miércoles, 3 de marzo de 2010

De Poeta en Nueva York



La aurora

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca



A propósito de La aurora

Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo planteó una síntesis de la herencia de dos vertientes de pensamiento que nutren la mentalidad estadounidense, el protestantismo calvinista y las lecciones acerca del manejo del capital en la autobiografía de Benjamín Franklin. No podría haber un espacio más propicio que Nueva York para percibir los frutos de esa compleja ideología.

Federico García Lorca desde las entrañas del monstruo, como lo diría Martí, describe e interpreta una de las facetas de un mundo donde la máxima institución: la bolsa de valores en Wall Street, si bien es la máxima expresión del capital especulativo, es también, como lo ha dicho Woody Allen, una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea (Ver: Manhattan, 1979).

García Lorca pinta los versos con chapopote y deja caer sobre ellos el metal dorado que devora niños abandonados. Remite este poema a un anhelo de justicia, por una parte, y también hay el afán de hacer ver la infertilidad de ese diario movimiento de hombres-máquina; pues se va a los juegos sin arte, a sudores sin fruto. En contraste, podríamos jugar con esos mismos colores e imaginar un campo de tierra negra del cual se cosecha el oro del trigo. El asfalto, en cambio, no produce nada.

Natura, la aurora en este caso, al gemir, es testigo de una podredumbre total. El poeta pareciera darle voz a una naturaleza sepultada bajo el asfalto de Manhattan que grita implorando o exigiendo libertad.

El mal, engendrador de inmundicia, es el espíritu del capitalismo, el afán individual de acumulación de riquezas que inevitablemente mengua la posibilidad de acumulación de alguien más. La herencia protestante es un ascetismo que niega el disfrute, el goce de la vida, en virtud de alcanzar la gloria eterna. García Lorca muestra estas contradicciones, pero sobre todo, hace notar lo vacío de un mundo ausente de canto y arte.

El joven anarquista español, autor de canciones y poemas de arte mayor y menor, que cantara nardos y caracolas; muslos que se escapaban como peces sorprendidos; la muerte de su primo el Camborio; y un horizonte de perros que ladraba muy lejos del río, en Nueva York, en el fatídico año de 1929, no puede sino cantar columnas de cieno.

4 comentarios:

Paola dijo...

Porque los otros somos nosotros, habrá que reformularnos procesos para transcender a Nueva York a partir de nosotros mismos... gracias.

Paola, a la que a veces le dicen Aimée.

grg dijo...

Jesús,
Lo que más me gusta de tu análisis es la manera en que mezclas el análisis literario con el análisis histórico-económico y además le das un tono poético.

En verdad me gustó mucho.

ursula dijo...

Don Gesù,

Conincido con Giannina, me gusta tu análisis y me sorprende también su precisión, la de descubrir a través del poema de Lorca la esencia (o no-esencia) de esa infertilidad tan característica de ciertas ciudades de sajonia.

Mira, te dejo un link a un poema que escribí como respuesta, o más bien como diálogo, con "New York. Oficina y Denuncia" que tuve que escribir después de llegar a una ciudad.

http://the-years.blogspot.com/2007/12/pregunta-por-la-ciudad-slo-denuncia.html

Un abrazo

Anónimo dijo...
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