martes, 13 de abril de 2010

Pellicer, según Vasconcelos

Poeta de la belleza -como Darío a quien no por eso falta sentimiento-, Pellicer posee el decoro de esa escuela de expresión que busca en la forma un molde que la idealiza y la depura. No hay en su alma torrente, ni ante el mismo Iguazú se contagia del trepidar de la fuerza confusa, sino que la resiste, la disocia, la musicaliza, la dispersa en notas o la organiza en sinfonías. Nada en él es turbio; su corazón se conmueve, pero sin pasión perversa, y su mente es cristalina. De allí que todo le va resultando claro; los panoramas tropicales de colorido espléndido, sus emociones que se tornan visión límpida, su pensamiento que se le vuelve paisaje. Leyendo estos versos he pensado en una religión nueva que alguna vez soñé predicar: la religión del paisaje; la devoción de la belleza exterior, limpia y grandiosa, sin interpretaciones y sin deformaciones; como lenguaje directo de la gracia divina. La adoración del paisaje que es hálito maestro y temblor del mundo fundidos y como recién criados en el seno de una potencia que supera la realidad ordinaria, y redime las dos vidas, la vida atormentada del alma y la vida inerte de la naturaleza. Dos especies de existencia que se confunden en un ritmo nuevo que las transfigura, esos son montañas y cielos, plantas y seres cuando las sentimos impregnados del trémulo vibrar del corazón y su infinita armonía nos deslumbra. A eso llamamos belleza o lo llamamos amor, y el que ha amado así se vuelve impotente para amar en forma más reducida. Me atrevo a pensar que así amaba Jesús y que así amaba San Francisco y los poetas que miran las cosas como dentro de un halo de belleza universal y viviente, son como magos reveladores de ese sentimentalismo que posee la ternura de las lágrimas y la profundidad del universo.

Fragmento del prólogo de José Vasconcelos, amante de la música de Beethoven y los libros de Schopenhauer, a Piedra de sacrificios. Poema iberoamericano, de Carlos Pellicer. Extraído de OBRAS. Poesía, Fondo de Cultura Económica, 2003.




Reunión celebrada en 1923. Aparecen: Ricardo Gómez Robelo, Roberto Montenegro, Antonio Caso, Alfredo L. Palacios, Gabriela Mistral, Carlos Pellicer, Julio Torri, Francisco L. del Río, Alberto Vázquez del Mercado, Palma Guillén, José Vasconcelos, secretario de Alfredo L. Palacios y Manuel Gómez Morin. (Pellicer es el de bigote que tiene los brazos cruzados y está justo debajo de Vasconcelos, tercero de la fila de arriba de derecha a izquierda. Gómez Morín es el primero de la derecha.)
Imagen y pie de foto tomados del portal del INEHRM, que a su vez la toma de: José Joaquín Blanco, Se llamaba Vasconcelos. Una evocación crítica, México, FCE, 1977, s/p.

jueves, 8 de abril de 2010

Del señorío purépecha, donde moraban los pescadores

El colibrí se agita en la hamaca transparente del aire, las aguas se filtran en el cedazo natural de la Tzaráracua en el eterno devenir de Heráclito, el pez se escabulle de la red con alas de libélula del pescador, la canoa se desliza silenciosa, los instrumentos están listos para la caza de las aves acuáticas, que pronto caerán presas del tzupagui.

Rafael Nieto