jueves, 17 de diciembre de 2009

Apuntes sobre el universo literario de Jorge Luis Borges (primera entrega)

Evoco la sensación que se apoderó de mí al leer por primera vez "Las ruinas circulares", "La muerte y la brújula" y "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". Es la emoción de la proximidad con ese espacio literario en el que convergen las más variadas formas del pensamiento en medio de una atmósfera de tono metafísico, radicalmente distinta a todo lo antes leído. Aunque avanzo con cierta lentitud y a cada párrafo es imperioso releer, hay algo en esa primera lectura de los tres cuentos que me hace sentir cerca de un hallazgo…

Somos y no somos al mismo tiempo. Esta es una de las premisas fundamentales en la literatura de Borges, el punto de partida y simultáneamente el punto de llegada, porque uno no difiere del otro si afirmamos con Octavio Paz que:

todos los nombres son un solo nombre,
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
(Piedra de sol)

Estoy citando fuera de contexto, pero no lo hago sin motivo, pues así como Octavio Paz eventualmente llegó a India y hubo de maravillarse ante las bondades y riquezas del pensamiento filosófico oriental, al tiempo que era un conocedor de las cosmovisiones mesoamericanas; Borges, ese descendiente de pastores protestantes y soldados sudamericanos, llegó por la lectura de Schopenhauer al taoísmo, el hinduísmo y el budismo, e igualmente se quedó pasmado ante las posibilidades del pensamiento oriental en su conjunto.



No obstante lo disímbolas que son sus poéticas y sus perspectivas filosóficas, Borges y Paz concuerdan en la visión unánime de los tiempos del Ser.
Paz se pregunta en el poema "Piedra de sol":

¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida –pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos –,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo

A partir de otra perspectiva, también para Borges la individualidad es una ilusión, pues sólo podemos ser uno al tiempo que estamos siendo otro, o los muchos otros, el yo es en ese sentido algo indefinido y el individuo se desvanece en el curso del tiempo. Al responderse a sí mismo en el poema "Yesterdays" quién es él de entre los muchos yos que ubica en los miles de instantes vividos dentro de su vasta memoria, Borges enuncia:

Soy el cóncavo sueño solitario
en que me pierdo o trato de perderme,
la servidumbre de los dos crepúsculos,
las antiguas mañanas, la primera
vez que vi el mar o una ignorante luna,
sin su Virgilio y sin su Galileo.
Soy cada instante de mi largo tiempo,
cada noche de insomnio escrupuloso,
cada separación y cada víspera.
Soy la errónea memoria de un grabado
que hay en la habitación y que mis ojos,
hoy apagados, vieron claramente:
El Jinete, la Muerte y el Demonio.
Soy aquel otro que miró el desierto
y que en su eternidad sigue mirándolo.
Soy un espejo, un eco. El epitafio.

Podría afirmarse, en ese sentido, que Borges toma como referencia la antigua reflexión atribuida a Heráclito: nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. El río será distinto, pero el bañista ya también será otro.
Y a Borges le gustaba mucho emplear la metáfora del tiempo como un río. En un ensayo del libro Inquisiciones, afirma: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”

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