domingo, 22 de marzo de 2009

"mudez insobornable"

Sentado en el sofá de la guarida, mientras Álvaro hablaba por teléfono a mi lado, tomé su compilación de Tomás Segovia y ojée páginas al azar. De pronto hallé un título que exigía (sí, este es el término preciso) ser leído...

JUEZ

Dispensador de la inquietud,
pálido juez que eres yo mismo,
pero frío lo niegas,
y me avergüenzas,
y no te puedo huir,

--no me mires con esos ojos.

(Severo, en las nocturnas horas
más agrias y desfallecientes,
flotas fijo donde mire,
me observas con mis ojos pero exánimes
y nada me preguntas,
mas tu mudez insobornable
las respuestas que formo perseguido
hiela y deshace una tras otra...)

Inquisidor impotente,descansa,
no me envenenes más el alma
con este tósigo de sinsentido
que me pudre la vida...

--y esos ojos.
esos paralizantes ojos
ciérralos, no hay con qué me cubra.



Leí en voz alta para Álvaro una vez que colgó. Sentimos emoción de habernos encontrado en el poema. Yo nos dije que bastaba de hacer caso a la mirada del juez. Se está en la vida no para reprocharse el no llegar a ser lo que se desea, pensé, sino para no cesar de intentarlo y en el camino disfrutar ese intento. Álvaro Huerta y yo fumamos un delicado y salimos a beber.

sábado, 21 de marzo de 2009

En el campo

Dudo que haya espectáculos de árboles por la tarde más bellos al nombrado por Rafael Alberti "la nieve azul del jacarandá". Yo recuerdo en particular ciertas tardes de abril en Querétaro hace ya unos tres años y por supuesto los incontables paseos por ese sitio tan entrañable que es la Ciudad Universitaria.

Efímera como me parece ahora, como ese momento volátil en que caen esos copos pequeños y suaves de color lila, la tarde de ayer vi una jacaranda. Caminé por senderos verdes, en estos días más verdes que nunca, con las espigas de trigo nacientes, el riego corriendo por los canalitos y por el ramal...El sol, camino a su puesta volvía las sombras más sutiles, juguetonas entre las grevilias, pinos, álamos y fresnos, y las espigas de trigo y cebada.

Es tan raro venir a este lugar, acostumbrado a cultivar la imaginación y la memoria y no la tierra fértil.

Algo, alguien en la orquestación de esta sinfonía habrá dispuesto mi lugar.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Postal de Atotonilco

Alto en el andamio, su mano se deslizaba describiendo movimientos precisos y cautelosos sobre un muro a la entrada del templo.
Desde el transepto, la mirada de él flutcuaba entre el joven público al frente y la figura de ella, danzante sobre las tablas del andamio al fondo, en overol blanco y sus delicados movimientos manuales.
De la memoria brotaba aquel soneto de Fray Miguel de Guevara en cuya última estrofa él sospechaba una influencia, o al menos notaba cierta similitud, con el purépecha...

(No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
)

De pronto, la figura en overol blanco volvió el rostro inundando el recinto con sus ojos verdes.

lunes, 9 de marzo de 2009

Conocía esa historia de sobra y sin embargo no podía dejar de interpretarla. Ella se despide, él la abraza, le dice adiós, ella dice hasta pronto y retoma su camino. Él dice que le cuesta trabajo dejarla ir. Ella dice que no va lejos. Se despiden.
Pronto sería la noche.

En la guarida lo esperaban una canción de David Haro: "...firmamento para mirar las estrellas...mar para saber cuando partir...rabia y entendimiento para soportar..." y aquellos dos abrazos queridos.

domingo, 1 de marzo de 2009

Horas de junio

Vuelvo a ti, soledad, agua vacía,
agua de mis imágenes, tan muerta,
nube de mis palabras, tan desierta,
noche de la indecible poesía.

Por ti la misma sangre —tuya y mía—
corre al alma de nadie siempre abierta.
Por ti la angustia es sombra de la puerta
que no se abre de noche ni de día.

Sigo la infancia en tu prisión, y el juego
que alterna muertes y resurrecciones
de una imagen a otra vive ciego.

Claman el viento, el sol y el mar del viaje.
Yo devoro mis propios corazones
y juego con los ojos del paisaje.


Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

Al año de morir todos los días
los frutos de mi voz dijeron tanto
y tan calladamente, que unos días

vivieron a la sombra de aquel canto.
(Aquí la voz se quiebra y el espanto
de tanta soledad llena los días).


Hoy hace un año, Junio, que nos viste,
desconocidos, juntos, un instante.
Llévame a ese momento de diamante
que tú en un año has vuelto perla triste.

Álzame hasta la nube que ya existe,
líbrame de las nubes, adelante.
Haz que la nube sea el buen instante
que hoy cumple un año, Junio, que me diste.

Yo pasaré la noche junto al cielo
para escoger la nube, la primera
nube que salga del sueño, del cielo,

del mar, del pensamiento, de la hora,
de la única hora que me espera.
¡Nube de mis palabras, protectora!

Carlos Pellicer