jueves, 27 de marzo de 2008

In memoriam

No puedo pasar esta fecha por alto. Y si he decidido escribir hoy aquí es antes que nada para celebrar la vida de una mujer que predicaba con su ejemplo la paciencia, la templanza y la perseverancia.
Hace cinco años, cuando viajé al funeral de mi abuela pensaba en todo lo que ya no sería igual a partir de entonces. Y en efecto han sido cinco años fundamentales, definitorios, perturbadores. Está por demás decir que en ese entonces no podría imaginarme donde estoy. Sólo podemos definirnos a partir de lo que hemos sido y lo que estamos haciendo, sobre todo esto, pero el futuro es mera ilusión.

La abuela ha quedado atrás. No pocas veces la he soñado. Aparece como si fuera un error su muerte, una mentira y en el sueño me reconcilio con su presencia. Vuelvo a tocar sus manos suaves y apergaminadas, vuelvo a escuchar su voz lenta, apacible, decidida y su tierno recibimiento.
Tantas veces me esperó, tantas veces estuvo atenta a mi llegada. Y yo, cada vez que me iba, lo hacía pensando en la posibilidad que a la vuelta ya no la encontrara. Uno se apega a esta idea y quiere hacerse el fuerte y contempla su ausencia como si lo hubiera esperado siempre.
Pero eso no basta.
Cuando vuelvo a la casa y llega la hora de la comida o, nuevamente, la hora de partir, siento como si todavía fuera la ocasión de ir a buscarla.
¿Cuántas veces ya en la mesa he estado a punto de preguntar dónde está...?
Y entonces me doy cuenta. Y soy yo quien está a la espera.
Sabemos todos que un día partiremos, pero esa conciencia no es suficiente.

Aquí permanece, aquí la recuerdo.
Vives en mi memoria y ese es mi único consuelo, María Trinidad.

1 comentario:

Asilo Arkham dijo...

Nadie se va del todo, Jesús.