martes, 14 de septiembre de 2010

Invocación de mi patria

Tendido en un vasto campo de sueños y recuerdos, terreno adentro de la imaginación y su universo, escucho la hierba mecerse antes del crepúsculo y su bóveda astral. Cierro los ojos para convocar visiones: extiendo la mano para acariciar la patria. Y es ya la patria como un paisaje, y es ya la patria una atmósfera envolvente, y es ya terruño, y es memoria, y es a veces olvido, que es también creación.

A la vuelta de un recuerdo, hileras de zanahoria y calabaza, ramales de agua, espigas verdes luego doradas y sorgos anaranjados de sol. Camino entre casuarinas y pinos en tardes azules. Alrededor, tierra negra y pata rescoldo del fuego trigo. En el horizonte, cerros de panza violeta, peñascos, piedra afilada, composiciones de órganos y nopales, tunas moradas de junio, polvo y luz. La patria me sabe a agua de alfalfa y a chico zapote, su eco resuena como un latir profundo de río o volcán, palparla es sumergir la mano en lodo y hierba, su aroma me es familiar como las gigantes guayabas de cáscara verde y pulpa rosada del huerto de mi infancia.


(Foto: Jesús Nieto)

A poca distancia, en el jardín, la jacaranda y el fresno toman un baño de luna: maridaje de sombras, alharaca de hojas agitadas por el viento del recuerdo antes de la batalla entre relámpago y trueno, violento ayuntamiento de Tláloc y la Madre Tierra que engendra flores y frutos. Entrada la noche, los grillos ensayan su concierto, aúllan los perros a la oscuridad, irrumpen ráfagas de autos por la carretera, zumban espontáneos los zancudos.

De día, trinos y gorjeos en el paisaje límpido de verdes variaciones. Ando el camino de tierra mojada, milpas recién bañadas, casas alzadas hace no mucho. Más avanzo, más se llena de ruido el pabellón de mi oído. Los automóviles pasan al lado de la escuela Artículo 123 en cuyos muros (ahora grafiteados) chillan colores de variopintos Benito Juárez predicando respeto.

Llego a una plaza que el sol ha vuelto una alberca de luz. Bajo los portales, el niño que fui muerde una paleta de hielo, dulce escalofrío en las encías destempladas. Más adelante, en la plaza de armas, vuelvo a descubrir las estatuas de los héroes. ¿Está hecha la patria de piedras solemnes? ¿Eres polvo de oro, patria mía? ¿Eres fresnos y álamos del bardo zacatecano que navegó suavemente las olas civiles? ¿O estás en la arrugada postal de Chapultepec del amoroso poeta guanajuatense? ¿Es tu fulgor inasible? ¿Te toca la anécdota del abuelo que de niño miró a Villa matar a un soldado por violar la sentencia de No robarás? ¿Estás aún nostálgica por el territorio perdido? ¿Vas a terapia para superar el episodio del tratado McLane-Ocampo? ¿Vives a tus anchas en el de Libre Comercio de América del Norte, o padeces la traición cotidiana de cada uno de nosotros, tus hijos de la Chingada?

Las entrañas me punzaban al aprender historia de Texas en una escuela gringa a los once años; una sensación estrujante en la tripa me asaltaba al cruzar la frontera. Casas de lámina y cartón. Rostros de pueblo jodido. Caminos de baches. La ropa de marca en la cajuela de marca.

Se me hace jirones la patria, como se me ha ido haciendo jirones la fe. La última confesión: San Juan de los Lagos. Escuchaba el bullicio del fervor, la gente se acercaba de rodillas a ver a La Virgen. Mi memoria evocaba historias de corrupción y retóricas huecas, una sensación de vacío acentuaba la falsedad de mi comunión. Pero el recuerdo viene también con música de conjunto, almuerzo y cerveza, muchachas de ojos del color de la patria que vendían dulces de leche.

En cada risa, en cada abrazo, en cada floreo de baile, en cada rodilla al piso entregas seña y santo, patria, de tu acrisolado origen. La patria está hecha de piedra bola en Zempoala, de piedra laja en la sierra Gorda, de piedra volcánica en México Tenochtitlan…y en la playa de Oaxaca horada el tiempo una ventana de piedra.

