Me gusta vivir en viernes. Ocurre, a eso de las cinco con veintiocho de la tarde el ocaso natural de la semana. Descansan una a una las máquinas. El despertador, por ejemplo, se toma el fin de semana o cambia su rutina; las lámparas se alumbran en otros tonos y aunque para los mismos fines, se reservan otra actitud. Un perro ladra cerca del edificio, una niña lo persigue. Los viernes, ciertos viernes que tengo en mente, o al menos este viernes en particular puedo permitirme beber café con calma, dejar que se entibie un poco y dar sorbos pausados y profundos a la taza. En la estancia, Zúñiga teclea sobre la máquina. Yo vuelvo a mi prólogo. La tarde también ha tenido el tiempo para ese fragmento dichoso de la Rapsodia sobre un tema de Paganini para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov y después, para diluir la emoción, acaece uno de sus Nocturnos.
Cómo quisiera a veces que los lunes y los domingos fueran viernes.
1 comentario:
Wow, qué lindo te quedó este texto. Me gustó mucho. Y más me gusta leerte aquí, no dejes de escribir sobre todo con ese esmero que pones en cada texto.
Besos,
Luisa
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