domingo, 8 de junio de 2008

La mirada se desprende como una flor que sigue su curso en el aire y da volteretas. La mirada persigue un rostro y lo atrapa. El rostro no pretende quedarse inmóvil y apenas es capturado se alza en múltiples juegos de adivinación. Ya no es cautivo pero se sabe vigilado. Recoge la flor del piso, la eleva en un danzar que aparenta perpetuidad y la invita a volar con un soplido. La mirada se aleja y cae de nuevo al piso. Se aleja aún más para capturar un gesto cualquiera que describa el aire.

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