¿Se esconderá la patria entre las mariposas Monarca en el invierno, la sorprenderemos tomando siesta bajo un mezquite tristón, o mirando la pimienta rosa caída de los pirules? ¿Andará la patria en sábados de fiesta con mole de espinazo de puerco y arroz colorado, entre los muchachos y sus cantos de acordeón y tololoche?

De patria se me inflamaba el pecho y se me hacía china la piel en honores a la bandera. Se acumula polvo de patria en balcones, patios y torres de la antigua Valladolid. Miro impregnado de patria cada calle, cada árbol, cada niño, cada elote. En el café frente a la catedral repaso las noticias: patria nuestra de migrantes, asaltos, allanamientos, liquidación de cuentas pendientes. Doy vuelta a la hoja del diario para hallar otra muerte. Patria de velorios y entierros. Patria bendita y persignada. Matria de sacrificios y desvelos, rezos y genuflexiones.


(Foto: Carlos Nieto)

El tiempo se aferra a la patria en el barroco de oro y madera, de piedra esculpida en altos y bajos relieves, columnas salomónicas, estípites, soles y lunas de Mesoamérica, flores de nochebuena en el templo de Angahuan. Acaso sean mi patria las historias de don Raymundo, que vivió a los quince años el nacimiento de un volcán y miró a su abuelo llorar, recargado en la puerta del templo, porque se les acababa el mundo. Mi patria podría ser el maestro Lara que aprendió de nuevo las técnicas del barro que ya conocían los antiguos en Tlalixcoyan.

Apenas la pronuncio, la patria se me escapa de la lengua al viento, se escabulle por los adoquines de Motolinia y Gante en su domingo de algarabía. Trato de asirla, la ando persiguiendo por Donceles y sus librerías de viejo, pregunto por ella en el café libanés a espaldas de catedral, la confundo entre la multitud que avanza por 5 de mayo. Se escucha música de bolero y danzón, mas de pronto el silencio, el escalofrío y el ruido de un motor: un camión del ejército circula por el centro histórico en una tarde de domingo. Hace cinco años una amiga, recién llegada de Colombia, cayó en cuenta de que en México no andaba la milicia por las calles. Supongo que se sentía tranquila, también, porque no estallaban granadas en festejos patrios, no morían asesinados alcaldes, inmigrantes ni deportistas, gente que uno conoce de nombre, cada vez más cercana a la que conoce de trato. No se andaba con el temor entre miradas, aunque ya se acumulaban en la conciencia cifras de mujeres asesinadas en el antiguo Paso del Norte, y de tantos indígenas, agricultores y otros muchos innombrados en este cuerno nuestro de la mal distribuida abundancia.

Eres grito y murmullo, patria, no eres silencio. Eres sombra y sombrero. Eres de cantera verde y rosa, eres de agave, de canto y gallo, de pulque y mezcal, de cuitlacoche y flor de calabaza. Eres de trigo y maíz, eres fuego y ceniza. Eres de polvo: patria de polvo abuelo, patria de polvo al vuelo, festín de arcillas de tono y textura. Eres polvo de panteón y pólvora de fiesta. Eres zempoalxóchitl y garra de león, calacas de dulce y cráneos ensangrentados, calaveras de polvo y calaveras de verso. ¿Dónde el zompantli para tantas derrotas? ¿Dónde la voz? ¿Dónde el alma para tantas lágrimas?

Al rojo vivo se tatema el carbón, se cuecen las gordas de maíz, hierve el atole. Fluye en tus venas el universo, patria, con sus certezas y sus misterios. ¿Somos la raza cósmica? Somos gente de aquí y de allá merodeando sobre la piel rugosa de la Tierra. Asentados a la orilla de un río o de una laguna hacemos hogar, engendramos gente, engendramos historia, engendramos palabra: se hace el verbo y nace un mundo. Raza de maíz, raza de polvo. Somos letra y somos ceniza, puño de tierra, manojo de hierba.

Tendido en una pradera, miro crecer la noche. Viene asediando al cielo un ejército de estrellas. Me pongo de pie para volver a casa. Un día estará mi cuerpo tendido bajo tierra, será alimento mi carne, o será polvo esparcido, y seré yo mismo patria.