domingo, 11 de noviembre de 2007

Recreación de la ciudad

Recientemente mis días en la Ciudad de México se han acotado a los fines de semana. Y son precisamente estos los que permiten disfrutar de la gran giganta en sus pequeños espacios: caminatas por Narvarte, cafés espresos a media tarde de sábado, la lectura de un libro de poética en el trayecto en metro, una comida con mi hermano añorando siempre las mañanas de recreo en el estudio de la casa con los juguetes del armario luego de girar con ansia las dos vueltas precisas a la llave de metal antiguo del antiguo bisabuelo.
Los domingos, cuya recurrente nostalgia he logrado suprimir con la antesala de viajes en la historia hacia la tierra de pescadores arrojan esa luz caractéristica de domingo. No esa luz castaña que ensoñé una vez, sino una luz meramente ambarina que se dispersa sin recelo sobre baldosas y banquetas grises, y hace resurgir un brillo verde en los árboles...esos entes tercos en quienes recae la esperanza de este sitio malherido y desvencijado.
Resignado a abandonar la nostalgia de lo no vivido, haciendo lo posible por ignorar aquellas añoranzas de un alto valle metafísico, región transparente del aire asumo la parte de ciudad que me toca vivir, procuro amarla y comprenderla en sus fortunas y sus desventuras...

Diré como Carmen Mendoza que soy como esos pájaros necios que jubilosos te cantan...aunque el esmog no me deje ver los volcanes...mientras siga mirando el musgo de melancolía que no para de crecer en las banquetas.

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