jueves, 28 de agosto de 2008

Turok



Lo supo entonces. Era como si siempre lo hubiera sospechado, como si al descubrir las imágenes reconociera que en esos recortes de realidad, en esos fragmentos de mundo, que eran al mismo tiempo una irrealidad, un artificio, existiera el otro.



No. Existían más bien los otros, suerte de alteregos infinitamente complejos e inasibles. Aquellos otros subsistían en una profundidad subyaciente o metayaciente, o sepa Dios cómo podrían nombrársele a esa existencia alterna; una profundidad, como decía, ubicua y disimulada. Porque uno podría seguir viviendo tan tranquilo, pensando que las cosas son como son de inalterables e idénticas. Sin embargo, existen esas llamadas desde el otro lado, desde los otros lados.

Uno ya no puede estar en paz. Puede olvidarse, por supuesto, de que existe todo aquello. Vivir entonces en la superficie del mundo tal cual se presenta para ser manipulado en sus pequeñas y grandes cosas, pero nadie nos garantiza que de pronto pueda surgir a la víspera de una mirada traicionera, a la mitad de una frase que ya no suena coherente o en una de esas tardes en que sin asomo de causa encuentra uno la alegría.

El asombro ante Turok era definición de la mirada sobre sí mismo, incomodado por la desnudez.



Fotos: Antonio Turok

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