jueves, 29 de mayo de 2008

Vayan a ver Memoriales perdidos


Se proyectará Memoriales perdidos, escrita y dirigida por Jaime Casillas Rábago como parte del homenaje del Cineclub de la Escuela de Escritores de SOGEM.
La cita es este sábado 31 de mayo a las 5:30 pm en el Foro Usigli del Centro Cultural José María Fernández Unsaín, Eleuterio Méndez 11, Coyoacán.
La película obtuvo cuatro arieles en 1986 en las categorías de Argumento Original y Guión Cinematográfico, Mejor Actor (Claudio Brook) y Mejor ambientación.
Actúan: Claudio Brook, Mario Casillas, Ignacio Retes, Roberto Sosa.
(Dar clic en imágen para más detalles.)

martes, 27 de mayo de 2008

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Lavar las manos en casa de Ofelia Gámez en Tzintzuntzan.



La alfombra de acerrín de colores en jueves de corpus en la antigua Tzacapu-ansucutinpátzcuaro.


Cuando papá platica con su amigo Octavio.

lunes, 19 de mayo de 2008

En la ciudad perdida

El aire fresco había acompañado la caminata en medio de los cactus, el suelo polvoso, y un sol quemante escondido tras las nubes grises, de pronto descubierto entre las ramas de mezquites y pirules.
Avanzábamos de prisa, ansiando la llegada a las ruinas, bosque de antiguas palabras extraviadas para nosotros los extranjeros. Quiero decir que no importaba ya si Fernando o Matilde fueran nacidos en México, los cuatro éramos extranjeros en ese espacio de una toponimia ancestral igualmente extraña a nuestro español.
Yo había soñado con conocer un lugar así. Donde los dioses se manifestaran tan a ras de suelo, tan cercanos a nuestro vulgar mundo y al mismo tiempo haciendo evidente su distancia, su atemporalidad, su poder suprahumano y ajeno a nuestra inteligencia.
Cuando llegamos, comprendí que éste era un lugar como el de aquel sueño donde una estatua de proporciones inverosímiles me miraba desde su altivez. Era una estatua juez que de día me proporcionaría su sombra y de noche la magnificencia de los reflejos de la luna en su oscuridad.
Pero esta ciudad, a diferencia de la de mi sueño era una ciudad abandonada, desperdigada en alguno de los ciclos del fantasma tiempo, mera ruina para nosotros los ignorantes del pasado.



Fernando, Matilde, Lucas, preguntaban mi parecer sobre el lugar.
Por alguna razón habría perecido la ciudad más grande de esa civilización antigua. Alguna razón, y decir razón es ya intentar humanizarlo, incomprensible a nuestra capacidad imaginativa habría llevado a una división política, a un desastre social, a la destrucción del mundo. No supe más que decir. Caminé entre las columnas y los muros, subí y bajé los escalones del edificio principal sin hablar. Me dolía una extraña costumbre de visitar esos lugares y sentirlos lejos de su esplendor. Caminamos de vuelta. Solo entonces logré sonreir y disponerme a seguir la vida.
Somos tan parecidos los hombres de todas las épocas. Algún día quizás, quienes sobrevivan al desastre ecológico hallarán las ruinas de New York y de Río de Janeiro y al contemplarse en ellas se preguntarán si ellos no cometerán los mismos errores que nosotros.

domingo, 18 de mayo de 2008

martes, 13 de mayo de 2008

Diletante, sinuoso, disperso, vacilante, el cuerpo acorazado de vanidad da pasos temerosos. Camina como en una imagen de siluetas, sombras que se unen y se separan en un andar escandaloso y fatuo.
Bajo el porte de esa facha inconfundible, de ese trote torpe y una sonrisa ingenua, se esconde no obstante, se esconde ante el espejo, se esconde ante el charco de lluvia que se topa en el la calle malholienta...una luz.
Y esa luz puede ser de pronto látigo, sí, pero látigo luminoso, verdad a voces enunciada, no gritada (no hay necesidad de gritar cuando luego del bullucio fugaz la calle puede ser penetrada por el silencio). Ese látigo verdad ilusión podría mostrarse también en unas cuantas lágrimas, profundas y dolientes pero limpias.
El cuerpo, destrozado, queriendo cobijarse aún bajo la vanidad, sabe a pesar de sus engaños (los reales y los sugeridos de pronto por la facilidad del pretexto), el cuerpo sabe que el latigazo de luz, que el violento rayo deslumbrante es también una esperanza.
Ya no es látigo entonces. No debe ser látigo, no puede ser látigo, sino luz abrumadora aunque sea apenas un resquicio en el andar débil y umbroso, siempre diligente.

Hacia ese efímero rayo de luz, hacia ese destello de sol hay que destinar la caminata.