lunes, 21 de mayo de 2007

Vasconcelos y Beethoven, hombres que se escuchan de pie

Para César Hernández y Gerardo de la Torre

En El ensayo mexicano moderno de José Luis Martínez, editado en Letras mexicanas del Fondo de Cultura Económica, aparece un breve aunque complejo ensayo de José Vasconcelos titulado La “Séptima sinfonía” de Beethoven donde el autor no sólo deja la impresión de haber escuchado con pasión al compositor alemán, sino que al hablar desde un punto de vista estético de la obra da la impresión de que Vasconcelos hablara de su propia vida. Dice respecto al primer movimiento:

En seguida comprendemos que no es la suya [la de la frase orientadora] una energía accesoria…sino un valor autóctono, inmensurable. Un ser... [que] va desdeñoso y huraño porque sabe que fuerzas mezquinas le harán resistencia, porque mira cosas informes y almas oscuras.

Presenciamos la interpretación de lo que si bien parece música, Vasconcelos llama fluido misterioso salido del corazón. ¿Mas no parece acaso un fragmento de su autobiografía?
Escuchar a Beethoven arrastra a veces el espíritu a la melancolía, como en otras ocasiones lo lleva a montar un caballo violento que hace al escucha partícipe de la épica sin dejar de estar bien atado a la silla desde la que en verdad sólo sueña. De un Romance para violín a la Obertura ‘Egmont’, fluctúan las sensaciones de un color a otro. Y desde luego, ese fluido, ese atmán estético con el que según Vasconcelos trabaja Beethoven, puede cobrar fuerza y henchir nuestros corazones en un canto a la alegría. De esta música puede uno desesperarse o sentirse ajeno, pero nunca se le puede ignorar. Aún cuando la mente se distraiga momentáneamente en otra cosa, un rugido de vientos, un intenso cabalgar de cuerdas o su combinación la hace regresar al cauce melódico. De las entrañas se siente provenir un alboroto que hace al alma despertar, si es que acaso dormita, para vivir esos instantes. Algo similar ocurre al leer a Vasconcelos.
Donde la mano vibrante desgarrara páginas, las mancha de tinta y dirige imaginariamente piano, vientos, percusiones y cuerdas, la fuerza de la voz estentórea de un hombre emite un discurso. En un árido noviembre de 1928 en Nogales, Vasconcelos quiso ser escuchado por el pueblo de México: “si es verdad que la fe mueve a ejemplo, seamos los primeros en demostrar que está viva la patria y que es la voz de la patria la que va a estar hablando por nuestros labios…¡México, levántate!”.
En otro tenor, cuando se lee a Vasconcelos referirse a su Adriana en Ulises criollo, perdido en el sendero del embelesamiento, parece que se escucha la voz del enamorado en vez de leerse:

Contrastaba con el aroma silvestre intacto, el perfume de Adriana pegado a mi carne como una reliquia…En mis oídos resonaba el timbre de su voz de sirena…¿Qué valía sin ella el esplendor del sol, el orgullo de los montes?…La amante cabal. Mi vida entera no había tenido mejor propósito que encontrarla.

Pellicer afirma que abrir libros de Vasconcelos, es como cuando uno a la vuelta de un camino descubre el mar. Uno se eleva de donde el oleaje suave para sentir como corre el viento en un crescendo sinfónico en que el mar se encrespa. Mas, como la naturaleza de Vasconcelos, de acuerdo con el poeta, es el placer en las contradicciones puede uno todavía nadar con la ola o salirse del mar y al sol ponerse a secar (Carlos Pellicer, Elegía apasionada). Lo que se sabe entonces es que ya no se volverá de todas formas a caminar por las arenas con el mismo paso, uno está impregnado de un hálito de naturaleza que pone a la vida de frente para contemplarla con el puño en alto. En esos libros en que no se lee, dice Vasconcelos, sino que se declama, se alza el ademán y la figura, se sufre una verdadera transfiguración (Libros que leo sentado y libros que leo de pie).
Al leer a Vasconcelos unas veces le celebro una metáfora, otras me hace dudar a profundidad cuál es la posición más congruente en tal o cual circunstancia. Otras ocasiones me causa repugnancia, pero difícilmente no provoca una reacción fuerte. Por eso considero que al haber identificado a autores que se leen de pie, ha dado pauta para que sus lectores lo clasifiquemos allí.
Vasconcelos y Beethoven, hombres que rectificaron los dos. Que sintieron equivocarse, uno cuando exaltó a Hitler, por ejemplo; el otro cuando dedicó en un momento el concierto Emperador a Napoleón y después se arrepintió. ¿Cuántas veces no redefinió sus convicciones religiosas y su postura política Vasconcelos, para ya casi al final de su vida decirle a Emmanuel Carballo en una entrevista: “Yo en el fondo soy un anarquista cristiano.”? A propósito de lo cual merece citar un fragmento del comentario que hace Vasconcelos al scherzo de la quinta sinfonía de Beethoven:

Este tiempo es anarquía y auge de todas las posibilidades; periodo de incubamiento en que todo es permitido y legítimo: un mar donde la facultad crítica ejerce de vasto oleaje, que, con la multitud de olas pequeñas, crea forma, se ensancha, y al estallar en la costa, define una sinuosa, amplia y momentánea armonía.

Una vez más, en la interpretación parecieran colarse elementos de una visión propia del mundo; finalmente es una interpretación. Sin dicha subjetividad, dotada de adjetivación y metáfora, no podría ser tan gozoso leer a don José.
Si algo nos queda claro respecto a este hombre, después de leer Ulises criollo, Tristeza o La raza cósmica es que se trata de un ser humano lleno de tribulaciones y siempre dispuesto a luchar y a hacer oír su voz, a pesar de llevar la contra a la mayoría. Un hombre apasionado en todo momento, a pesar de ser perseguido por las culpas y las dudas. Sería inevitable que se manifestara un devoto de Beethoven. Vasconcelos concluye su comentario a la “séptima” con una sentencia clara y certera: “He aquí cómo llega el arte a la Divinidad, por el pathos de la belleza.”

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