jueves, 6 de mayo de 2010

Notas para un hasta luego

Fresca y solitaria,
ausente de ajetreos,
cuando las hordas te despueblan
huyendo a tus caricias y reclamos,
te reconocí a mis diecisiete años.

Tus muros centenarios,
tus palacios elogiados por Humboldt
y abandonados a las multitudes.
La incontenible decadencia.
La sobreabundancia y la miseria.
El recelo primerizo,
paranoia de miradas.
Tus árboles, tu porte, tu grandeza.
Las ganas ansiosas de ti.

Bien lo dijo el paisano Huerta:
Amor se llama,
el circuito, el corto, el cortísimo
circuito interior en que ardemos.


He bogado por tu vientre,
tus relieves, azoteas y balcones.
Cuauhtémoc. Irrigación.
Coyoacán. Santa Úrsula.
Narvarte. Uxmal.
Luz Saviñón. Torres Adalid.
Tlalpan. Ciudad Universitaria.
Vizcaínas. Revolución.
Signos y señas de paseos, despedidas y ensueños.

Cuando me vaya evocaré tu euforia de viernes,
borrachera de emociones;
la soledad y el duelo en la calle de Uxmal,
junto a la casa de ese viejo magnífico
que escribe novelas
y roba carcajadas.

A veces en el trasiego de los barrios
o en las madrugadas cuando te desconocía
para ir a descubrir los rincones del país,
me han sorprendido,
nebulosas bajo la lluvia tristona,
las montañas que vigilan este valle,
cuya tierra no dejas de abarcar.


Recordaré caminatas
bajo la techumbre de jacarandas,
que en abril cantan en su lluvia lila.
El aprendizaje del danzón sobre una raída duela.
Los mercados, sus quesadillas y su algarabía.

No olvidaré la caída de la tarde,
el sol descendiendo al fondo,
más allá de la victoria alada,
ángel nuestro que anuncia acaso
más que un grito libertario,
un mensaje atemporal y divino.
Ni el coro de tazas sobre platos
una tarde
que antes del café y el tabaco
multitudes recorrimos tus calles centrales
queriendo alcanzar a gritos, pasos y puños alzados
utopías prometidas.

Y la intensa piedra de hielo
luna de octubre
que encharca de luz las azoteas.
Gotas de lluvia otoñal
pasos de pianos vecinos
notas de Claude Debussy.


Resuenan en mí tus ecos de gran templo,
laguna subvertida,
mítico edén,
paraíso infausto,
alegoría de lo inconexo.

Y la contemplación de bunganvilias
sobre negras piedras
que te dejó el volcán
de una civilización perdida.


Se quedan atrapados en mí
tus arrullos melancólicos,
nuestra comprometida nostalgia,
nuestras ruinas,
la amargura,
nuestros amorfos sueños.

En la mañana y en el mañana,
diré que fuiste,
Ciudad,
amor en mi vida.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Tú y tu ciudad; nuestra ciudad que es una de cada quien. Apasionada. Hermosa. Que bellas palabras has armado para ese gran amor al que algunos -como tú- siempre volverán y otros no hemos podido abandonar. Gracias.

i. ireri dijo...

wow! Hasta parece que vivimos en ciudades distintas. Yo, con tantas ganas que tengo de irme, te leo y me dan ganas de quedarme a vivir esa ciudad que vives tu.
Hermoso, gracias!

Gabo dijo...

Aquí en tus palabras nosotros; y nuestros amoríos con esta ciudad. Tú sabes bien que esas raídas duelas no se olvidan de nada, y tambien esperan, y esperan...

Te quiero mucho.

"la ciudad se quedó sola,
con sus muchedumbres,
su lago desecado, su cielo de neblumo
y sus montañas invisibles..." (Homero Aridjis)

Serena dijo...

¿Te das cuenta como inspiras?

Ciudad, ciudad, sin nombre, con recuerdos inconclusos y con ilusiones falsas y no tanto, por sus rincones públicos y sus multitudes privadas, en fin.

Y hoy yo pienso en palabras de Huerta mismo:

"Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria..."

"...Polvo mil veces pisado..."