jueves, 16 de agosto de 2007

En ese lugar grande...









En ese grande lugar, madre, hay espacios donde la gente habla el árabe. A las salidas de las estaciones de metro unas mujeres enormes de piel oscura y vestidas con túnicas de colores chillantes venden elotes dorados. Por esas calles hay una bullanga esparcida, más parecida al comercio que a la celebración. Y ese lugar puede llamarse París, como puede llamarse El Cairo, Beirut, México o Nueva York. Los matices son distintos, pero por todos lados se percibe la mezcla como patrón. Y hay algo de razón en los versos de Fayad Jamís: "mañana todos tendremos el mismo rostro de bronce y hablaremos la misma lengua/Mañana aunque usted no lo quiera señor general señor comerciante señor de espejuelos de alambre y ceniza/pronto la nueva vida el hombre nuevo levantarán sus ciudades encima de vuestros huesos y los míos encima del polvo de Nôtre-Dame"






Nos damos la bienvenida a este mundo de la mezcla. La diversidad avanza y no precisamente controlada por el pensamiento. Parece incluso que la dinámica avorazada de estos días abandona a este último y cede su lugar a un sentido común, o aquella esperanza que llamamos con frecuencia corazonada, instinto, olfato. Ese es quizás el ritmo que nos precede y nos prosigue estos días y está más allá de cualquier posibilidad de control, o de un control que nos pertenezca. Qué otra cosa es el enamoramiento. Qué otra cosa la amistad, la solidaridad cuando dejamos que fluyan como fuerzas inmanentes e indepiendes, inútiles de someter a nuetro juicio y arbitrio. Se respira en el aire algo nuevo, llamémosle atmósfera. Modernidad tardía, posmodernidad o hipermodernidad, que la definan los otros, los que van delante de nosotros. Mientras tanto, nosotros quedamos invitados a vivirla.


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