargo, (a mi parecer) la fusión de horizontes durante la experiencia estética establecería una relación de proximidad real en tiempo y espacio con la fotografía.
Por lo tanto, la fotografía es una huella de la realidad.

La piel es el lienzo de la vida pero la fotografía es la piel del mundo.

(Ireri)


jueves, 8 de julio de 2010

El buen Cortázar, el cuento y la fotografía

El fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos, sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento.

Algunos aspectos del cuento, 1962.




Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier repórter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche.

"Las babas del diablo", Las armas secretas, 1959.