domingo, 30 de agosto de 2009

Enclaustrado

"-Digamos que profesaba o padecía la cluaustrofilia."

El recinto era iluminado por unas cuantas farolas de luz ambarina que pendían de algunos de los techos en los pasillos de la galería. Mis pies trastabillaban sobre las locetas y trataban de aproximarse a la música que provenía de los altos en la temprana noche. Caminé más aprisa para allegarme a los escalones al fondo del patio. Apenas se distinguía el primer bloque de piedra hasta que el torrente azul, primer relámpago de la velada iluminó la escalera por un instante. Antes de escuchar el estruendo, lo vi.

En el descanso de la escalera, un pie aproximándose al primer escalón, el hombre me miró desde su serenidad. Portaba el hábito de los agustinos y las manos entrecruzadas a la alutra del vientre. Apenas y me percaté de su esbozo de sonrisa, opacado por la sombra de la capucha. Distinguía el gesto, mas no la intención.
Traté de acercarme en el ascenso, a sabiendas que ya no lo hallaría, encendiendo vanamente un fósforo que se extinguió antes de que lograra ver algo más que las desportilladas locetas de los escalones y el muro del descanso. Seguí caminando el segundo tramo de la escalera, más iluminado, y tuve la sensación de hallarme a salvo de encuentros inesperados al oír de cerca las voces del coro y las percusiones delicadas.

Me volví hacia la escalera sólo para percatarme de la ausencia de un seguidor. Continuaba el flujo de aquella música y se iluminó de azul ahora el reloj de sol que coronaba el techo del segundo piso del claustro. Quise ver entonces no la piedra hendida en forma diagonal sino el torso de otro visitante inoportuno. Horrísono, el trueno quiso hacerme volver la vista para confirmar mi soledad, como si las intermitencias azules fueran la señal de algo. Pero preferieron mis piernas seguir su trote hasta el fondo de la galería donde encontré finalmente la pieza iluminada, como lo sugería la luz que escurría por el hueco de la puerta.
Me interné en la sala, no sin evitar cualquier disturbio al emparejar. Al volverme hacia el interior cesó la luz, cesó la música.

Vanamente buscaron mis manos los fósforos en los bolsillos y vanamente quisieron mis dedos tentar la puerta.
Había sido devorado por la oscuridad.

Si el relámpago se hubiera detenido de aparecer por unos instantes en su andar por la intrincada trenza que es el tiempo, habría permanecido en la sombra aquella atroz escena y sólo al entrar la aurora, sería inminente la muerte. Mas, despejado el aire aún de ráfagas de agua, con la luz azul la noche fue nítida y el cadáver, la amenaza consumada, se mostró ataviado de sus ropajes tiesos al pie de la puerta.

1 comentario:

Eduardo dijo...

Hola Jesús:
Nada más contestando algo obvio, sería genial una audición y si esta Bach presente de lujo.

A mí también me aterra el concepto de eternidad, pero me aterra aún más el concepto de la nada.

Eduardo