jueves, 7 de agosto de 2008

Xalapa

A los otros dos

Y sí, su nombre se deslizaba por el pabellón del oído en sus tres sílabas abiertas y largas equilibradas entre el casi suspiro, su la estruendosa y una caída suave.

Verde y nebulosa a la vez, la ciudad se configuraba en el imaginario como una esperanza, como un quedo rumor de posibilidades, y el azar se entrometía tal vez para plantar un misterio o bien para augurar algún futuro.

Estridentópolis, hubiera dicho el amigo oriundo encantado de los chispeantes golpeteos de metal que resonaban en sus lecturas poéticas. Muy en el fondo, sin embargo, se deleitaba más con el chisporroteo de sensaciones evocadoras en el manso lago poema de Francisco Hernández Catemaco.

Ya la luna bajaba a mirarse en la resbalosa oscuridad de la noche.

Ya la piedra antigua exhalaba su sabiduría serena.

Ya el amigo sincero contemplaba su soledad.

Ya el tiempo caía gota a gota enmedio de la infinidad de los días.

Ya la noche extraviaba a los tres amigos en la búsqueda de placeres inocuos.

Ya el día les preparaba la continuidad del ciclo, la invencible fatalidad del retorno...

1 comentario:

Gabo dijo...

Todavía desde la mera Estridentópolis;
Ya verá usted don Jesús, lo cerca que está el día en que los tres vendremos a apagar el sol a sombrerazos...

“Estridentópolis realizó la verdad estridentista: ciudad absurda, desconectada de la realidad cotidiana, corrigió las líneas rectas de la monotonía desenrollando el panorama. Borroneada por la niebla, está más lejos en cada noche y regresa en
las auroras rutinarias; luida por el teclado de la lluvia, los soles la afirman en el calendario de los nuevos días; sus ventanas giran hacia los paisajes que decoraron de amplitud Ramón Alva de la Canal y Leopoldo Méndez; las calles se trizan contorsionadas de afanes inaugurales; por las aceras van los viajeros apresados de tiempo; sus arquitecturas se han erigido de líneas audaces avizoras de la existencia; el alba la levanta cada vez más alta y más rígida, flota sobre el momento desenfrenado del mediodía, entre el clamor anónimo del tráfico que desparraman las avenidas; en las tardes es fastuosa, maquillada de
cielos solemnes. Anclada en el abandono de sus edificios que despiertan de luces eléctricas las avanzadas de la noche, se escurre en el silencio; amplía sus avenidas y las liquida de paseantes para que en la soledad formal de las horas abandonadas a los temas ascensionales, los fundadores siembren sus palabras
aviónicas”

(Germán List Arzubide)